Por Rosa María Palacios
Durante el siglo XX todos los experimentos políticos para desconocer el esquema democrático han devenido en fracasos. Las autocracias, en todas sus formas, que en mayor o menor medida concentran el poder en un esquema de dominación de partido único, caudillo o tirano, terminan por derrumbarse, tarde o temprano. Han costado y siguen costando a la humanidad millones de muertes, guerras, hambre y destrucción. Del mismo modo, todos los experimentos de política económica creados para desconocer los mecanismos racionales del ser humano han terminado, también, fracasando. Está en nuestra esencia el llamado a la racionalidad económica y esta es maximizar el beneficio, no minimizarlo.
Lamentablemente, derechas e izquierdas peruanas han tenido, en diferentes momentos históricos, poco o ningún afecto por la democracia. Eso las une para actual vergüenza común. Pero en cuanto a las libertades económicas siempre han estado claros los rechazos y los apoyos. No es por ello extraño que vuelva al debate público, en tiempos de prosperidad económica, el viejo dilema entre la libertad y la igualdad (ambos valores esenciales a la democracia) que sirvió históricamente para abolir el capitalismo ahí donde tuvo éxito el creer que aboliendo la libertad lograbas la igualdad por ser ambas excluyentes.
La justificación del Estado bienestar europeo está basada en la premisa de sacrificar libertades económicas (menos libertad) para conseguir un bienestar común a todos (más igualdad).
¿Somos iguales? No lo somos. Paradójicamente, el reconocimiento de la diversidad es una de las grandes luchas del siglo XXI desde todos los sectores de la inconformidad social. Lo que buscamos como sociedad es igualarnos “ante la ley”, no cambiar nuestra esencia. Es decir, la aplicación del Estado de derecho no puede ser una carga de imposible e irracional cumplimiento para todos los miembros de una sociedad. Para decirlo en forma simple, en una imperfecta democracia liberal y capitalista no todos pueden cumplir del mismo modo con el peso de la ley y es razonable que las cargas se compartan de distinto modo. La aspiración es que todos puedan hacerlo algún día pero, mientras tanto, es posible igualar el piso de las oportunidades. ¿Se requiere para esto sacrificar la libertad de millones? Falso dilema. Libertad e igualdad, correctamente entendidas, no se excluyen, se complementan.
Fuente: La República