Por Antonio Zapata
El día de hoy es el cuarenta aniversario del golpe de Estado en Chile contra Salvador Allende, quien cumplió su promesa de salir de La Moneda en un cajón de madera. Su triunfo electoral en 1970 fue consecuencia de una estrategia largamente trabajada. Había sido candidato en cuatro oportunidades, obteniendo el segundo lugar en las dos ocasiones anteriores a su victoria. Esa apuesta era consecuencia de la solidez del Frente Popular en Chile.
En fecha muy temprana, en 1938, Chile fue el primer país de Latinoamérica donde triunfó electoralmente una alianza de radicales, socialistas y comunistas, eligiendo a Pedro Aguirre Cerda como presidente. Desde entonces, Chile construyó un sistema político multipartidario e inclusivo, que logró la incorporación de la izquierda al juego político. Fue el único de nuestros países que logró esa condición. El resto estaba virando al populismo, como el Brasil de Vargas, o persistía en dictaduras liberales de derecha, como el Perú de Benavides.
El sistema chileno se mantuvo hasta el inicio de la Guerra Fría. En ese momento, EE.UU. y la URSS formaron sus respectivos bloques y amenazaron con desatar una nueva guerra mundial. La URSS y sus aliados de Europa del Este se encerraron tras la cortina de hierro mostrando los dientes. Por su parte, la agresividad estadounidense se desarrollaba en varios frentes, constituyendo la OTAN que activó la alianza militar occidental enfilada contra el bloque soviético.
En el caso del Mapocho, el presidente radical Gabriel González Videla había llegado al poder en 1946 apoyado por el mismo Frente Popular, que incluía a socialistas y comunistas. Dos años después, EE.UU. exigió el alineamiento político de Chile con su estrategia de la Guerra Fría. Por ello, González Videla rompió con sus aliados y promulgó una Ley de Defensa de la Democracia, que ilegalizó a las fuerzas políticas marxistas y desató una inesperada represión.
Así, se ganó la eterna enemistad del poeta comunista Pablo Neruda, quien denostó su traición en numerosos escritos. Pero, González Videla había sido débil, la clave fue la presión estadounidense, que no aceptaba experimentos, sino buscaba hacer fuerza contra el comunismo. Estaba por comenzar la gran ansiedad contra las izquierdas conocida como el macartismo.
Esa misma actitud se manifestó contra Allende. EE.UU. era gobernado por Nixon y Kissinger era el secretario de Estado. Este tándem llevaría adelante la espectacular reconciliación con la China de Mao. Pero, en América Latina no hubo distensión y el experimento socialista chileno no fue tolerado. Era un reto demasiado audaz, Allende era el primer marxista del mundo electo en un sistema democrático. Se había convertido en un paradigma susceptible de tener millones de seguidores a escala internacional.
Mientras que, el objetivo de Nixon era derribar al marxismo, aprovechando la quiebra del movimiento comunista internacional entre Moscú y Beijing. Por ello, EE.UU. fue particularmente intolerante con Allende. Antes que asuma, una conspiración financiada por la CIA concluyó desastrosamente con el asesinato del comandante general del Ejército René Schneider.
A continuación, una vez instalado Allende en el poder, EE.UU. redobló las maniobras que dificultaron el manejo político y precipitaron las dificultades económicas de Chile. Pero, las elecciones congresales de marzo de 1973 mostraron que la Unidad Popular podía seguir ganando elecciones y mantenerse en el poder dentro del sistema democrático. En ese momento, las fuerzas reaccionarias se decidieron por el golpe.
Pasados los años, el balance de Allende sigue siendo positivo. En ese momento pareció ingenuo querer gobernar por la vía electoral. Se pensaba que las armas eran indispensables.
Pero, hoy en día aparece como el único camino posible para las izquierdas. Se ha aceptado la racionalidad intrínseca de su propuesta. El destino del socialismo se halla en la democracia y Allende muestra la ruta, no solo de Chile sino de las izquierdas a nivel mundial.
Fuente: La República