Por José Vales
“Padecía una fuerte bronquitis y eso a su edad era fatal. Llevaba varios días, enfermo. Ernesto tuvo una buena vida porque fue muy querido”, explicó Elvira a los periodistas. De inmediato las escenas de consternación y de pausible dolor comenzaron a ganar a intelectuales y a personalidades de la política, pero mucho a sus vecinos del barrio en donde vivió (con algunas interrupciones) desde 1945 y al que le había dedicado mucho de su tiempo en las últimas décadas.
Su hijo el cineasta Mario Sábato, anunció se cumplirá una de sus voluntades, la de ser velado en el modesto club de su barrio, ubicado frente a su casa, el Defensores de Santos Lugares, para que “me vaya acompañado de los vecinos y que me recuerden, a veces un poco cascarrabias (de mal carácter), pero sobre todo un buen tipo”, según su hijo para quien “La mayor virtud de mi padre fue la honestidad”.
En efecto, la capilla ardiente se abrió al caer la tarde y sus vecinos de siempre fueron los primeros en ingresar.
Polifacético y polémico, Sábato fue reconocido en todo el mundo no sólo como el autor de una de las novelas más importantes y mejor logradas del Siglo XX, como la crítica internacional había catalogado a “Sobre Héroes y Tumbas” (1961), sino también como un activistas a favor de los derechos humanos y de los que más sufren, algo que sobresalió durante los nueves meses en que presidió la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (CONADEP), con el informe “Nunca más” en 1984, recién acabada la dictadura militar o en su vasta obra ensayística.
Desde el gobierno, el canciller Héctor Timmerman y el secretario de Cultura, Jorge Coscia, lamentaron su deceso y elogiaron su vida y su obra, la de “uno de los grandes hombres del país”, mientras que desde Madrid, la directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarell, consideró su “informe sobre ciegos”, una de las obras capitales, al tiempo que los consideró “Uno de los grandes, un inmenso escritor que abandonó las matemáticas y la física, por la literatura para intentar recrear la armonía de la ciencia en los seres humanos”:
Había sido galardonado con varios premios internacionales como el Cervantes y el Menéndez y Pelayo.
Junto al de la Feria del Libro de hoy sus amigos y familiares venían organizando el festejo de sus 100 años, que los hubiese cumplido el próximo 24 de junio. Pero Sábato había recibido uno de los más cálidos homenajes que se recuerden a un hombre de las letras en este país, en 2004 durante el III Congreso de la Lengua cuando el también fallecido, José Saramago le había dedicado, suplieron tal vez como nada la carencia de premios de mayor relieve como el Nóbel, para el que alguna vez su nombre había sonado con insistencia.
“Cuando lo fui e a visitar a Santos Lugares, ofrecí a Sábato el ´Ensayo sobre la ceguera´, él quiso saber qué ciegos eran estos míos y yo le hablé de los suyos (“Informe sobre ciegos”)”, recordaba el autor de “El Evangelio Según Jesucristo” y agregó: “regresé años después a Santos Lugares, luego fuimos coincidiendo aquí y allí del mundo, en Madrid, en Badajoz, en Lanzarote, cada vez más próximos el uno del otro en la inteligencia y en el corazón, él, hermano mayor, yo, sólo un poco más joven, dos seres que, en el exacto momento en que finalmente se encontraron, comprendieron que se habían estado buscando”.
El otro premio al creador de novelas como “El Túnel” (1948) y “Abbadón, el exterminador” (1974), pudo verse ayer cuando sus humildes vecinos lo recordaron como un más en el barrio, como un hombre que siempre tenia la puertas abiertas de su casa, rodeada de plantas y flores, para todo el mundo.
Su rol contra la dictadura había comenzado, después que uno de sus ensayos que componían el volumen “Apologías y Rechazos” fuera censurado, lo que le valió innumerables críticas, lo mismo que haber aceptado junto a Jorge Luis Borges una invitación del dictador Jorge Videla para compartir un almuerzo en 1977.
Aún así se erigió en un luchador incansable de la democracia y de los que sufren, hasta convertirse en un militante incasable de la condición humana. Había jurado que iba a luchar por eso hasta su muerte, este científico desengañado de la física, que supo trabajar en el instituto Curie de París y que había incursionado en la plástica gracias a su amigo el cubano Wilfrido Lamm, para quien vivir era “construir futuros recuerdos”. Ayer, esa inmensa obra que supo levantar en casi una centuria, surgió a borbotones de recuerdos y de aplausos. El futuro había llegado y don Ernesto Sábato le perdió definitivamente el miedo para ingresar en el parnaso más selecto de los argentinos.
José Vales es periodista y corresponsal de La mula en Argentina.
Fuente: La Mula