Por César Hildebrandt
Pocas veces he escuchado tamaña cantidad de imbecilidades. Y pocas veces se ha visto tan concertada alianza de débiles mentales.
A ese coro de ceniza se sumó, por supuesto, la irremediable señorita Lourdes Alcorta, empeñada siempre en ser tanto ordinaria como fascista.
“Váyanse a vivir a Venezuela”, les gritó la irremediable señorita Alcorta a quienes alcanzaron a protestar por su discurso de sargenta canuta. Demostró así que podría ser la canciller de un gobierno presidido por el cura Romaña.
Mientras ella hablaba, en RPP gruñía la doctora Hildebrandt, especialista en victorias sin sobrevivientes. ¿Su mensaje? ¡Mano dura!
Horas antes, en un ataque radicalmente psicopático, el presidente de la República había alentado el enfrentamiento fratricida comparando a los policías asesinados en Bagua con los peruanos que defendieron –como él jamás lo haría- el morro de Arica en la infame Guerra del Pacífico.
García tenía ayer voz de Duce, ademanes de matón, mensaje de irresponsable, regodeo de “general victorioso” (en el mejor estilo de Hermoza Ríos).
Daba vergüenza el presidente de la República.
Pero daba más vergüenza la Comisión de Defensa apagando las luces para que todos vieran “la prueba decisiva” que demostraría la intromisión del Partido Nacionalista –y por ende de Venezuela, Bolivia y hasta Ecuador- en el asunto de la selva alzada.
Y se apagaron las luces y apareció, rescatada del harén periodístico de Montesinos y de las oficinas del señor Schutz padre, la señora Mónica Delta.
“Vean ustedes qué congresistas alentaban a los nativos”, dijo la señora Delta disfrazada de Cecilia Valenzuela y alertando al país desde el canal del ciudadano israelí (y deudor nativo de la SUNAT por 54 millones de soles) Baruch Ivcher Bronstein.
Y, en efecto, una voz de reportera urgida salió de las tinieblas para decir que ahora sí los televidentes tendrían ante sí la pieza que faltaba.
¿Y cuál era esa pieza?
Pues que cuatro congresistas del Partido Nacionalista estaban en la selva, en una asamblea comunal, alentando a los huelguistas, adhiriéndose a su pliego peticionario y, en suma, haciendo la clase de política que la Constitución les permite, la ley de partidos no les veta y el sentido común no les puede prohibir.
Para decepción de la resurrecta señora Mónica Delta y de la muy recia señorita Alcorta, no se escuchó a ninguno de esos congresistas nacionalistas instigar a la violencia, recomendar la matanza de policías o plantear que la negociación con el gobierno era imposible.
Y, sin embargo, la morralla del Apra y todas las Alcortas del regimiento siguieron hablando, al igual que García, de conspiraciones imaginarias y designios de potencias extranjeras.
Rodeado por la muerte –una acompañante habitual de su carrera política-, García demostró ayer, con palabras incendiarias, que no ha aprendido nada y que aspira a más “sangre purificadora”.
Hay que decirlo con todas sus letras: este señor García ya empieza a ser un riesgo para la seguridad del país y la estabilidad democrática.
Cree García que ha triunfado porque el país ha perdido, del modo más atroz y en manos de criminales sin discusión, a 25 policías.
No, señor García. No hay triunfo alguno. Hay horror y hay repudio. Horror por lo visto y sucedido, repudio por el modo en que usted trata de evadir su responsabilidad. Hay problemas cuya difícil solución exige la lucidez que usted ha perdido, la serenidad que le está negada y la grandeza a la que renunció desde que se hizo malamente rico.
No es posible seguir callando.
Si el Apra no disciplina a García con el mensaje centrista que le viene de la doctrina y de lo menos tóxico de su pasado, García seguirá derrapando y tomando decisiones que terminarán en nuevos baños de sangre. Que no se queje el Apra de un país ingobernable si permite que García, como lo recordó ayer Víctor Andrés García Belaunde, prevalezca en su intento de vender –ni siquiera concesionar- la selva.
El asesinato vil de los policías no deslegitima la demanda de nuestros selváticos. Ni convierte los decretos de urgencia de García en buenos para el país. Ni oculta la incompetencia de los mandos policiales y la ineptitud, sin vergüenza ni sintaxis, de Yehude Simon.
Que García se entere: no va a salirse esta vez con la suya.
Fuente: Diario La Primera