Por Bartolomé Clavero*
Si el Consejo de Ministros, como asevera su Presidente, no dispuso, lo que constitucionalmente no le cabe, ni aconsejó, lo que constitucionalmente le corresponde, el operativo militar y policial, entonces las palabras de Yehude Simón están de hecho imputando la responsabilidad por los crímenes ante todo a Alan García. Por otra parte, si lo que se asevera es cierto, no se entiende cómo el entero Consejo de Ministros, con su Presidente a la cabeza, no presentaron de forma inmediata su dimisión fulminante. Con sus palabras, Yehude Simón está también reconociendo la cuota seria de responsabilidad criminal que le corresponde junto a todos sus ministros, con Antero Flores-Araoz y Mercedes Cabanillas en primera línea.
No se olvide que la responsabilidad penal es individual. Responsabilidad al Estado le corresponde en cuanto al importante capítulo de la reparación y la compensación. Son responsabilidades distintas. Tratándose de un crimen de sangre al que se ha llegado por la práctica empeñada de una política genocida, pues busca el “sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial” (Convención sobre la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio, art. 2.c), las responsabilidades individuales podrían depurarse, si la justicia peruana no procede, ante la Corte Penal Internacional y la del Estado, ante la Corte Internacional de Justicia.
Las implicaciones de las palabras del Presidente del Consejo de Ministros ante el Congreso también interesan al escenario del crimen. Si, según afirma, se mantenía una posición de diálogo es porque el diálogo cabía, como indudablemente cabe. Las medidas indígenas de bloqueo de comunicaciones responden a la determinación de defender unos derechos atropellados por decretos y políticas gubernamentales que respaldan y promocionan la invasión empresarial de sus territorios y depredación consiguiente de sus recursos. Es una posición la indígena con buenas razones de derecho, a la luz tanto del derecho constitucional peruano como del derecho internacional de los derechos humanos, mientras que el Gobierno no ha hecho ni el intento de formular la suya en términos jurídicos, constándole como le consta que carece de razones de derechos ni constitucionales ni humanos o de derechos sin más. Su lenguaje es el de los intereses con el añadido encima de un racismo rampante.
No debe pasarse por alto que las explicaciones suplementarias de Yehude Simón ante el Congreso, tras intentar en vano desprenderse de responsabilidad, abundan, con lenguaje ciertamente menos combativo, en el racismo paladino del que hace alarde estos días el Presidente de la República Alan García. Mirando a las víctimas, se identifica emotivamente con las de la policía al tiempo que guardan un silencio vergonzoso sobre las indígenas. Para Simón y García, las unas merecen conteo y honores; las otras, ocultación y desprecio. Según la perspectiva expresada por los máximos responsables de la política peruana, la que está inspirando sus decisiones, se trata de nosotros y ellos, de gente de razón y gente irracional, de defensores naturales e infractores inveterados del orden, de peruanos e indígenas.
Todavía peor. Tanto Simón como García presentan el conflicto como si se estuviera poco menos que produciendo una invasión del Perú, como si los indígenas fueran invasores en sus propios territorios, los territorios que son suyos desde antes de la existencia de la República del Perú. La misma inverosimilitud de las palabras de Yehude Simón sólo se explica en este contexto de convicciones racistas profundas. Dándose por hecho que las palabras se dirigen a gentes igual de racistas, se muestran confiados en que se les de crédito. El insulto se añade al crimen. Naturalmente, por mucho que el delito de política y de acción genocidas pueda considerarse flagrante y confeso, no digo que, antes de que haya condena mediante el debido juicio con todas sus garantías, todos los mencionados sean criminales, pero el criminal también se caracteriza por buscar, ante las evidencias, complicidades.
Encuentro este comentario por internet: “El libreto ha sido decir aborigen malo, gobierno bueno, aborigen perro del hortelano, gobierno defensor de la democracia. El maniqueísmo simplón del gobierno hasta podría ser divertido dentro de su frivolidad, si no fuera porque ha costado ya muchas vidas humanas“. Espero que al autor o a la autora no le importe que las haga mías. Lo peor ahora es que la situación provocadora de muertes se mantiene. El Gobierno no deroga los decretos lesivos de derechos indígenas y, por esto mismo, no levanta el estado de suspensión de libertades personales y políticas indígenas.
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* Bartolomé Clavero es jurista e historiador español, especialista en historia del Derecho. Es catedrático de la Universidad de Sevilla y miembro del Foro Permanente de las Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas en representación de los estados de la Unión Europea.
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Fuente: Blog de Bartolomé Clavero