Por Chachi Sanseviero
En nuestro país los grandes proyectos destinados al fracaso reciben el mismo tratamiento que un desastre nacional. Una convocatoria que reclama fe en los propósitos o solidaridad con las víctimas, según sea el caso, es excitada por un verbo divino que eleva al clímax sus propuestas. En los últimos tiempos sufrimos con más frecuencia esos fuegos fatuos que se desvanecen a la vuelta de un nuevo discurso encendido y condenado a caducidad anticipada. El mensaje a la Nación del presidente y el informe al Congreso del primer ministro se han caracterizado por una verborrea de buenas intenciones como si no estuvieran iniciando el cuarto año de una gestión con visos de desconcierto imparable.
El sábado se cumplen dos años del trágico terremoto que asoló Ica, Pisco y otras zonas del sur chico y ya parece una letanía reiterar el grado de abandono en que aún se encuentran sus habitantes en medio de ruinas y carpas precarias. El presidente colombiano y sus técnicos nos visitaron entonces para compartir su vasta experiencia en un desastre similar cuya reconstrucción les llevó 2 años. Pero el voluntarismo de nuestro mandatario trazó metas más inmediatas para la reconstrucción y hasta prometió una ciudad modelo. La danza de decretos de urgencia agilizando procesos no demoró en llegar junto con los eficientes empresarios constituidos en Forsur y encabezados por el inefabre pollero, quienes al poco tiempo se fueron, afectados quizás por conflicto de intereses.
Una lluvia de millones aún sin rendir cuentas cayó sobre los beneficiados mientras inversiones en puerto, aeropuerto y petroquímica aceitaron un optimismo exultante que hizo las delicias de la prensa crítica mientras los sucesivos ministros de Salud y Vivienda iban y venían en fatal torpeza. Ayer el ministro de Salud declaró que la reconstrucción de hospitales fue afectada por el escándalo de los petroaudios. Otra vez la corrupción y la incompetencia marchan de la mano para hacernos insufrible la vida en este valle de lágrimas.
Fuente: La República