Por Danilo Arbilla
Resulta caprichoso, contradictorio, y hasta frívolo, que los medios hayan destinado más espacio y tiempo al caso de los 33 mineros chilenos que al de los pobres haitianos. Son esas cosas de la naturaleza humana o del periodismo, parece que el dolor o las historias individuales con nombre y apellido conmueven más, llaman más a la solidaridad de los semejantes, venden más.
Pero nadie puede darse por no enterado de lo que pasa en Haití. No puede no conseguirse 200 millones para resolver de raíz el problema. Tantos soldados y tantos aviones que todos los días salen por el mundo, ¿no podrían destinarse algunos por unas horas a Haití, sin armas, con palas para limpiar los basurales y cargar los aviones, no con bombas sino con tanques de agua potable, y que se lleven de vuelta la basura?
¿Y la OEA? Es en este tipo de situaciones donde se pone a prueba la utilidad de una organización como la OEA. Por supuesto que está ausente. Es que todos sabemos que no sirve. Como no ha servido en el conflicto entre Costa Rica y Nicaragua ni en otros diferendos entre sus miembros, que son en los que realmente debe tratar de conciliar, y si es posible arbitrar o, en casos como el de Haití, convocar el esfuerzo y el aporte de todos para rápidamente llevar la ayuda y la solución al consocio en apuros. Pero la tarea hasta ahora ha sido prestarse a acompañar los más tristes sainetes regionales por un lado, y por el otro callarse cuando ha debido hacer sentir su voz firme y clara en defensa de los principios de libertad y democracia, que fundamentaron su creación .
Pero no perdamos tiempo en cosas ya sabidas; insistamos para que nadie se olvide ni dé vuelta la cara frente a la tragedia de Haití.
Fuente: La República