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Los soñados

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Yo he sido feliz casi todos los días de mi vida, al menos durante un ratito, incluso en las circunstancias más adversas.

Roberto Bolaño

Acompañar la lectura con Shiver de Coldplay

De pronto, sintieron el instante previo a la felicidad. Ahí estaban, sentados en el piso siguiendo el compás de Shiver con la cabeza, porque nada mejor que Coldplay para expiar los errores del pasado. Las cosas no habían sido fáciles para ninguno, pero ahí estaban. Sus ojos seduciendo el placer del tiempo, sus labios tentando la locura de vivir. La tranquilidad de su respiro en el hombro indicado a las 6 de la tarde en un otoño como este. La lluvia que repentinamente se va refugiando en la ventana y que ambos observan con la misma magia de cuando se conocieron. Sus miedos insertos en la nostalgia de relaciones pasadas, y las lágrimas que ya el tiempo supo secar. Quizá porque alguien los esperaba, alguien con la misma resistencia al dolor, con el cigarrillo a medias y el abrazo de quien te conoce toda la vida.

La tristeza que los besa, porque así es esto. Sentarse y tratar de ser diferente, aparentar la alegría que el mundo ya ha despojado. Buscar estar al lado del otro. Buscar estar con alguien para ser diferente, para hablar de la resignación acumulada, del odio, del amor. Hablar de la ironía de los tiempos pasados, de los besos y las palabras juramentadas. Ser parte de la pena del otro, adaptarse a las huellas de él, explorar las intranquilidades de ella. Ambos esperando a que pase esta temporada, que el olvido sea una actitud automática cuando Lima se vuelve gris. Que los cafés y los cigarrillos acompañen los vanos deseos de autodestrucción.

Y dentro de ese momento, ambos se miran, se reconocen dentro del espacio que la vida les ha asignado. Ambos mirándose, esperándose. Recordando el futuro, planeando el pasado. Típica estrategia para reírse del tiempo, para recordar los lugares a los que fueron sin excusas, lo que se pudieron decir, lo que no se dijeron. Las risas, las penas, las sensaciones de otoño. Todo acoplándose al momento en el que uno espera algo que desconoce: la felicidad.

Los sueños de quien anhela, las líneas del escritor a medianoche. La intensidad del silencio por la madrugada y la soledad de las lágrimas frente al vacío. Y, dentro de esa necesidad del otro, se hallaron.  Se miraron a los ojos por unos segundos, los más infinitos, para luego abrazarse con la sutileza que la canción les otorga. Temblaron, sollozaron y así se quedaron. Esperando la felicidad.

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