Silencios Olvidados – Capítulo V

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V

Entrañable Venus:

Nunca pensé escribirte desde un balcón a altas horas de la noche. Hoy, eso es lo que hago. Me contaron que estarías por Boston unos meses y, luego, partirías hacia París para olvidar todo. Dejaste la copa de vino llena. Dejaste fantasías y peligros. Te marchaste en el primer avión que pudiste, pues, después de haber ahorrado tanto, tomaste la decisión de afrontar nuevas experiencias y cazarlas. Partiste a un café de París para beber un expreso en esa esquinita de la que siempre me contabas, donde tu madre te llevaba los domingos y caminabas con sutileza en esas calles empedradas de París. La vie en Rose se oía en esas calles parisinas, en esas callecitas estrechas que conectaban los amores de París y sentías felicidad de estar allí y no en Lima. Tu madre te paseaba en bicicleta por el barrio Latino, me contabas. Decías que algún día me llevarías a algún cafecito del Saint-Germain-des-Près, que conversaríamos mientras algún hombre tocara el violín lentamente, quizá para entender a Cortázar o a Borges, bebiendo un vino nostálgico. Todo eso me decías. Me hacías imaginar ese entorno tan perfecto para un escribidor como yo.

Te fuiste un otoño resentido, una época apropiada para extrañar. Quizá extrañar sea el verbo más mezquino del diccionario, una palabra que acompañaba los afluentes que partían de mi rostro, los tiempos de la soledad. Me hice fuerte ahí, donde nunca vi, nadie puede decirme quién soy, yo lo sé muy bien, te aprendí a querer; el perfume que lleva el dolor…Y Fito Páez moviendo nuestras almas insatisfechas, agitando los sufrimientos. No es fácil olvidar. No es fácil olvidarte. Dejaste una foto tuya en Neruda, nunca más volví a abrir ese libro, nunca intenté revisar esa polvorienta imagen. Los libros no tienen una buena sinopsis si no estás a mi lado como una lámpara que alumbra cada página que leo en las madrugadas. Partiste de Lima para ser una escritora. Partiste del lumpen del centro de Lima y te mudaste a las literarias calles de París, donde podías escribir en cualquier café con un Lucky en la boca, perdiéndote en el humo del recuerdo, vagando en las experiencias mustias.

Nunca olvidaré tu forma de ser, tu manera brusca de tratar de ser intelectual. Nunca olvidaré tus besos. Presiento que no besabas mis labios, besabas mi pasado, nuestro pasado. Besabas mi sabiduría y mis deseos. Y besabas alegrías que no encontrabas en Mariano, pues cuando lo besabas, lo hacías por deseo libidinoso, porque decías que te atraía su manera de crear. Mariano te dejaba de lado, ya que el te usaba, te marginaba por ser su musa o una de ellas. Tú pensabas que él te quería, que él siempre estaría contigo. Después de cuatro botellas de vino, lo mandabas al diablo, aun luego de haberlo besado frente al grupo. Pero, yo era una suerte de amante clandestino al que el grupo debía desconocer. Ustedes se abrazaban en ese mueble incómodo de tu departamento y allí planificaban exploraciones ante mi vista. Tú andabas sedada por el alcohol y mientras te llevabas un cigarrillo a la boca, me mirabas con esos ojos achinados por el efecto del vino. Me alejaba al balcón para ver la infinita noche, el matiz del cielo es tan seductor, tan mágico. En eso, Mariel me invitaba de su cigarrillo y me preguntaba:” ¿La quieres?”. Yo me llevaba el cigarrillo a la boca y le decía: “Mientras trate de quererla, la noche más se alejará”. Mariel se me acercaba cautelosamente y recostaba su cabeza en mi hombro, pensaba en Dios sabe qué.

Me he convencido que el amor es una reverenda joda. Lo digo por si no lo has vivido aún. Lo digo con una guitarra en la pierna y fumando el mismo cigarrillo de siempre, con tu carta en la mano y semidesnudo en un hotel de Miraflores. El amor es un maquillaje perfecto para la tristeza, una paz absurda en las orillas de mi rostro. Es un sentimiento que anida agonizando en penas, que medita en tu voz. Tu voz, madame Venus o petit Venus, muchacha que vaga en mis sinrazones. Sentiste las lágrimas del querer, y te acostumbraste a quien querías, o tratabas de querer. Ojalá que esos vientos te transporten a mi alma insuficiente, a algún anhelo extraviado en los discos de rock alternativo que quizá te hayas llevado.

La luna ya no me perseguiría por el puente de los suspiros; las hojas de otoño no caerían dando esas curvas por el viento tan acelerado de Barranco. Te llevaste un bagaje excepcional, y me refiero en ambos sentidos. Tu voz meliflua se aposentaba en mesas de cafés literarios para compartir tertulias con otros intelectuales llenos de bohemias locas en la ciudad de las luces. Estarías esperándome en algún sitio de esa ciudad llena de jazz y café y cigarrillos y recuerdos. ¿Me esperarías en la ribera del Sena? Y yo con l’art d’écrire. Yes, mi estimada Venus. Aquí, escribiendo relatos incoherentes para sentirme bien conmigo mismo. Y los cigarrillos se agotan, los ceniceros se atiborran. Bastaba con ser un abogado, pero no me conformé con esos principios inservibles y seudos de justicia. Me dijiste que mandase al carajo esos libros de Derecho de la U. Católica y que los cambiase por Dante Aliguieri y Vargas Llosa. Te hice caso, dejé las leyes en algún tacho ecológico de la Católica. Partí hacia San Marcos para intentar ser un escritor, por puro orgullo, ya que en mi antigua universidad, también había la carrera de Literatura. Ahora que somos colegas, dime algo. ¿Cómo siente el amor un escritor? Y responde esto otro. ¿Cómo sobrelleva el desamor un escritor?

El tiempo es el mejor recurso para olvidar, mi estimada Venus. El tiempo. Recuerdos que se refugian en pequeños lapsos que huyen de su huerto en el futuro. Y mientras nos dedicamos a asuntos académicos, laborales, familiares, los escondemos en un vacío perpetuo. Nos quisimos en nuestros mundos, en nuestras locuras juveniles de aspirantes a artistas. Nos quisimos. Querer es una forma delicada de amar. El amor es una palabrita que causa suspiros, pero dejando de lado la parte gramatical, y entrando al lado psicológico, el amor es una fracción mínima de la felicidad. El que intenta amar, intenta ser feliz. Es una manera paradójica de conseguir la felicidad.

Quisiera que estés a mi lado, pidiéndome que te convide de mi cigarrillo, escuchando a Sinatra o a The Cure. Quisiera llenarte de mimos y debatir sobre J. P. Sartre. Sin embargo, ahora has de estar en el Café de Flore con tu cara recostada sobre tu mano derecha, viendo cómo los intelectuales beben café por litros, beben vino, vinos caros y añejados durante tiempos que trascendieron guerras inoportunas.

Aquí estoy, donde el tiempo olvidó pasar, donde los recuerdos son un presente y no un pasado. Aquí estoy, contra mi voluntad. Aquí, suplicando a las olas. Aquí me puedes encontrar con un cigarrillo consumido y humedecido por las lágrimas que se confundieron con el mar, y así te he de esperar Venus. Así te esperaré.

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