Por Diego García Sayán
El golpe de Pinochet en 1973 ocupa un sitial especialmente simbólico en cuanto a zarpazos dictatoriales en la historia latinoamericana del siglo XX. Un gobierno elegido democráticamente, derrocado violentamente con el apoyo de la CIA, bombardeo a La Moneda, encierro ese mismo día de miles en el Estadio Nacional e imposición de una implacable dictadura. Pudimos seguir la noticia en ese entonces. Pero, sin duda, no tan “en vivo y en directo” como lo hubiera permitido la acelerada evolución en las comunicaciones de hoy.
Muchas veces se ha dicho que si hubiera existido la cobertura de imágenes y de noticias hoy disponible, hubiera sido muy difícil que algo tan dantesco se pudiera dar –y especialmente, sostener– sin que el mundo le pusiera un pare a la barbarie. Esa visión optimista tiene algo de sentido y se alimenta, además, en lo que a Latinoamérica respecta, de la existencia de mecanismos de reacción (Carta Democrática) con los que antes no se contaba y de democracias que, con todas sus limitaciones, están más internalizadas en la percepción ciudadana.
Sin embargo, cuando se ve –ahora sí “en vivo y en directo”– la matazón en Egipto a partir del golpe militar del 3 de julio, la gran pregunta es cómo puede esto estar ocurriendo en estos tiempos de “globalización”, “primaveras” y Al Yazira. Las mezquitas se están convirtiendo en morgues. Cerca de mil personas asesinadas en las calles en la última semana desde que arrancó la ofensiva represiva al terminar el relativo remanso del ramadán. Y nada en el horizonte que apunte a una solución sino hacia una guerra civil, como ya lo adelantábamos apenas producido el golpe (LR, 11/7/13). Son dos las explicaciones de por qué las cosas se han encaminado en esta dirección que muy difícilmente apunta hacia la democratización. Una interna y la otra internacional.
La variable interna es la decisiva. Una historia casi ininterrumpida de dictadura y de exclusión de un sector importante de la sociedad egipcia, expresado en la Hermandad Musulmana. Al ganar con Morsi las elecciones, a la Hermandad solo se le abrió un efímero paréntesis de “inclusión” que ya terminó. Todo vuelve al pasado. Incluyendo la salida de Mubarak de prisión. Más allá de la inoperancia de Morsi como gobernante, la cuestión de fondo es el dilema sobre la articulación entre democracia e Islam. Vale decir, sobre las amenazas a los valores democráticos surgidos precisamente de gobiernos islámicos generados democráticamente, que en este caso puso a muchos demócratas –erizados por el sectarismo de Morsi– del lado del golpismo antidemocrático. ¿Curso inevitable de las “primaveras” en esa zona del mundo? Habrá que ver.
La otra variable es la internacional y, en particular, el papel de Estados Unidos, del que algunos esperaban una acción decisiva para enrumbar las cosas hacia la democracia, como lo hizo el mismo Obama el 2011 al exhortar a Mubarak a retirarse. Hoy eso no ocurre ni parece que ocurrirá. Al menos por el momento es poca la esperanza de una acción efectiva. Pesa mucho la particular –e insustituible– significación geopolítica de Egipto. Por su ubicación geográfica (Canal de Suez incluido) Egipto es ruta vital para las operaciones occidentales en Afganistán y las antiterroristas en el medio oriente y África. Sin esa ruta quedarían seriamente afectadas.
Aparecen por los palos, además, otros protagonistas de peso en la región como Arabia Saudita, con su propia agenda y que ha abierto ya un generoso ducto de más de 12 mil millones de dólares a favor del régimen del Gral. Abdul-Fattah el-Sisi. Bastante más de los 1,300 millones de dólares de EEUU para el ejército egipcio. Poco cambiará la decisión de ayer de la UE de suspender las “licencias de exportación” de armas a Egipto.
De todas formas, sin embargo, en el mediano plazo un Egipto en caos o con creciente protagonismo de sectores proclives a Al Qaeda (como ya viene ocurriendo), es una amenaza geopolítica muy seria para los intereses norteamericanos y occidentales. Pero podría en ese caso ya ser muy tarde para actuar. Mientras tanto, lo que vendrá será la agudización de la polarización. Acaso continuará el desgajamiento de algunos componentes que promovieron o se sumaron al golpe militar, como el premio nobel El Baradei, ahora procesado. Nada apunta a un mar calmo.
Fuente: La República