Por Beatriz Boza
El lenguaje no solo sirve para comunicarnos, sino que dice mucho de quiénes somos. Las palabras, los gestos y la entonación dan a entender lo que pensamos, sentimos o queremos. El lenguaje es dinámico y el sentido de una palabra depende del contexto en que se expresa. Mientras mis abuelas se referían a radiolas, tocadiscos y bateas, y hablaban de “prender la luz eléctrica” y “moler en el batán”, hoy vivimos en la era de la música digital, la licuadora y electricidad interconectada a en el ámbito nacional y entendemos perfectamente cuando alguien nos pide que contestemos su “e-mail”, le enviemos un “attach” o hagamos un “cut & paste”, frases que hace dos décadas hubiesen resultado ininteligibles. A diferencia del lenguaje coloquial, el oficial suele ser más difícil que se transforme; queda muchas veces rezagado ante los cambios sociales y frena la adecuación estatal a la cambiante realidad nacional. Quizá esa inercia nos aporta cierta estabilidad ante situaciones percibidas como volátiles. Pero en un contexto de descentralización fiscal, auge de liderazgos regionales y un gabinete que se precia de contar con la presencia activa de profesionales nacidos fuera de Lima, toca revisar cómo nos ubicamos dentro del país. Referencias geográficas, demarcación geopolítica entre departamentos, provincias y distritos, urbe y ruralidad dicen mucho de nuestra cosmovisión.
¿Es provinciano quien nace en Lambayeque, Cusco o San Martín? ¿Siendo Lima también una provincia, no sería provinciano también el nacido en Lima? ¿Es que ser provinciano tiene un significado adicional? ¿Qué dice eso de Lima y qué le hace la capital a sus residentes, donde 51% ya es de provincias según el último censo? Solemos referirnos a Lima y provincias como si aquella no fuera provincia o como si fuese la única ciudad en el país. Hablamos del interior del país como si la sala fuese Lima. Y estas distinciones se enquistan en las clasificaciones oficiales y nos impiden comprender nuestra realidad. Por ejemplo, el INEI habla de “hogares al interior del país” y de “Lima frente al resto urbano”. No bastan estadísticas nacionales agregadas, necesitamos información local desagregada que nos permita ver y sentir lo que pasa en cada rincón. Eso es descentralización. Necesitamos desarrollar juntos el nuevo lenguaje con que queremos referirnos los unos a los otros en un país que —por su geografía, su cultura y su gente— es a la vez amazónico, andino y pacífico.
Fuente: El Comercio