La población de la Tierra crece en progresión geométrica, lo cual tiene un impacto muy fuerte en los ecosistemas
Por Tomás Unger
GRAN CRECIMIENTO
Desde que apareció el primer humanoide, nuestra especie demoró millones de años hasta alcanzar números que aseguraran su supervivencia. Desde que dominó el fuego le tomó decenas de miles de años alcanzar el primer millón.
En el año 1 de nuestra era éramos 300 millones y tomó 1.700 años duplicar la cifra. La siguiente duplicación tomó 200 años; en 1850 éramos casi 1.200 millones. En los 100 años siguientes la población mundial se volvió a duplicar: 2.500 millones en 1950.
La siguiente duplicación tomó menos de 40 años. En 1960 el crecimiento llegó al 2% anual y se proyectaba una población de 11.000 millones para el 2025. Felizmente las campañas de control de natalidad tuvieron efecto y, a partir de 1970, la curva comenzó a bajar. Hoy estamos en menos de 1,2% anual y bajando. En el 2000 llegamos a 6.000 millones y hoy somos 7.000 millones. De acuerdo con las proyecciones actuales, para el 2050 el crecimiento anual será de solo 0,5%, pero ya seremos 9.000 millones.
EL CAMBIO
A pesar de la reducción del crecimiento, aun sin aumentar el poder adquisitivo en los países pobres, los patrones de consumo actuales son insostenibles. En el 2050, aunque alcanzara la alimentación, los 9.000 millones no podrán consumir energía, metales y plásticos al paso de hoy. Un aumento de 28% en el consumo de hidrocarburos y procesos industriales, aun a costa de las demás especies de vida, no será posible con los recursos disponibles.
Aunque hay diversidad de opiniones sobre los mecanismos, hay consenso en que mantener los patrones de consumo será a costa de la casi totalidad de los animales silvestres. Además de seguir reduciendo el crecimiento poblacional y el consumo de hidrocarburos fósiles, hay que detener la contaminación del agua y la sobreexplotación de los recursos naturales.
Aunque en los próximos 30 años la humanidad perdiera interés en la flora, fauna y paisaje y se diera por satisfecha viendo en películas el mundo como era, necesitaría alimento y energía eléctrica. Habrá que producir comida, transportarla, suministrar el agua y la energía. Todo esto requiere mantener un balance ecológico en el que participan la flora y la fauna. La ruptura de ese balance está ocurriendo ya a causa del cambio climático y la deforestación. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente ha publicado un estudio sobre el costo del consumo actual titulado “Daño económico a los ecosistemas y la biodiversidad”.
EL COSTO
Es la primera vez que alguien calcula el costo, o “daño económico”, que representa la ruptura de ecosistemas y la reducción de la biodiversidad. Los costos son aproximados y cubren solo algunos aspectos del tema, pero, aun con un margen de error alto, dan un orden de magnitud que ha asombrado a todos.
El colapso de las colonias de abejas en EE.UU. en el 2007 causó una crisis en la agricultura por falta de polinizadores, cuyo costo se calcula en 15.000 millones de dólares. Los insectos polinizan el 70% de los cultivos, y las abejas representan solo una pequeña parte. La introducción de especies ajenas a los ecosistemas autóctonos causan en Australia, Brasil, India y Sudáfrica daños por más de 100.000 millones al año. Esto es solo un ejemplo. Un total de 50 años de deforestación causaron en China inundaciones del río Yangtze, que, además de matar a miles de personas, ocasionaron daños por 30.000 millones de dólares.
Las inundaciones en Pakistán y China tuvieron un impacto directo en los costos de textiles, al subir el precio del algodón. Los incendios forestales de Rusia, causados por el cambio climático, hicieron que se disparara el precio del trigo. No se ha podido calcular el costo de la desaparición de los arrecifes de coral, que altera ecosistemas marinos, pero en el 2008 el daño global a la biodiversidad y a los ecosistemas debido a la actividad humana costó entre 2 billones y 4 billones (millones de millones) de dólares. Una cifra con 12 ceros, fácil de escribir pero difícil de imaginar.
QUIÉN PAGA
Los costos calculados son reales, aunque nadie los ha pagado directamente. Se reflejan en el precio de lo que consumimos y el valor de lo que tenemos, como la pérdida de valor de los fondos de pensiones. Al ser la presión sobre los ecosistemas y la extinción de especies directamente proporcional a la población, el sistema como es hoy resulta insostenible.
El problema es que quienes están satisfechos con sus patrones de consumo no están dispuestos a sacrificarlos. Cuanto más altos son sus niveles, mayor es la resistencia. Las grandes empresas son manejadas por el pequeño porcentaje de la población mundial que concentra la riqueza, el que no está dispuesto a admitir el problema y probablemente ya no verá sus consecuencias.
Mientras tanto, nos acercamos al 2050 y la perspectiva es cada vez más clara y alarmante, nadie discute las proyecciones de las Naciones Unidas, pero el tiempo corre.
Fuente: El Comercio