Por Carlos Iván Degregori
El complot
Ya totalmente del otro lado del mostrador, en un artículo publicado el 29 de junio en el diario Expreso, el presidente afirma que nuestros conflictos son fundamentalmente “parte de un conflicto continental”, de una “nueva guerra fría”, azuzada por los extremistas y “los sobrevivientes de la izquierda de los 70”.
Por supuesto que en plena globalización no somos una isla, ni estamos blindados en ningún campo, como el presidente alucinó al inicio de la crisis económica mundial. Pero privilegiar el complot como explicación de los actuales conflictos nos revela a un hombre de ideas agotadas, que ya perdió contacto con su tiempo, que no quiere saber que –para hablar por ejemplo de la selva – hoy los pueblos amazónicos están casi tan globalizados y despiertan más solidaridad en el mundo que la exhausta Internacional Socialista a la que pertenece su partido, sin ser por ello marionetas manejadas desde el exterior.
Para que este discurso fluya, es necesario modificar el contenido semántico de la palabra “antisistema”, antes siempre asociada a quienes estaban en contra del orden democrático. Ahora lo son quienes están en contra de la política económica. De esta forma es posible considerar al fujimorismo, sin pudor y casi con un dejo de súplica, como parte de esa alianza,.
Afirma el presidente que los enemigos no son solo viejos, sino pocos: “mil aquí, dos mil allá…un máximo de 50 mil personas”, pero la clave es que “actúan en los mismos lugares en los que antes (2006) ganó el antisistema”. En realidad, el artículo puede leerse como un grito de ayuda dirigido a las fuerzas políticas y sociales del sistema (económico) para que ayuden a seducir a esos votantes, que el gobierno pareciera declararse incapaz de convencer: que “quiebren el monopolio del grito” y usen el teléfono, la red, los blogs, las radios, porque la prensa tradicional ya la considera mayoritariamente perdida, dedicada a “retroalimentar el terrorismo y el desorden como ocurrió en los 80”. Teniendo en cuenta el importante sector de prensa cercana al régimen o al menos a gusto con el “modelo”, y para un presidente que apela desde su primera frase a la fe, esta es una muestra de “derrotismo” inesperado.
Trazando líneas (y definiendo ejes).
La división sistema / antisistema es el eje central de una política de polarización buscada explícitamente desde el Ejecutivo, el Congreso y ciertos medios. Así, de un tiempo a esta parte ha renacido con fuerza la idea de “trazar líneas” entre “dos modelos enfrentados… el que hemos elegido los peruanos y el de Chávez, Morales” (Simon 27.6.09). La dicotomía es engañosa porque olvida dolosamente a países y personajes tan importantes como Lula, Bachelet, Tabaré Vásquez, ninguno tan genuflexo como el peruano ante la inversión transnacional, pero hasta hace poco definidos como una izquierda inteligente. De esa división en el continente se deriva otra interna, entre “los peruanos de buena voluntad y los que no lo son” (Pablo Bustamante, La Hora N, 26.6.09).
La línea se traza incluso entre los dirigentes sociales y sus bases. Porque “los peruanos somos un pueblo divino” (Bustamante). Pero, según Simon (27.6.09), algunos dirigentes “se vuelven más extranjeros que peruanos”. Por eso el premier se jactaba en el Congreso de haber hablado “con los nativos verdaderos; no con los dirigentes, (sino) directamente con los apus.”
Para una persona que afirma respetar la institucionalidad, esta es una declaración lamentable y bastante paternalista, que encaja bien con la teoría del complot. Porque implícitamente ella nos dice que los “nativos”, en el sentido amplio de la palabra, no tienen agencia, no son capaces de tomar grandes decisiones ni dirigir procesos complejos, ni hacer política. Es del mismo orden de cosas que las viejas afirmaciones, según las cuales tuvieron que ser extraterrestres los que trazaron las líneas de Nasca o construyeron Machu Picchu, o que si hubo civilizaciones en los Andes antes de la llegada de los europeos era porque en algún momento muy lejano llegaron hombres blancos, wiracochas barbudos de los cuales hablan algunas leyendas. Desprecio disfrazado de amor por “las bases” ingenuas, manipulables, pero sobre todo incapaces.
Tanto el saltarse a los dirigentes para hablar con bases supuestamente puras, “buenos salvajes”, como el trazar líneas entre buenos y malos peruanos son estrategias antiquísimas. La primera la repatentó Fujimori en la década pasada. La segunda se confunde con el descubrimiento mismo del Perú, cuando Pizarro trazó su famosa línea en la Isla de Gallo. Aunque ese era otro tipo de divisoria. Volvamos mejor al APRA, que sufrió y practicó esa concepción polarizante de la política. Durante décadas ellos fueron “la antipatria”. Durante décadas, en El Comercio no se podía escribir la palabra APRA. Solo se mencionaba a “la secta”. Hoy se les diría el “antisistema”.
Por su parte, el famoso lema del PAP, Solo el APRA salvará al Perú (SEASAP) era la respuesta desde la otra orilla. Y la historia se prolongó con la izquierda, que gustaba trazar tajantes líneas divisorias dentro de sus propias filas, hasta llegar a Sendero Luminoso, también aquí delirante, pues llevaba esa división hasta dentro del individuo mismo: “Dos banderas [luchan] en el alma, una negra y otra roja. Somos izquierda, hagamos holocausto con la bandera negra”.
Chavistas vs. el último bushista.
Volviendo al plano continental, acusar a Hugo Chávez y a Evo Morales como inspiradores del supuesto complot es menú diario de autoridades del gobierno, dirigentes apristas y voceros del “sistema”. Althaus los ha llegado a llamar parte de un “proyecto hegemónico imperialista”, aunque no sea necesario ser analista internacional para darse cuenta que sin Brasil, México, incluso Chile, es imposible hablar de proyecto hegemónico, menos aún imperialista en América Latina.
Que ambos presidentes viven de la polarización es incuestionable. Pero que García y el APRA han caído hace tiempo en el mismo juego también lo es. Incluso, el premier Yehude Simon reconocía en La Hora N (27.6.09), con la ingenuidad que parece caracterizarlo, que en esta batalla contra el eje del mal, estábamos “algo aislados” en América Latina, porque ni Chile ni Colombia, que deberían ser nuestros aliados naturales se alineaban plenamente con nosotros. Chile por su interés en ganar a Bolivia a sus posiciones sobre el problema marítimo, Colombia por el inmenso comercio que tiene con Venezuela.
Pero con su teoría del complot, las referencias de García a que “en el año 2006 dos modelos políticos y económicos pugnaban por el poder”, y su teoría de la “nueva guerra fría”, el presidente se parece al clásico japonés perdido en una isla, que no se enteró que la guerra había terminado; al neocon que no puede creer que la era Bush y sus ejes del mal haya acabado justo cuando él abrazaba con unción ese credo.
Cayendo en Honduras.
Un día después de publicar su artículo, al señor presidente debe haberle sabido a chicharrón de cebo que su canciller tenga que “condenar enérgicamente” el golpe de estado contra Manuel Zelaya presidente de Honduras alineado con Chávez, Morales y Ortega. Pero también se han pronunciado a favor de Zelaya la ONU; la OEA, la Unión Europea y los Estados Unidos. Como para enseñarle que la realidad internacional es mucho más compleja y no está para ponerse a jugar al complot ni para “trazar líneas” mucho más porosas de lo que quisiera.
Más aún, la torpeza del golpe de Estado en Honduras está convirtiendo a un presidente bastante anodino en protagonista continental. Moraleja: la arrogancia y la desesperación pueden resultar contraproducentes y acabar fortaleciendo con frecuencia a los que llaman “antisistema”.
Ante esta situación, García puede aprender de Obama y tratar de desarrollar una política pragmática, bajando el tono ideológico, dejando de imaginar ejes del mal y de poner en primer plano a “los comunistas”, que es casi como hablarnos de Atahualpa el ecuatoriano contra Huáscar el peruano, cuando ambos países ni siquiera existían. Difícil que aprenda si se lee el artículo del 29 de junio y se cae en el delirium tremens de creer que, como en 1824, Perú sigue siendo epicentro geopolìtico donde la suerte del continente se decide.
La otra posibilidad es que la lección hondureña sea aprendida al revés y se decida a aplastar al “antisistema” antes del 2011. Ya AGP se ha ufanado de que si bien no puede decidir quién será el próximo presidente, si puede impedir que alguien lo sea. Tal como va evolucionando la situación, tendrá que hacerlo a la mala. Al desafuero de siete congresistas del PNP pueden seguirle otros, trayendo nuevamente a la mente 1933, el año de la barbarie y del desafuero de toda la célula parlamentaria aprista. Dado el desprestigio y la actual irrelevancia del Congreso, eso hoy seguramente no sería necesario. Pero sí multiplicar juicios, detenciones o exilios de dirigentes “malos” (que hacen fracasar las mesas de diálogo), para luego –si fuera necesario- terminar votando sin taparse la nariz por Keiko Fujimori.
Fuente: Revista Ideele