Por Augusto Álvarez Rodrich
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¿En que se parecen Yehude Simon, Alan García, Dionisio Romero y Gastón Acurio? En que son inteligentes, aprovechan oportunidades, y en que se sienten, cada uno a su manera, de izquierda.
El premier Simon lanzó la alianza entre el Apra y la izquierda ‘madura’ (o sea, ‘yo mismo soy’). Después, el presidente García se proclamó “verdadero izquierdista porque doy agua, luz, carreteras; eso le da un sentido a la justicia social, no el palabreo, el desorden ni la amenaza”. Su explicación –tipo Capeco– es que “la verdadera izquierda es la que da títulos de propiedad, la que hace asfalto”.
El tercero es nada menos que Dionisio Romero, quien acaba de revelar –sin que se percibiera un tono de ironía– que “soy un hombre de centro izquierda”, lo cual constató en un test que le hicieron hace tiempo, cuando estudiaba en la Universidad de Pomona, y “salí bien a la izquierda del espectro político”.
La izquierda tradicional peruana está hoy destruida por su mediocridad para adaptarse al mundo post caída del muro de Berlín. Ya no representa a nadie y busca engancharse a locomotoras como Ollanta Humala, quien podrá parecer pero muy izquierdista no es. A pesar de ello, hay espacio para la izquierda, como se constata en varios países de América Latina.
Lo que están diciendo García, Acurio, Romero o Simon es no se puede ser realmente exitoso en un país miserable. El progreso no es que unos cuantos se tapen de plata y la mayoría se muera de hambre –el patrón de la mayor parte de nuestra historia–, sino que, para que el futuro sea digno y viable, se necesita un país con una riqueza bien distribuida como consecuencia de que se generan oportunidades para todos.
Esto pasa por buena educación, salud, seguridad y justicia, y requiere gobiernos ‘de izquierda’ –como en España o Chile– con una preocupación simultánea por el crecimiento y por lo que Acurio llama “una serie de acciones del Estado para darles herramientas a los no favorecidos para que puedan ser creadores de riquezas”.
Fuente: La República
Es decir, todo lo contrario a las propuestas idiotas y racistas de los que creen que quien sea exitoso en los negocios no puede luchar por los pobres, que defienden a esa “clase dominante” fracasada, que añoran los tiempos de Marianito Prado, y que no se dan cuenta de que ‘la China Tudela’ no es un manual de comportamiento sino ironía pura.