Por Jorge Bruce
En otras palabras, bajo el paraguas del perdón lo que aparece es una clásica operación de negación: yo no hice nada, estoy injustamente sentenciado.
De este modo apela al sentimentalismo de la opinión pública, a fin de entorpecer el proceso de juzgamiento sereno de los delitos que se cometieron bajo su mando directo. Ese trabajo ya lo hizo de manera irrefutable el Poder Judicial, bajo la dirección de César San Martín, dando al país una experiencia histórica de lo que podríamos llegar a ser como sociedad si hacemos las cosas bien. El fantasma sentimental es conservador y funciona en la inmediatez impulsiva de los afectos: “¡Pobrecito! Después de todo lo que hizo por el Perú, ¿así le pagamos? Es cierto, cometió errores pero sus logros valen más”. Nótese que los crímenes se desvanecen en una bruma alegre y colorida como la del autorretrato. Los muertos y los robos quedan sepultados bajo un alud de sentimientos que llevan al abrazo y al olvido.
Es interesante observar, como lo ha hecho Diario 16, que esta estrategia no parece ser obra de la alta dirección fujimorista. Hace tiempo se habla de una separación política, en la práctica, entre el entorno de Keiko y el comando de la Diroes, en el que intenta resucitar Carlos Raffo. Este aspecto político no debería interferir, sin embargo, en la decisión presidencial respecto del pedido de indulto. El Presidente Humala está indultando a enfermos terminales en los últimos días. No se sabe si lo hace como una manera de notificarles a los fujimoristas de ambos bandos que solo indulta casos límite. O si nos está preparando para ceder a la presión psicosocial.
Con buenos sentimientos se hace mala filosofía, decía uno de mis profesores en la PUCP. Lo mismo podría afirmarse de la política, en donde se requiere el coraje de navegar contra la corriente y la claridad de explicar por qué es indispensable hacerlo así.
Fuente: La República