Por María Julia Mayoral*
García Linera es investigador, profesor universitario, autor de decenas de libros sobre teoría política, régimen económico, movimientos sociales y sistema democrático.
Intelectual comprometido con el proyecto político de un gobierno de liberación, fue electo vicepresidente en 2005 y nuevamente en 2009, acompañando al primer mandatario indígena en la historia de Bolivia, Evo Morales Ayma.
Tres ciclos
Historia siempre marcada por la emergencia de pueblos indígenas en la lucha por sus derechos y la construcción de alternativas de vida frente al señorío colonial y luego a la dominación republicana, razonó el analista, al intervenir en La Habana en la inauguración del premio literario Casa de las Américas.
En esa sucesión de acontecimientos, hay un primer ciclo, el colonial, que podemos denominar katarista, por Túpac Katari y mujeres como Batolina Sisa, cuyos nombres sintetizan una gran sublevación continental, presente en parte del sur de Perú, el norte y el centro bolivianos entre 1780 y 1783.
Lo interesante de la sublevación katarista es que, a diferencia de la peruana, no estará liderada por las elites indígenas, que en Bolivia tenían mecanismos de intermediación y supervivencia con la dominación colonial, sostiene el investigador.
Eso es lo que explica la victoria reiterada del presidente Evo en las elecciones, especialmente en la zona del campo, explica García Linera.
La propuesta katarista no solamente fue por el lado de suprimir los elementos más agresivos de la represión colonial; en su radicalización se propuso un tipo de autogobierno indígena, con sus estructuras de mando, deliberación y acatamiento unánime de las decisiones como sucede hasta el día de hoy, evalúa el académico.
Los indígenas, analiza García Linera, se adelantaron 30 años a lo que fue un nuevo esfuerzo continental de emancipación, ya no tanto a cargo de originarios, sino de mestizos.
De tal modo, hubo un desencuentro en la historia, “por eso cuando en América Latina se constituyen las repúblicas, lo harán sobre las espaldas de los indios en la continuidad de la mica (trabajo forzoso en las minas), del tributo, las haciendas y de la exclusión de los indígenas de los derechos públicos”.
Quedarán constituidos los poderes republicanos, concediendo ciudadanía a quienes tienen propiedad, saben hablar castellano y poseen ingreso fijo; es decir, a todos los que no son indios.
Es la República de la minoría y de la propiedad, con indígenas y mujeres excluidos de los derechos de votar y ser elegidos, de los derechos de propiedad y de participar en la formación de los cargos públicos, sintetiza el profesor.
Al decir del experto, a fines del siglo XIX resulta evidente la autoridad dual con la que emergen los caudillos indígenas. Ese Willka, figura suprema en la estructura de mando indígena, será al mismo tiempo autoridad delegada de los mestizos.
Gradualmente la participación indígena presentará una dinámica autónoma, con programa de gobierno y poder independiente que retoma exigencias del pasado como la restitución de las tierras comunitarias, sometimiento de todos los bolivianos al mando indígena y obligatoriedad en el uso de los idiomas originarios.
Plantearon a la vez un tipo de federalismo plurinacional con la coexistencia del poder de los indígenas en paralelo al de los mestizos.
Nuevamente los indígenas fueron derrotados, las elites mestizas volvieron a unirse, traicionaron a los caudillos indígenas, los apresaron, persiguieron, y enjuiciaron y asesinaron a una buena cantidad.
Tras aquel fracaso hace 100 años, las sublevaciones indígenas en el transcurso del siglo XX estuvieron marcadas por episodios fragmentados. Ni la revolución nacionalista de 1952 arrojó el fruto deseado; prometió a todos igualdad y ciudadanía pero sólo si se convertían en asalariados, propietarios y castellano hablantes.
Pese a los intentos de homogenización, en Bolivia el poder seguía basado en las mismas pautas; “ser indígena era sinónimo de campesino, obrero, miembro de una clase dominada, en tanto ser blanco o mestizo significa ser partícipe de las estructuras de dominación o de las clases medias ascendentes”.
Impulsado por los desencantos, surgió en los años 70 un movimiento político-cultural, inicialmente más cultural que político de reivindicación nuevamente del indígena.
Segunda diferenciación, los indianistas plantearán al indio como sujeto de emancipación y esa será su virtud. Los kataristas ven al indígena como un sujeto de reivindicaciones que debe andar junto o acompañar el liderazgo de otros sectores de mayor vanguardia como pueden ser los obreros o los estudiantes de las clases medias.
Al momento de ubicar cómo se resuelve el asunto del poder en el país, el indianismo de entonces se paraliza, no da respuesta y tiende a inclinarse al tema de la conciencia y la moral para reivindicar derechos históricos usurpados, resume el especialista.
El katarismo, con una lectura más flexible de la emancipación y la lucha del pueblo indígena, tendrá a juicio de García Linera la virtud de buscar estrategias de acercamiento y articulación con otros sectores, pero en ningún momento ubicará al mundo indígena como sujeto conducente de la emancipación.
Una discusión que quedará en parte neutralizada a partir del proceso de cooptación llevado adelante por la corriente neoliberal conservadora del país. Es el tiempo en que varios kataristas se unen al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada “para participar en el gobierno, no como factores de decisión sino en calidad de adorno cultural”.
Estaba claro el despertar del movimiento indígena y los sectores conservadores se adelantan para intentar cortar ese proceso y canalizarlo en el contexto de una lectura neoliberal.
Otro grupo más pequeño y menos influyente dentro del movimiento indígena se radicalizará y asumirá la lucha armada.
Tiempos de Evo Morales
Al término de los años 90, tendrá lugar un momento decisivo en ese tercer ciclo de la construcción de la voluntad de poder del mundo indígena.
Cuatro organizaciones campesinas e indígenas -las más importantes de Bolivia- se reúnen en 1995 para asumir una decisión: la constitución de lo que ellos denominarán el instrumento político, en otras palabras, una estrategia para la toma del poder.
En un gran encuentro orgánico discutirán un tema que desde el punto de vista de las ideas del movimiento popular boliviano representa una ruptura histórica, evalúa el Vicepresidente.
Indígenas y campesinos recuperan ese debate de los años 60 y 70, pero dan un paso más adelante, los sindicatos se plantean que deben ser las fuerzas comunales y las propias federaciones y confederaciones las que deben tomar el poder.
Nace entonces un instrumento por la soberanía de los pueblos que luego se va a denominar MAS (Movimiento al Socialismo).
El MAS, indica García Linera, constituye una organización flexible de movimientos y organizaciones sociales, no un partido de cuadros. Es fundamentalmente una estructura política que asocia de manera confederada a federaciones, confederaciones, gremios agrarios y campesinos; una coalición que deviene partido desde la perspectiva de la búsqueda y la toma del poder.
El segundo punto de debate en los años 1995, 96 y 97 es ¿cómo se toma el poder?, ¿cuál es la vía en términos leninistas? “La respuesta que se dan los indígenas es movilización, construcción de poder y vía electoral”.
Llegan a la conclusión de que la única manera de hacerse oír ante el Estado colonial, racista y discriminador es movilizándose. Marchas, bloqueos, paros y sublevaciones formarán parte del repertorio histórico que en ascenso irá asumiendo el movimiento indígena-campesino en los siguientes años.
Dentro de las zonas tomadas sustituirán las relaciones parlamentarias por las deliberaciones comunitarias en asambleas, donde definen el curso de los acontecimientos, el orden interno de la sociedad local, el acuerdo o el desacuerdo con las políticas del Gobierno, distingue García Linera.
En aquellos momentos había otra interrogante clave: ¿con quiénes se toma el poder? Es decir, las políticas de alianzas.
La decisión fue unificar al movimiento indígena-campesino en un solo bloque en torno a Evo Morales, entonces dirigente de la federación de campesinos del trópico de Chapare, para luego ir a la articulación con otros sectores, detalla el analista.
“Antes que el presidente Evo fuera electo en diciembre de 2005 con el 54 por ciento de los votos, las comunidades habían decidido que él sería el presidente de Bolivia.”
Crisis y salida del empate catastrófico
Primero. La articulación del movimiento indígena en torno a una necesidad y a la defensa de lo común.
Gobiernos neoliberales habían privatizado los recursos públicos de hidrocarburos, electricidad, líneas férreas y aéreas, múltiples fábricas del Estado. Un ciclo que se completó con la entrega de recursos públicos a intereses privados extranjeros.
Surgirá la crisis de Estado en el momento en que el movimiento indígena-campesino tendrá capacidad y fuerza de movilización territorial, con un programa de poder alternativo en base a la nacionalización de los recursos naturales, la convocatoria a Asamblea Constituyente y la presencia de indígenas en la toma de decisiones en el país.
En poco tiempo la crisis de Estado entrará en la dimensión de empate catastrófico usando un concepto del teórico marxista Antonio Gramsci. La corriente de poder de las elites neoliberales no podrá derrotar ni tampoco sobreponerse al otro proyecto de poder que emerge del movimiento indígena-campesino.
Es en medio de ese embate catastrófico que el presidente Evo Morales asume el gobierno en enero de 2006 con el respaldo del 54 por ciento de los electores. Votan por él indígenas y no indígenas, campo y ciudad, clases medias y trabajadores.
Sin embargo, hay un pedazo de Bolivia que todavía se resiste al cambio, la llamada Media Luna, un sector de la zona del oriente donde las elites terratenientes tienen un poder cultural y político más sedimentado y el movimiento obrero y campesino todavía no ha logrado horadar las estructuras de poder basadas en la propiedad de la tierra.
El cuarto y definitivo momento de la Revolución es el llamado punto de bifurcación, que en el caso de Bolivia se dará entre los meses de agosto, septiembre y octubre de 2008, cuando el gobierno de Evo Morales será objeto de un proceso rumbo al golpe de Estado.
Durante 20 días, ni el Presidente ni los ministros pueden estar presentes ni aterrizar en cinco de los nueve departamentos del país. Tres semanas en que las autoridades electas para los cargos intermedios en esos grandes territorios son desconocidas por las elites locales.
Fue el momento más tenso que atravesó nuestro gobierno, recuerda García Linera. “Convocamos a las milicias, al alto mando, el presidente Evo se fue para una reunión con los dirigentes sociales, la idea era planificar la recuperación del territorio, lo que combinaba movilización social y lealtad de las fuerzas armadas”
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Finalmente, la derecha acepta su derrota, se repliega. Hoy, sostiene el Vicepresidente, tenemos un nuevo Estado en consolidación.
A vista cercana, estima, no hay una derecha agresiva con capacidad para disputar el poder y si surgen tensiones en el país es más bien al interior de las propias fuerzas populares, indígenas y campesinas.
Anhelos hechos programa
Estado plurinacional, precisa García Linera, es igualdad. Conformamos una nación estatal en cuyo interior existen 36 naciones culturales, respetadas en su idioma, cultura y tradiciones, en la totalidad de las instituciones del Estado, pero a la vez con la fuerza creativa de una sola nación estatal que llamamos Bolivia.
Significa igualdad de los pueblos indígenas de ser electos y participar en las instituciones del Estado y reconocimiento a su racionalidad en el sistema judicial, que junto a la justicia ordinaria incorporó la justicia indígena comunitaria en igualdad de condiciones.
La segunda tarea planteada por el movimiento indígena -y que obtuvo la aprobación de la población a través del votoâ-, es la desconcentración territorial del poder.
A partir de la nueva Carta Magna, el país constituyó un parlamento plurinacional y nueve parlamentos regionales con facultad legislativa en un margen de competencias constitucionales sobre las cuales pueden deliberar y decidir.
Concebimos la nacionalización de las industrias estratégicas, explica el Vicepresidente, como una forma de garantizar el control del excedente de las riquezas y el abastecimiento de servicios básicos, bajo lógicas de valor de uso y no necesariamente bajo lógicas de valor de cambio.
Otro punto estriba en desarrollar una dinámica compleja de industrialización y modernización, que otorga espacios propios a la economía de escala, a la pequeña producción, y a las economías comunitaria y campesina. Ninguna debe desaparecer ni subvalorarse.
El vivir bien, como horizonte de vida, es la relación dialogante del ser humano con la naturaleza. Marx hablaba en 1844 de la necesidad de naturalizar al ser humano y de humanizar la naturaleza.
“En otras palabras, ubicar al ser humano como objeto de satisfacción de necesidades y ubicar a la naturaleza como objeto de práctica dialogante y vivificante para garantizar la satisfacción de las necesidades de los seres humanos.”
Desafíos inevitables
“Somos un gobierno de movimientos sociales, pero gobierno es poder centralizado y movimiento social es democratización de las decisiones, ¿cómo coexiste monopolio con democratización?”
Considerarnos un gobierno de movimientos sociales equivale a reconocer esa tensión. “¿Cómo coexisten concentración y descentralización del poder?, estamos aprendiendo a buscar respuestas a cada problema, pero no hay solución que no sea vivir la contradicción permanentemente”.
La segunda tensión está en la relación entre industrializar y vivir bien. Industrializar significa utilizar la naturaleza en beneficio humano, perforar pozos de petróleo y gas, abrir caminos por los parques y bosques, utilizar el agua para tener electricidad, en fin, afectar a la naturaleza.
¿Cómo quedan equilibradas necesidades humanas básicas y necesidades naturales básicas? No sirven aquí ni la lectura de Organizaciones No Gubernamentales, que recomiendan la conservación a ultranza de la naturaleza, ni la idea decimonónica de partir, atravesar y destruir lo que sea con tal de generar riqueza.
Hay que vivir la tensión, admite García Linera, sabiendo que debemos movernos en los dos ámbitos, el vivir bien de las actuales generaciones y el preservo de la naturaleza para las siguientes.
¿Puede el Estado crear comunidad o es la comunidad la que tiene que emerger como vitalidad de la sociedad? ¿Qué le toca hacer a un Estado revolucionario?
¿Su función sería simplemente crear condiciones favorables para que la comunidad emerja como construcción colectiva de la propia sociedad? Estado o comuna, comuna o Estado, ese es otro de los debates, razona el académico.
En el caso de Bolivia, nos dijimos: hay que nacionalizar las empresas privatizadas para lograr beneficios universales, hay que hacer una Asamblea Constituyente para que indígenas y mestizos, empresarios, profesionales nos juntemos y hagamos por fin un país para todos, define el político.
El movimiento social se planteó objetivos universales, es el momento de ascenso, pero luego tendrá sus momentos de reflujo y descenso, entonces aflora el corporativismo: que las cosas logradas sean solo para mí y no para el resto.
“¿Qué hacemos ahí? Es un reclamo: los indígenas de tierras bajas son 300 mil y los de tierras altas cinco millones, ¿no tienen estos últimos o un mestizo el mismo derecho a tener una o dos hectáreas en tierras bajas? Lo tienen, es un derecho de igualdad, pero urgió la tensión.”
Normal, responde García Linera. “Son tensiones al interior del pueblo que tiene todo proceso revolucionario, es la tensión entre lo común-universal y lo particular-corporativo”.
Por estas tensiones, insiste, iremos atravesando, es parte del flujo y reflujo del movimiento social.
En resumen, ¿cómo hacer coexistir permanentemente lo universal con lo particular, movimiento social con Estado, industrialismo con respeto a la naturaleza, comunidad con poder estatal?
*María Julia Mayoral es jefa de la Redacción Suramérica de Prensa Latina.
Fuente: Prensa Latina: http://www.argenpress.info/2011/01/bolivia-y-la-emancipacion-indigena.html