Por Roger Rumrrill
Como lo han afirmado los más famosos gurúes de la economía y la geopolítica mundiales, al final de esta crisis sistémica del capitalismo los recursos estratégicos de la economía global serán el agua, la energía, los alimentos y la biodiversidad. A la caza de estas riquezas, el capital transnacional está desplegando sus tentáculos por todo el planeta para asegurar y controlar la oferta de agua, comprar tierras para la producción de biocombustibles y alimentos baratos y bosques como sumideros de carbono, uno de los grandes negocios del siglo XXI.
La diferencia está en que en Brasil, el Estado que actúa como garante del capital transnacional, es un Estado fuerte e incluso con pujos imperiales frente a sus vecinos territoriales, especialmente con Paraguay y Bolivia, aprovechando de su gigantismo territorial, de su histórica vocación expansiva y su poderío económico que lo ubica como la octava economía del mundo.
Por el contrario, la transnacionalización de la Amazonía que ejecuta Alan García lo hace con un Estado débil y totalmente subordinado al gran capital. Ejemplo de ello es su política del “perro del hortelano” y el centenar de leyes de implementación del TLC con Estados Unidos.
La reunión de Río Branco ha servido para asegurar la continuidad de este modelo transnacional. Por ello los acuerdos suscritos priorizan la energía, las inversiones en cemento para los megaproyectos y la construcción de hidrovías. Poco o ningún interés en el agro, en los pueblos indígenas, en la educación, nada sobre la mitigación y adaptación al cambio climático.
Todo esto mientras hay 4 millones de campesinos sin tierras y 12 mil kilómetros de bosques amazónicos se han destruido en Brasil sólo en el año 2008 y los indígenas batallan por la defensa de la Amazonía y por su sobrevivencia en el Perú.
Fuente: Diario La Primera