Por Augusto Álvarez Rodrich
Por si esto fuera poco, Cipriani se permite establecer que en este debate solo deben participar los que él diga, y califica a todos los que discrepen de él como gente que le quiere hacer daño –a él– y a ‘su’ iglesia. En contraposición a la débil justificación del cardenal, está un conjunto amplio y plural de pronunciamientos solidarios con Garatea.
Estos incluyen desde la Congregación de los Sagrados Corazones –a la que pertenece Garatea–, del Foro Educativo, de un grupo amplísimo de sacerdotes de muchas partes del país y, entre muchas otras expresiones, el contundente y emocionante comunicado publicado ayer en la página central de La República.
En todas estas expresiones de solidaridad se hace notar el gran cariño, aprecio y reconocimiento a la labor por los pobres del padre Gastón Garatea; la protesta por la injusta medida que le ha impuesto el arzobispo de Lima pues priva a mucha gente del ejercicio de su labor pastoral y social; y la exigencia masiva, diversa y plural para que se le restituya el pleno ejercicio de sus funciones por el bien del país.
Eso es lo que el cardenal debiera hacer, cuanto antes, por él y por la iglesia, para salir del aislamiento creciente que está experimentando, él y su actitud de dueño de la pelota, del que solo conversa con sus monaguillos, del que hace de la intolerancia y la arrogancia un modo de vida discriminador y excluyente, del que solo dialoga con los que le firman un acta de sujeción.
El cardenal quedará solo y quizá únicamente con el respaldo del Ku Klux Klan peruano, es decir, la ultra derecha, algunos medios de comunicación retrógrados, una parte del fujimorismo –la primitiva, pues en esa agrupación por supuesto que también hay gente decente y tolerante–, es decir, la DBA, de la que Cipriani es integrante destacado.
A pesar de todo, lo positivo del atropello de Cipriani es que ha permitido que el país tome nota de que hay mucha gente muy diversa que está dispuesta a protestar ante el abuso, la prepotencia y la intolerancia.
Muchas gracias por eso, cardenal, no faltaba más.
Fuente: La República