Les gustaba comprometerse con las sensaciones, con el delicado placer de vivir de percepciones e ideas. Ella de izquierda, y él apolítico. Esto último era un perfil bajo, pues él amaba la política y sus factores sociales, pero se resistía a aferrarse a uno con tanta pasión como ella. Él también pinta, anda lanzando la pintura en los paredes y dando las pinceladas en los óleos. Ella ama el cine y el teatro, tanto así que pensó ser directora de cine en algún momento e inclusive quiso producir un corto cinematográfico. Él fuma, ella no. Ella no cree en el amor, y él no cree en la felicidad. Ellos son amantes, por el simple hecho que aman lo que les gusta. Ella se para de la cama, enciende un cigarrillo y le dice:”¡Estamos jodidos!” Él sigue mirando al techo y le dice: “¡Y qué bueno que es así!”
Archivo por meses: agosto 2011
Fui feliz
Roberto Bolaño
Hace unas semanas hablaba con Raquel, una chica con un punto de vista interesante acerca de las relaciones. Y me dijo algo muy interesante:”Prefiero los pequeños placeres de la vida, los cortos y que no necesitan mucho trabajo”. Yo entendí que dichos placeres podían ser la música, el arte, los libros, películas, mundos muy bellos que generan felicidad. Y todo ello en respuesta a por qué no le gustan las relaciones. Y es que luego me explicó que, claro, uno se termina acostumbrado a la otra persona, y cuando todo se acaba, crisis emocional. Refuerzo su argumento con una escena de la película Todos dicen que te quiero de Woody Allen en donde este dice algo como “en la vida, cuando se rompe una relación, y espero que no te pase. Más vale ser dejador que dejado. Porque el dejador deja. Y al dejado, lo dejan.”
Es por eso que la madrugada de hoy, sin nada de sueño, me puse a pensar que de lo único que me podría enamorar sería de esos placeres que mencionaba Raquel, pues durante las vacaciones leí distintos libros; vi películas de Allen y de Almodóvar; me interesé por Jackson Pollock y por Marcel Duchamp; y oí mucho rock alternativo. Quizá esa era mi felicidad. Seamos sinceros, una relación no dura toda la vida; sin embargo, una melodía, un libro, un cuadro, una escena siempre quedan en ti. De pronto, empecé a creer que la felicidad es una fina elección. Cada quien elige su felicidad, ¿no lo creen?
A mis 18 años cada vez soy más pesimista con esto. ¿A qué se le puede considerar felicidad?, ¿a una pareja? Soy muy escéptico cuando pienso en esto. Es más, diría que las parejas solo son catalizadores de felicidad, son productores pasajeros de esa sensación. Lo curioso es eso mismo, nosotros necesitamos ser felices de algún modo. Bien lo dijo Woody Allen en Annie Hall:
“Después, se nos hizo tarde. Los dos teníamos que irnos, pero fue magnífico ver a Annie otra vez, ¿verdad? Comprendí que era una persona estupenda, y lo agradable que había sido conocerla y… me acordé de aquel viejo chiste, ya saben, el del tipo que va a ver al psiquiatra y le dice: “Doctor, mi hermano se ha vuelto loco. Se cree que es una gallina.” Y el médico le contesta: “Bueno, ¿y por qué no hace que lo encierren?”. Y el tipo le replica: “Lo haría pero es que necesito los huevos.” En fin, yo creo que eso expresa muy bien lo que siento acerca de las relaciones entre las personas. ¿Saben? Son completamente irracionales, disparatadas, absurdas… pero, ah, creo que las seguimos manteniendo porque, ah, la mayor parte de nosotros necesitamos los huevos.”
Después de esto, volví a hablar con Raquel y me dijo que no debía complicarme con estas cosas que, de alguna manera, eso me haría feliz. Y es que allí estaba la clave, señores. La felicidad me ha acompañado en cada madrugada que escribía. Mi felicidad no era una chica, un auto, plata, etc. Mi felicidad era escribir, algo que nunca me decepcionaría.
¿Encontraría a una Maga? – Cuento
¿Lo recuerdas, Mariel? Después de parciales y finales nos reuníamos en la casa de Mariano a quien decíamos Marciano no sé por qué. Tomábamos como locos y hacíamos huevada y media. Era la cagada. Lo peor es que Liliana tomaba fotos al por mayor: salíamos chinos de risa, parecíamos drogadictos. Nos encantaba tomar y conversar. A veces podían ser algunos vinitos, y otras veces Cusqueña helada. Un cigarrillo alcanzaba para seis personas y el que le daba la última pitada se compraba una cajetilla de Lucky Light. Eran buenos tiempos. Tan buenos que ya asimilé que el tiempo que te llevó te traería denuevo. Te traería como por esas casualidades te conocí en un concierto en el Centro de Lima y me pediste un cigarrillo. Teníamos a un amigo en común: el chato Becerra. Luego te invité un café en El Cocodrilo Verde y hallamos las coincidencias. Ambos leíamos a Ribeyro. Ambos amábamos a The Doors. Ambos disfrutábamos del humor e ingenio de Woody Allen. Y, por último, soñabamos con viajar a París. Entre el capuccino y la lluvia de otoño creí que eras perfecta. Hablo de perfección como goce de una buena conversación. Entonces empezamos a salir más seguido al Parque Kennedy y a Barranco. Yo parecía Jim Morrison y tú una suerte de Janis Joplin. La pasábamos de puta madre. ¿Y sabes por qué? Quizá porque desde un principio sabíamos que no existía el amor. Nosotros no juramos amarnos, juramos no amarnos. Nos cagábamos de risa cuando las parejas se decían eso. En lo subjetivo está lo objetivo.
¡Qué gracioso es todo! Ahora yo estoy aquí escribiendo novelitas,y tú en algún lugar como la canción de Duncan Dhu.¿ Estarías aún con ese seudo intelectual? Siempre quisiste estar con un filósofo o con un saxofonista. Espero que hayas estado con ambos, aunque para mí son lo mismo. Soy muy complejo a veces. Una vez me dijiste: “¡Deja de estar triste!”. Yo te dije: “¡Hey! No te metas con mis hobbies. Y es que solo estando triste puedo escribir algo bueno, porque la tristeza es una intranquilidad.”El arte empieza donde termina la tranquilidad” decía César Moro. Tú me conoces, escribo a las tres de la mañana con mi taza de café plantada en el escritorio, algo así como Balzac. Pero no, yo nunca seré un buen escritor. Los escritores son personas afanadas con la soledad, solo tú comprendías eso. A veces me decías que no había problema si no salíamos, que terminara de escribir. Lo mismo te decía cuando elaborabas un cuadro. Te parabas frente al lienzo con el camisón celeste y encendías un cigarrillo. La imagen hallaba un camino en tus pinceles. ¿Te encontraría, Mariel?
Perdonen las faltas ortográficas, mi teclado es un asco. Y para colmo no tengo el Word. Además, me da flojera releerlo, es una kábala. Sigue leyendo