Por Saúl Bermejo Paredes (Bajo la lupa)
El siglo XXI no puede ser visto con las mismas concepciones y políticas que caracterizaron al siglo anterior, es necesario una apertura hacia el cambio y la reforma, junto al derrumbe de los dogmas y los paradigmas tradicionales. Nuestros pueblos atesoran y son la fuente milenaria de experiencias, sabiduría, ciencia y tecnología que queremos aportar y conjugar con el mundo globalizado. La ciencia y la tecnología moderna, no pueden darse el lujo de ignorar y desestimar aquello que implicó miles de años de vida del hombre de estas tierras. Los cambios tanto estructurales como cognitivos o jurídicos, tienen que organizarse y operar desde las mismas condiciones culturales, lingüísticas, económicas, culturales y socio-históricas en el que se encuentran nuestros pueblos e insertarse creativamente en la sociedad de la información y del conocimiento.
Un desarrollo disociado de su contexto humano y cultural es un crecimiento sin espíritu. En la concepción indígena no cabe la mercantilización de la madre Tierra para aspirar al desarrollo, esto equivale _entre otras acepciones_ a decir: “no se puede vender a quien da la vida y provee de sustento para vivir sólo el ahora sin importar lo que vendrá después”. En la epistemología indígena no existe un concepto lineal de vida _sino holístico y cíclico_ que establezca un estado anterior y posterior. No es admisible pensar: “estamos mal ahora, estaremos bien después”. Lo lógico en nuestra cultura es: “tenemos que estar bien ahora para seguir bien en el futuro”. Bajo este pensamiento, no se trata de vivir como sea (con plomo en la sangre para arañar migajas de bienestar), sino vivir con DIGNIDAD. Esto es el buen vivir, que supera al concepto de desarrollo.
Paradójicamente, en la coyuntura actual, el concepto de desarrollo está asociado al crecimiento económico. Los indicadores de crecimiento económico, dependen _en nuestro país_, de la venta o concesión de los recursos naturales (materia prima), a las grandes transnacionales o capital extranjero. La actividad minera ha demostrado ser la más rentable en los últimos años. Sin embargo; el costo (no económico) social, ambiental, cultural, etc. es incalculable e irreversible. Este modelo de desarrollo está depredando e hiriendo de muerte a la madre naturaleza al contaminarla y dejar sin vida a nuestros ríos y lagos, principalmente. Y por otra parte, ha permitido el empobrecimiento sistemático de nuestros pueblos, particularmente indígenas, a pesar de tantas ganancias retiradas. No existe ninguna evidencia, para mostrar al mundo que la minería ha sido responsable (con la madre naturaleza en particular) en nuestro país; por el contrario, ríos cobrizos sin vida y niños con plomo en la sangre abundan por todas partes donde está la actividad minera (La Oroya por sólo citar un ejemplo).
Definitivamente, requerimos de otro modelo de desarrollo, de otro orden jurídico, de otro tipo de relaciones que permitan FLORECER y no morir. Ésta es una oportunidad histórica que no podemos desperdiciarla. En medio de toda crisis, “algo nuevo” nace. Construyamos y hagamos realidad esa nueva utopía, porque un mundo mejor para todos y los que vendrán, sí es posible.
Fuente: Servindi