Ramiro Escobar
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Hoy mismo, en el Medio Oriente, la obsesiva escaramuza que protagonizan palestinos e israelíes tiene, en el medio y aunque a veces sea un tema silenciado, la escasez de recursos hídricos en Cisjordania. Un reciente informe del Banco Mundial lo explicita dramáticamente: un 20% de ellos iría para los primeros y un 80% para los segundos.
Se puede tener el ‘líquido elemento’, pero poblado de coliformes y otras miasmas.
Es lo que viene sucediendo en algunas poblaciones, indígenas o campesinas, a nivel mundial: se instala una empresa, para extraer minerales o hidrocarburos, y los cuerpos de agua suelen contaminarse, a pesar de los cuidados (acá en el Perú, una comunidad cacataibo acaba de denunciar a la empresa Proyect World Green por ese motivo).
De allí que resulte muy interesante, a la luz –u oscuridad– de estas injusticias comprender el concepto de ‘territorio’ tan vigente entre los pueblos originarios. La tierra sola no es nada, cobra sentido por todo lo que alberga o abriga, quizás especialmente el agua. No se pelea, en suma, por un terreno; lo que provoca pasiones son los recursos de ese espacio.
Las cifras que la ONU ha soltado, a propósito de la sedienta celebración, son, por último, desoladoras. Una de ellas dice que el agua contaminada mata más gente que las guerras. Otra, que hay 1,200 millones de personas en el mundo que no se abastecen de agua de manera básica. La contaminación y la sed sí que son un arma de destrucción masiva.
Fuente: La República