Por Miguel Rodríguez Mondoñedo*
A veces esto es fácil de aceptar: nadie cree que sea mejor decir aguacate que palta, o papa que patata. Como estamos acostumbrados a crear nuevas palabras, toleramos las diferencias léxicas. Otras propiedades gramaticales, en cambio, son más estables y la variación genera resistencia. Y ante variedades adquisicionales, es decir, ante gramáticas formadas durante la adquisición de una segunda lengua, el rechazo es realmente feroz, aunque estas sean también un producto regular de la facultad lingüística.
Es tan absurdo negarle a alguien hablar en quechua como negarle hablar en una variedad de contacto. No se trata de que cada uno escriba como quiera, pero no tiene sentido quejarse porque la escritura refleje las propiedades de la lengua del usuario. Denunciar la ortografía de Supa equivale a negarle al español andino el derecho a ser escrito. Eso es inaceptable.
Si rechazamos la premisa de que los usuarios de esa variedad están “hablando mal”, podemos resignificar la portada de Correo.
En verdad representa un hito: después de 500 años, el español andino está finalmente en primera plana. Es cierto, su presencia viene acompañada de una interpretación negativa. Denunciemos el prejuicio, pero conservemos la noticia real: el español andino ha sacado la cabeza de los nichos de segregación a los que el discurso prescriptivo lo condenó, y ha puesto un pie en el Congreso de la República. No es Supa quien no sabe; es Correo quien ignora por completo el verdadero significado de la noticia que reporta: la escena oficial ya no puede seguir embalsando las variedades lingüísticas y estas reclaman su derecho a ser formas legítimas de expresión en todos los contextos. Quizá sea el signo de un tiempo nuevo, en el que se diluya para siempre la absurda dicotomía entre Perú “profundo” y Perú “contemporáneo”.
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(*) Lingüista, Universidad de Indiana.
Fuente: La República