Por Raúl Wiener
Fue un 10 de abril de hace 11 años que Toledo salió al balcón del hotel Sheraton para denunciar el fraude electoral de Fujimori y llamar al pueblo a la resistencia. Este domingo, el mismo Toledo que días antes había estado convocando a enfrentar en las calles el anunciado triunfo de Ollanta Humala en las urnas y amenazado con volverse a poner la vincha, tuvo que rendirse y admitir que el Perú había manifestado su enojo en las urnas. Un enojo que venía desde muy lejos y que se tradujo en el rechazo a tres personajes emblemáticos de la pasada década: un expresidente, un expremier y un exalcalde Metropolitano, que fueron el centro de la política nacional en un período que comenzó cargado de esperanzas y que concluye en un malestar que fluye por todos los poros. No hay manera de negar que este sentimiento que estaba ya en germen en el 2006, cuando Humala alcanzó el 47% de los votos en segunda vuelta y del que nadie sacó las conclusiones, tenía que ver con lo que Toledo prometió en la lucha y traicionó en el gobierno.
El gobierno de García fue una tabla de salvación de la enclenque democracia liberal de los 2000, que requirió del concurso del Fujimorismo para conseguir los puntos que necesitaba para imponerse (porque ya no le alcanzaban la suma de los votos del APRA y la derecha), y siguió requiriéndolo para las votaciones parlamentarias más difíciles durante 5 años. Pero García está acabando su segundo gobierno peor que el primero, cuando logró un 20% de los votos y una representación significativa, mientras ahora apenas si pasa la valla y sus congresistas se cuentan con menos de los dedos de una sola mano. García que se jacta del mayor crecimiento de nuestra historia, el mayor número de carreteras y celulares, acaba de ser considerado un peor gobierno que el de Toledo y este último que Fujimori.
La votación del 10 de junio del 2011, indica que hemos llegado al final del juego. El Fujimorismo que muchos creían derrotado o cuando menos reducido a un papel inofensivo está volviendo a ser un factor de poder. Ninguna otra cosa podría dar una medida del fracaso de los partidos que se dicen democráticos de que estén en el trance de decidir si endosan su apoyo a los herederos del golpe de Estado del 92, de la corrupción, el fraude y la violación sistemática de los derechos humanos, a los que ayudaron a echar en el 2000. No estaban derrotados sino esperando su oportunidad.
Pero frente a ellos, también ha madurado la opción de la protesta, que ahora ya no puede ser tipificada como “un mero estado de ánimo” como se dijo en las elecciones anteriores para minimizarlo y no tomarlo en serio. Ollanta se ha convertido en el favorito de una elección que no podía ganar, y sus enemigos miran espantados la situación creada, que casi no pueden explicar. El enojo es mucho más que eso porque ha tomado forma de una voluntad de poder que expresa a una parte de la población que nunca se ha sentido cerca de las decisiones de gobierno. No es sobre Cáncer o sida, diabetes y pulmonía, que están decidiendo los peruanos. Hay que ser muy soberbio para creer que la gente no sabe lo que está escogiendo. Aquí la disyuntiva va por el lado de los que buscan la protección del autoritarismo populista, frente a los que se atreven a cambiar. Aunque eso signifique jugárselas. Porque quien no se la juega no puede ganar.
Fuente: Diario La Primera
Puntuación: 1.50 / Votos: 2