Por Ronald Gamarra
La Municipalidad de Lima es un organismo estatal; por tanto, debe cumplir esta obligación. Compréndase bien: combatir la discriminación basada en la homofobia no es un capricho personal de la alcaldesa, sino una obligación del Estado, que también debería asumirse con decisión a otros niveles, empezando por el gobierno central. Lamentablemente los políticos, en su gran mayoría, no entienden esto; de allí su menosprecio hacia este tema, sus risas nerviosas y sus bromas, cuando no su abierta y brutal homofobia al reclamárseles una posición ante él.
La finalidad de la norma edil es simplemente que todos seamos tratados con igual respeto a nuestra dignidad de seres humanos, no más pero tampoco menos, y que esto ocurra sin importar la orientación sexual de cada quien, que es un asunto estrictamente individual. Se trata de que no haya personas condenadas a vivir en nuestra ciudad en los inhumanos límites de la marginación, como si estuvieran encerradas en leprosorios o guetos, pues esa es la dura realidad de muchos –demasiados– habitantes de Lima, que no es posible seguir ocultando, y que llevó en su momento al poeta César Moro, limeño homosexual, a calificarla lapidariamente como “Lima la horrible”.
A diferencia de administraciones anteriores, esta gestión demuestra tener además algo muy valioso, que sus antecesoras no consideraron ni asumieron como prioridad: la voluntad de llevar adelante una política de desarrollo que vaya mucho más allá del cemento y el asfalto para hacer viable una sociedad a la medida de la dignidad del ser humano.
Fuente: La República
Lima se ha choleado con tanto provinciano que llega a la capital