Mi trabajo periodístico me permitió conocerlo en el 2000, cuando luchaba incansable contra la dictadura fujimorista. En ese momento, en medio de la pasión descontrolada que concitan las marchas, me llamó la atención la manera en que combinaba la brillantez académica con ese tono de elegantísima indignación. Recuerdo claramente la manera en que ponía en orden su cabello extra fino cada vez que la pasión lo despeinaba.
En ese contexto, recuerdo a Henry Pease contándome, con un tono travieso, alegre y hasta pícaro: “he conciliado con Burgos, hemos encontrado puntos de común interés, vamos a trabajar con ellos”. San Juan de Lurigancho tiene más de un millón de vecinos. Burgos pudo sabotear el plan, pero Pease lo evitó.
Su experiencia, lucidez, inteligencia, pero también sentido común le permitían mirar la política más allá de los personajes que ocupan interinamente un puesto.
El tuvo siempre muy claro que la política no son los políticos, ni que tampoco es un concepto abstracto. La política es la acción. Son nuestros actos, nuestras decisiones. Es sabes escuchar, es respetar la opinión del otro y tener la capacidad para ir a lo esencial y encontrar consensos que nos permitan actuar pensando en el futuro, en el bien común.
La noche que lo entrevisté me sorprendió verlo tan emocionado mientras me contaba como los vecinos de Comas tenían propuestas interesantes para solucionar temas de seguridad en su distrito. Por momentos me intrigaba como Pease, luego de haber visto y vivido el descalabro de la política en el país, seguía confiando en ella con tanto entusiasmo.
Luego entendí, creo, que dejar que pesimismo primero y el egoísmo inmediatamente después, se apoderen de nosotros sería claudicar a todo por lo que había luchado en su vida. Henry Pease encarnó la política en su sentido más literal y olvidado, “trabajar por el bien común”. Que tu ejemplo se expanda, que se viralice, lo necesitamos más que nunca. Hasta siempre.