Archivo por meses: mayo 2010

Silencios Olvidados – Capítulo VII

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Humo, luces y Bizarre love triangle se mezclaban en el Místico Bar, aquel rinconcito para roqueros frustrados, pintores callejeros, poetas sin inspiración, y otros adictos al ocio. Allí Venus, Aureliano, Dadou, Mariano y Mariel se entregaban al placer de la música. El recinto tenía pocas luces, era una discoteca que se distinguía de las demás por ser una casona antigua de las que eran comunes en la época colonial. Venus bailaba moviendo sus manos hacia arriba en esa oscuridad prominente y la música que seguía. Aureliano encendía un cigarrillo y bailaba con Mariel. El sonido se dispersaba por el local que estaba lleno en su máxima capacidad, es decir, trescientas personas. Todos bailaban a su modo la canción de New Order, saltando, alocándose, algunos se alucinaban bajistas y bateristas. Era la euforia de la música en un ambiente de puro rock a las dos de la madrugada en el centro de Lima. Luego, inmediatamente de acabado Bizarre love triangle, el DJ puso Beautiful ones de Suede que enloqueció a los presentes. Mariano daba brincos y era difícil de ver su rostro en esa penumbra llamada Místico Bar. Mariel se movía desenfrenada con su cigarrillo a punto de terminar y sudando, sudando por haberse movido como todos los sábados. Entonces, la siguiente canción se dio en un intervalo exacto, esa canción era Santeria de Sublime. La gente alzaba sus botellas mientras bailaba y, aunque la cerveza se derramaba, los consumidores atinaban a seguir con su danza propia.

– ¿Nos vamos a Barranco? – preguntó Aureliano.
– Yo, normal – dijo Dadou.
– Pásale la voz a la chata – dijo Venus refiriéndose a Mariel.
– Ya, en quince minutos safamos – dijo Aureliano.

Venus sacó papel higiénico de su cartera para limpiarse la frente y parte del rostro, pero, de pronto, un chico la invitó a bailar. Venus le dijo que ya tenía que irse, que había venido con unos amigos. Por otro lado, Aureliano, saliendo del baño, tropezó con una chica y le hizo derramar su bebida.

– ¡Carajo, acaso no tienes ojos! – le dijo la chica a Aureliano.
– Discúlpame, no fue mi intención – se defendió Aureliano.
– ¿Para eso tomas? – le gritó la chica.
– Ya te dije que no fue mi intención – Aureliano sacó un billete de diez soles y se lo dio – ¡Coge!, para que no llores.

Aureliano estaba iracundo, llegó donde estaban todos y les dijo, de una manera alterada, que ya vayan saliendo. Dadou tomó a Mariel de la cintura y le dijo algo al oído. Mariano se besaba con Venus. Luego, cuando todos armaron un circulo para ver qué iban a hacer, la chica del incidente con Aureliano se les acercó.

– ¿Cómo te llamas? – le preguntó la chica.
– ¿Qué quieres? Ah… Quieres que te pague otra cerveza – dijo Aureliano en tono sarcástico.
– ¡Mierda! Estás tan borracho que ni te acuerdas tu nombre.
– Disculpa, ¿Te conocemos? – preguntó Venus.
– No, pero oí que se iban a otro lado. La verdad es que este tono ya esta muriendo y mis amigos están activados.

(Artículo sujeto a cambios para su finalización)
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El salón de los olvidos

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El salón de los olvidos

Creí que olvidar era distraer mi mente en ocurrencias fútiles. Creí que se podía olvidar sin un efecto secundario tan agresivo como es el de extrañar. Creí que extrañar era un malestar pasajero, pero ahora sé que es un síntoma del pasado. Creí lo que sabía que no se podría creer. Creí en el amor por inocencia. Creí en la felicidad porque me dijeron que existía. Creí en el odio porque lo recibí y lo compartí. Creí en la tristeza cuando no creía ni en el amor ni en la felicidad. Y no me costaba creer en la existencia de las lágrimas, me costaba creer cómo se originaban. Creí que las palabras se usaban para llegar a acuerdos y no para romperlos.

Entonces, los violines retumbaban en mi cabeza por exceso de felicidad, exceso de amor. Creí que estando con alguien me aproximaría al estado ponzoñoso de la felicidad, tratando de cautivar mis sentimientos. Sin embargo, el olvido llenó de penumbra los buenos recuerdos, los envolvió con su fino margen de melancolía austera. Luego, me dediqué a escribir porque sentí que alguien me obligó indirectamente a hacerlo para que las frustraciones abandonen mi cuerpo. Así pasó. No miento al decir que ese ente mezquino se apodera de mí en algunos momentos del día. Es por ello que hoy publico un segundo artículo, ya que anduve por mi centro de estudios y sentí una necesidad. Quizá extrañar sea sentir la ausencia de algo necesario. Extrañar, vaya manera de saber que algo nos falta.

Creo que el amor es mucho más hermoso cuando es humilde, cuando no nos importa saber con quién estamos ni mucho menos qué se converse. Eso debe ser amor, prestar atención a lo que dice así no te importe o no tengas ganar de oír nada. El amor es muy difícil que se olvide, creo que se puede olvidar a la persona, pero no los momentos. Y lo digo porque a veces el amor se encarga de elegir selectamente. Pero, qué hay de los amores platónicos, de quienes nos gustaban pero nunca pudimos decirles que moríamos por estar a su lado o que reventábamos de celos porque el amor nos corrompe y nos intoxica, nos hace ser dependientes aunque no lo aceptemos. El placer está en el tiempo. El placer está en el tiempo que podemos pasar con la persona que de verdad queremos. He ahí la clave para amar, apreciar el tiempo. Supe de personas que se iban a casar, pero antes del matrimonio uno sufrió un accidente y murió. Supe de un hijo que se peleó con su padre, luego este murió; el hijo sintió que nunca pudo decirle que lo quería. Supe de parejas que pelearon por estupideces y que luego se dieron cuenta que lo eran y se sintieron muy mal, porque cuando uno de ellos recapacitó, el otro ya estaba con otra persona. Supe que existía el amor, pero nunca probé de el. Supe del desamor, pero me rehusé de creer en el.

Mientras ese café me infundía la tristeza de saber que no soy bueno para querer, que no merezco que alguien me quiera, porque ello sería injusto, no lo podría retribuir. Llegue a mi casa a escribir lo que me cuesta entender, lo que percibo que la vida siempre me quedará debiendo: el amor. No busco trafulcar a nadie. Busco algún signo de esperanza frente a ese problema. Ingresaré a una universidad que me proporcionará un millonésimo de mi felicidad, el resto lo proporcionará alguna chica, algún mérito, alguna justificación de que viví.

El salón de los olvidos es parte de nuestro inconciente, de nuestras confusiones. Allí vagamos cuando vemos fotos que se van descolorando o imágenes del monitor. Allí se muestran, en objetos que tienen una historia graciosa o triste. Y entendemos que somos vulnerables al amor. Entendemos lo que queremos, a quien queremos, a quien quisimos, a quien tratamos de querer, a quien nos quiso, a quien quisimos y no nos quiso, a quien nos quiso pero nos causó daños, y aún así quisimos, a quien queremos porque nos hace reír, a quien queremos y nos hace llorar, a quien queremos aún cuando nos juramos no querer, a quien queremos porque aunque no se dé cuenta, nos alegra el día, a quien decimos que amamos solo para que se sienta más querido, a quien amamos antes de haber querido, a quienes quisimos nunca haber amado. Así de complejo es el amor, tan complejo que una lágrima puede resultar de amor como de tristeza. Entonces, olvidar conlleva el gran riesgo de extrañar.
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Silencios Olvidados – Capítulo VI

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VI

Si el corazón se aburre de querer para qué sirve.
Mario Benedetti

Venus no siempre se dedica al ocio, también tiene un empleo que le genera un sustento para sus gastos íntegros. Hace unos meses la contrataron en una librería muy prestigiosa de Lima, en la que trabaja durante seis horas. Ella dice que se siente satisfecha con su trabajo, y que solo trabaja porque estamos en época de invierno. A mí me parece excelente lo que hace, pues siempre que puede me trae algún libro que a mí me costaría una fortuna conseguir.

– Aureliano, a qué hora podrías recogerme – me dice Venus.
– Quizá a las ocho – le digo.
– Me parece genial. Hasta luego – corta la llamada.

El trabajo de Venus puede ser muy mortificante, es decir, para cualquier pareja. Venus es vendedora, pero, a pedido de su jefe, algunas veces tiene que enamorar a los compradores con fines subliminales. Este fin me incomoda.

– Le recomiendo María de Jorge Isaccs. Dígame: ¿cree en el amor? – seduce Venus al comprador.
– Bueno, soy muy escéptico en ese tema. – le responde.
– Sé que le encantará este libro.

Luego de que el comprador pagó el libro, invitó a Venus a salir. Ella decía que no podía, que tenía que estudiar, lo cual era totalmente falso. Sin embargo, el hombre le insistió. Venus le respondió amablemente que no. El hombre se retiró. Después de unos días, el hombre regresó para llevar unos discos y pidió que le atendiese Venus. Ella lo reconoció de inmediato y lo atendió. Luego, el hombre le regaló unos de los discos que compró: Alberto Plaza. Venus se sintió sorprendida por dicho presente, inclusive por atinar a su autor preferido. Venus al principio no lo aceptó, pero el hombre insistió en que se lo quedase.

Después de una semana, Venus recibió chocolates en el trabajo, lo cual atraía la mirada de los colaboradores y clientes. Cuando Venus llegó a su casa, encontró una tarjeta que decía:”¿Te gustaron los chocolates?”. Venus se sintió asustada. Me llamó para preguntarme si yo era quien le había mandado los chocolates y le había dejado una nota. Yo le dije que no, que de repente era una broma de Mariano o de Dadou. Ella me dijo que era imposible, pues ellos estaban de viaje en Cuzco. Luego, Venus entró a su correo y un tal Franco la había agregado. Ella lo aceptó. Entonces, el desconocido le empezó a hablar.

– Hola, espero que te haya gustado el presente que te di. – le escribió el hombre.
– ¿Te conozco? – preguntó Venus.
– Soy el que te invitó a salir. – le respondió.
– ¿Quién te dio mi correo? – arremetió Venus.
– Me lo conseguí – dijo el hombre y cerró cesión.

Venus lo eliminó. Y, uno de esos días que ella trabaja hasta tarde, caminó por el jirón y sintió que la seguían. Caminó de manera acelerada y, cuando llegó a su reja, un hombre se le acercó con un cuchillo y le dijo:” ¿Por qué no aceptaste mi invitación? Venus, al ver que no pasaba nadie, gritó, pero fue en vano. Sin embargo, Giovacchino y yo nos encontrábamos cerca a la Plaza Francia, corrimos y lo agarramos, le quitamos el cuchillo y lo pateamos. El hombre no pudo pararse, para nuestra suerte, un carro de policía pasó y lo detuvo. Venus se sintió atemorizada por aquel incidente, así que renunció a su empleo y se de dedicó solo a la pintura en su casa.

Una noche, nos quedamos echados en su alfombra empolvada. Ella aún se sentía consternada por el incidente. Yo me levanté y puse el disco de Alberto Plaza. La levanté con la mano y le pregunté si bailaba. Ella me dijo que yo era un tonto, que esas canciones no se bailaban. Yo le puse la canción Aprendí de ti. Nos movimos lentamente, nada comparado al rock que nos apasionaba. Ella acercó su rostro al mío y me dio un beso. Fue un momento especial, un momento conducido por la balada. Mientras bailábamos le dije que la quería, que quería estar con ella. Venus dijo que estaba interesada en Mariano, pero que sentía algo por mí.Entonces, le dije que lo pensara, que yo la esperaría todo el tiempo que ella necesitase para elegir. Luego, le dije que se mudase conmigo a mi departamento en Miraflores, que así estaría más segura y que ella dormiría en otra habitación. Ella aceptó.
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Silencios Olvidados – Capítulo V

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V

Entrañable Venus:

Nunca pensé escribirte desde un balcón a altas horas de la noche. Hoy, eso es lo que hago. Me contaron que estarías por Boston unos meses y, luego, partirías hacia París para olvidar todo. Dejaste la copa de vino llena. Dejaste fantasías y peligros. Te marchaste en el primer avión que pudiste, pues, después de haber ahorrado tanto, tomaste la decisión de afrontar nuevas experiencias y cazarlas. Partiste a un café de París para beber un expreso en esa esquinita de la que siempre me contabas, donde tu madre te llevaba los domingos y caminabas con sutileza en esas calles empedradas de París. La vie en Rose se oía en esas calles parisinas, en esas callecitas estrechas que conectaban los amores de París y sentías felicidad de estar allí y no en Lima. Tu madre te paseaba en bicicleta por el barrio Latino, me contabas. Decías que algún día me llevarías a algún cafecito del Saint-Germain-des-Près, que conversaríamos mientras algún hombre tocara el violín lentamente, quizá para entender a Cortázar o a Borges, bebiendo un vino nostálgico. Todo eso me decías. Me hacías imaginar ese entorno tan perfecto para un escribidor como yo.

Te fuiste un otoño resentido, una época apropiada para extrañar. Quizá extrañar sea el verbo más mezquino del diccionario, una palabra que acompañaba los afluentes que partían de mi rostro, los tiempos de la soledad. Me hice fuerte ahí, donde nunca vi, nadie puede decirme quién soy, yo lo sé muy bien, te aprendí a querer; el perfume que lleva el dolor…Y Fito Páez moviendo nuestras almas insatisfechas, agitando los sufrimientos. No es fácil olvidar. No es fácil olvidarte. Dejaste una foto tuya en Neruda, nunca más volví a abrir ese libro, nunca intenté revisar esa polvorienta imagen. Los libros no tienen una buena sinopsis si no estás a mi lado como una lámpara que alumbra cada página que leo en las madrugadas. Partiste de Lima para ser una escritora. Partiste del lumpen del centro de Lima y te mudaste a las literarias calles de París, donde podías escribir en cualquier café con un Lucky en la boca, perdiéndote en el humo del recuerdo, vagando en las experiencias mustias.

Nunca olvidaré tu forma de ser, tu manera brusca de tratar de ser intelectual. Nunca olvidaré tus besos. Presiento que no besabas mis labios, besabas mi pasado, nuestro pasado. Besabas mi sabiduría y mis deseos. Y besabas alegrías que no encontrabas en Mariano, pues cuando lo besabas, lo hacías por deseo libidinoso, porque decías que te atraía su manera de crear. Mariano te dejaba de lado, ya que el te usaba, te marginaba por ser su musa o una de ellas. Tú pensabas que él te quería, que él siempre estaría contigo. Después de cuatro botellas de vino, lo mandabas al diablo, aun luego de haberlo besado frente al grupo. Pero, yo era una suerte de amante clandestino al que el grupo debía desconocer. Ustedes se abrazaban en ese mueble incómodo de tu departamento y allí planificaban exploraciones ante mi vista. Tú andabas sedada por el alcohol y mientras te llevabas un cigarrillo a la boca, me mirabas con esos ojos achinados por el efecto del vino. Me alejaba al balcón para ver la infinita noche, el matiz del cielo es tan seductor, tan mágico. En eso, Mariel me invitaba de su cigarrillo y me preguntaba:” ¿La quieres?”. Yo me llevaba el cigarrillo a la boca y le decía: “Mientras trate de quererla, la noche más se alejará”. Mariel se me acercaba cautelosamente y recostaba su cabeza en mi hombro, pensaba en Dios sabe qué.

Me he convencido que el amor es una reverenda joda. Lo digo por si no lo has vivido aún. Lo digo con una guitarra en la pierna y fumando el mismo cigarrillo de siempre, con tu carta en la mano y semidesnudo en un hotel de Miraflores. El amor es un maquillaje perfecto para la tristeza, una paz absurda en las orillas de mi rostro. Es un sentimiento que anida agonizando en penas, que medita en tu voz. Tu voz, madame Venus o petit Venus, muchacha que vaga en mis sinrazones. Sentiste las lágrimas del querer, y te acostumbraste a quien querías, o tratabas de querer. Ojalá que esos vientos te transporten a mi alma insuficiente, a algún anhelo extraviado en los discos de rock alternativo que quizá te hayas llevado.

La luna ya no me perseguiría por el puente de los suspiros; las hojas de otoño no caerían dando esas curvas por el viento tan acelerado de Barranco. Te llevaste un bagaje excepcional, y me refiero en ambos sentidos. Tu voz meliflua se aposentaba en mesas de cafés literarios para compartir tertulias con otros intelectuales llenos de bohemias locas en la ciudad de las luces. Estarías esperándome en algún sitio de esa ciudad llena de jazz y café y cigarrillos y recuerdos. ¿Me esperarías en la ribera del Sena? Y yo con l’art d’écrire. Yes, mi estimada Venus. Aquí, escribiendo relatos incoherentes para sentirme bien conmigo mismo. Y los cigarrillos se agotan, los ceniceros se atiborran. Bastaba con ser un abogado, pero no me conformé con esos principios inservibles y seudos de justicia. Me dijiste que mandase al carajo esos libros de Derecho de la U. Católica y que los cambiase por Dante Aliguieri y Vargas Llosa. Te hice caso, dejé las leyes en algún tacho ecológico de la Católica. Partí hacia San Marcos para intentar ser un escritor, por puro orgullo, ya que en mi antigua universidad, también había la carrera de Literatura. Ahora que somos colegas, dime algo. ¿Cómo siente el amor un escritor? Y responde esto otro. ¿Cómo sobrelleva el desamor un escritor?

El tiempo es el mejor recurso para olvidar, mi estimada Venus. El tiempo. Recuerdos que se refugian en pequeños lapsos que huyen de su huerto en el futuro. Y mientras nos dedicamos a asuntos académicos, laborales, familiares, los escondemos en un vacío perpetuo. Nos quisimos en nuestros mundos, en nuestras locuras juveniles de aspirantes a artistas. Nos quisimos. Querer es una forma delicada de amar. El amor es una palabrita que causa suspiros, pero dejando de lado la parte gramatical, y entrando al lado psicológico, el amor es una fracción mínima de la felicidad. El que intenta amar, intenta ser feliz. Es una manera paradójica de conseguir la felicidad.

Quisiera que estés a mi lado, pidiéndome que te convide de mi cigarrillo, escuchando a Sinatra o a The Cure. Quisiera llenarte de mimos y debatir sobre J. P. Sartre. Sin embargo, ahora has de estar en el Café de Flore con tu cara recostada sobre tu mano derecha, viendo cómo los intelectuales beben café por litros, beben vino, vinos caros y añejados durante tiempos que trascendieron guerras inoportunas.

Aquí estoy, donde el tiempo olvidó pasar, donde los recuerdos son un presente y no un pasado. Aquí estoy, contra mi voluntad. Aquí, suplicando a las olas. Aquí me puedes encontrar con un cigarrillo consumido y humedecido por las lágrimas que se confundieron con el mar, y así te he de esperar Venus. Así te esperaré.
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