Por Ariel Segal
asegal@larepublica.com.pe
Obama habla de manera suave, y hasta ahora se ha empeñado en promover el multilateralismo, pero su país está en guerra en Afganistán y contra Al Qaeda, y en el horizonte se divisan varios conflictos complejos que tendrá que enfrentar, entre otros, el de la posibilidad de Irán intentando construir armas nucleares. Cuando el galardonado es el presidente de la mayor potencia del planeta –por más que su crisis económica haga cuestionar si está en declive– no es de extrañar que abunden interpretaciones tan contrarias como la del Nobel como estímulo para continuar un política conciliatoria (otros la definirían de “capitulación preventiva”), o como un intento de “atar de manos” a Obama en caso de que futuros acontecimientos lo presionen a tomar decisiones bélicas.
Ejemplos de estas excepciones son el Nobel de 1993 a Frederick De Klerk, entonces presidente de Sudáfrica, junto a Nelson Mandela; o el recibido en 1998 por John Hume, líder católico de Irlanda del Norte. En todo caso, el Nobel a Obama, con fragancia a Oscar, bien simboliza nuestros tiempos mediáticos, en los cuales, con perdón de la tergiversación de la frase, “el fin parece justificar a los medios de comunicación”.
Fuente: La República