Por Katu Arkonada*
Sergio Almaraz Paz: Réquiem para una república. El tiempo de las cosas pequeñas.
Parece ya olvidada la heroicidad y desprendimiento de los movimientos sociales, que facilitaron, con su lucha y también sus muertos, el fin del ciclo neoliberal y la apertura de un nuevo proceso político. Las guerras del agua o del gas fueron, además, luchas referenciales no solo en Bolivia, sino a nivel global, como parte de un proceso de resistencia desde las periferias al sistema mundo capitalista y su globalización imperialista.
Esa identidad y lucha, continuada incluso después de la victoria electoral de 2005, durante la Asamblea Constituyente en 2006 y 2007, parece que ha llegado efectivamente a un punto de bifurcación, en el que no se sabe si el camino escogido lleva a una verdadera alternativa política que recoja la identidad de la lucha.
Propuestas para la transición
La plurinacionalidad debe ser, efectivamente, uno de los horizontes a seguir, pero no para mantener el actual Estado-Nación con concesiones pluralistas, sino para lograr una transformación radical del Estado bajo parámetros descolonizadores, debiéndose reforzar, además, las autonomías indígenas como punto de desconexión, de transformación de las viejas estructuras del Estado hacia otro modelo descolonizador y descolonizado.
En ese sentido, es necesaria la industrialización del país, pero solo si la entendemos como una necesidad transitoria hacia otro modelo, para salir de la matriz económica actual, extractivista, y lograr una complementariedad de todos los modelos económicos del país, con un enfoque territorial y ecológico, y en armonía con la Madre Tierra, con la Naturaleza y con los pueblos y nacionalidades del Estado Plurinacional de Bolivia.
En el mismo sentido, se puede tolerar un capitalismo de Estado si es para liderar la transición, pero no asumiendo el rol de los movimientos, verdaderos conductores de este proceso, mismo en este etapa de reflujo, sino para lograr un Estado regulador, interventor y distribuidor, que nos encamine hacia otro modelo, logrando una complementariedad también entre los distintos tipos de economía, estatal, privada, cooperativa y comunitaria. En cualquier caso, ese capitalismo de Estado (¿o debemos llamarlo capitalismo andino-amazónico?) no puede sostener viejas formas y estructuras del Estado neoliberal, como sustentar el entramado económico sobre el Decreto Supremo 21060, que tanto daño ha hecho al movimiento obrero.
La economía boliviana sigue viviendo del extractivismo, y si bien las reservas internacionales están sobre los 9.200 millones de dólares, las reservas de la banca privada también están en niveles altísimos, habiendo obtenido tan solo en el primer cuatrimestre de 2010 utilidades de 42 millones de dólares. Nacionalización e industrialización de los recursos naturales estratégicos sí, pero como transición al post extractivismo también.
América Latina es el continente con más inequidad del planeta, y Bolivia se mueve en parámetros muy cercanos a ese indicador continental, en el que un incremento del Producto Interior Bruto no se manifiesta en mayor igualdad, sino a veces en lo contrario.
Por no hablar de la reproducción de formas de poder que debieran estar ya superadas hace tiempo. Formas de poder obsoletas que buscan preservar el (su) poder. Funcionarios y/o políticos/as que toman decisiones en nombre del pueblo al que dicen representar, estando totalmente alejados de los movimientos sociales y pueblos indígenas que han puesto en marcha este proceso.
Todo ello conduce a un nacionalismo popular, peligroso en cuanto a que el instrumento se puede convertir en un fin en sí mismo que hace perder la perspectiva, y obliga a autoreproducirse, mismo que sea a costa de alianzas con el enemigo político, o divisiones de la propia base social que te ha llevado al poder.
No solo seria urgente y necesario volver a la agenda de octubre para reencauzar el proceso, sino también rayar una cancha con líneas rojas, líneas que el Estado nunca debiera traspasar, ni aunque un traspaso temporal permitiera por ejemplo ganar un conflicto local, aumentar los indicadores macroeconómicos, o conseguir un préstamo de la banca multilateral. Esas líneas están definidas en las luchas de los movimientos sociales y pueblos indígenas, y debieran convertirse en la brújula del actual proceso.
No es mala opción en esta etapa la de transitar por un modelo cercano al socialismo, con base en lo comunitario, como opción que recupere la identidad de las luchas, que destierre las viejas prácticas capitalistas y neoliberales mediante transformaciones estructurales socioeconómicas, pero sin embargo, en Bolivia contamos con la posibilidad de construir un modelo propio, precisamente desde el retorno a nuestra propia identidad como pueblo.
Modelo civilizatorio y cultural alternativo
Un modelo que rompe la relación dicotómica entre ser humano y naturaleza, y nos invita a formar parte de una comunidad en que la que nos interrelacionamos con la Madre Tierra.
Solo asentados en el paradigma del Vivir Bien como base de un nuevo proyecto político podemos entender una transición desde el viejo modelo, y el viejo Estado, hacia otro modelo civilizatorio, otro modelo de Estado y otro modelo de desarrollo.
Solo desde el Vivir Bien podemos superar las contradicciones y la coyuntura de múltiples crisis en la que estamos viviendo, crisis financiera, alimentaria, energética…y construir otro modelo de sociedad y de Estado.
Ya tenemos una herramienta para poder encaminarnos hacia este nuevo modelo, que es la Constitución Política del Estado, surgida de la Asamblea Constituyente, y los próximos meses la batalla va ser por la definición de los diferentes modelos y rumbos políticos de la transición en base a diferentes interpretaciones de la Constitución.
Recuperar la identidad
Ahora es el momento, con una derecha derrotada políticamente, todavía con algo de resistencia a nivel mediático o económico, pero sin capacidad de articularse ni de disputar poder político. Ahora que el mayor peligro puede venir desde dentro, es necesaria la reflexión colectiva, la preparación de cuadros políticos bajo este nuevo horizonte, hay que articularse y resistirse a los y las que, alejadas de los movimientos y sin capacidad para entenderlos, quieren conducir una transición hacia formulas ya experimentadas y fracasadas.
Albert Camus decía lo difícil que es asistir a los extravíos de una revolución sin perder la fe en la necesidad de la misma. Hoy en día, y por encima de las contradicciones, el proceso avanza, no se sabe si gracias a las decisiones que se toman o más bien a pesar de ellas, pero hoy en día es más necesaria que nunca una verdadera revolución, democrática y cultural, que comience por una descolonización del poder, del ser y del saber, desmontando los andamiajes del colonialismo interno, y que abra y visibilice la transición hacia un nuevo modelo civilizatorio y cultural, más allá del capitalismo y de la modernidad, y que construya el nuevo Estado plurinacional, autonómico, comunitario, intercultural, descolonizado y descolonizador.
* Katu Arkonada es miembro de la Alianza Latinoamericana de Estudios Críticos sobre el Desarrollo
** Agradezco a Boaventura de Sousa Santos, Raúl Prada, Oscar Vega e Isabella Radhuber por sus comentarios a este análisis.
Fuente: Servindi