Por Antonio Zapata
La mejor biografía de María Elena se debe a Diana Miloslavich y en ella se halla buena parte de la respuesta. Diana era una amiga cercana y compartió bastante su última temporada. En su texto, enfoca la clave del asesinato al contar qué pensaba y cómo vivía María Elena, que era limeña, nacida en Barranco en una familia afroperuana, de la que estaba orgullosa, porque se sentía negra muy a gusto. Sostenía haber heredado una tradición de liderazgo que siempre la impulsó en Villa El Salvador, donde se trasladaron desde la fundación.
Era una persona anónima hasta mediados de los años ochenta, cuando el Perú se sumergió en una crisis económica muy honda, que licuó los ingresos de la población. Además, fue un empobrecimiento súbito que se profundizó durante toda esa década. En ese contexto, las mujeres de los barrios populares se cargaron al hombro la responsabilidad de salvar a sus familias de la hambruna.
Ellas se organizaron para resolver juntas el drama. Era la primera vez que las mujeres de los Conos salían de sus hogares para asumir funciones sociales. Ellas participaron en dos programas masivos: los comedores populares y el vaso de leche. Este segundo, fruto de una iniciativa de la Municipalidad de Lima, dirigida por Alfonso Barrantes.
En los comedores también hubo colaboración externa, pero en ambos casos, las mujeres se organizaron y realizaron compras masivas, para cocinar y preparar la leche por turnos, ahorrando y canalizando colaboraciones institucionales. No hubo clientelismo, porque estas mujeres crearon nuevas instituciones y se sintieron dueñas del mundo como nunca antes lo habían sido.
La lideresa del proceso fue María Elena Moyano. Era carismática y sabía comunicar, con inteligencia y entusiasmo. Con ella apareció un liderazgo femenino popular que apostaba por Izquierda Unida. Era partidaria de la justicia social y creía en las elecciones como canal para lograrlo. Esa convicción resume su trayectoria y le fue fatal.
Paralelamente, Sendero Luminoso había concluido su primer Congreso y en una sesión de su nuevo Comité Central tomaron la decisión del “equilibrio estratégico”. Esa medida implicaba trasladar cuadros y recursos a Lima, para librar una batalla decisiva, que los proyectara hacia el poder, único objetivo según declaración propia. Querían tomar control de los barrios populares para cercar la ciudad desde dentro. Su obstáculo era la dirigencia popular independiente, mayoritariamente simpatizante de IU.
María Elena estuvo en el centro de la contradicción. Sendero tenía que quebrar IU y la eligió como símbolo. Como siempre habían hecho, se abrieron paso a balazos. No dialogaban ni conversaban, más bien amenazaban y mataban. Al tomarla como paradigma a destruir, quienes la asesinaron quisieron que desaparezca tanto ella como su espíritu, por eso destrozaron el cuerpo. Pero, ahí mismo empezó su declive, porque pocos meses después cayó Abimael Guzmán en manos de la policía.
El senderismo como amenaza al Estado ha desaparecido, pero esos años trajeron una violencia que ha continuado, ahora como delincuencial. La inseguridad que se vive hoy se debe al narcotráfico y al crimen, pero comenzó en los años ochenta, cuando se hizo sentido común que la vida vale poco y que se puede matar para realizar nuestra voluntad. Por ello tenemos hasta niños sicarios, como ese chico trujillano que ha matado tres personas al hilo hace pocos días.
Fuente: La República