Archivo por meses: noviembre 2010

Tus artes – Cuento

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Ya eran las tres de la madrugada cuando encendí la radio. Estuve sentado en una silla vieja, como las que hay en cualquier comedor, pensando en ti. Pensaba mucho en ti mientras escuchaba la radio y encendía un cigarrillo en el escritorio de mi cuarto. Ese huerto en el cual podía recordarte a menudo con esa sencillez al hablar y esos lentes que graficaban tus sutiles ojos. A mi lado solo había una cama desordenada por el sueño rebelde que producía las tardes de invierno. Había caído la maldición sempiterna del amor en este refugio poseído por el humo que se deslizaba por los cuadros de The Beatles y Bob Marley, ese conjuro que a uno lo conduce casualmente a distintos desvaríos. Entonces, quise ser tú e interpretar las perspectivas de lo cotidiano. Quizá estarías acostada en tu cama, abrigada y abrazando la almohada, con el cabello desordenado y las ideas en reposo. Estarías soñando con alguien o con algún hecho reciente. Estarías levantándote temprano y abriendo el celular para ver la hora con los ojos entreabiertos, te destaparías y acomodarías en la cama la ropa que ya seleccionaste horas antes. Te bañarías y caminarías hacia la mesa a desayunar a penas algunos bocados que yacen allí. Tomarías tu bus y estarías con la loca manía de ver tu celular cada cinco o diez minutos, quizá esperando alguna llamada o mensaje. Observarías las calles con cierta indiferencia porque es el panorama al que tus ojos se han acostumbrado a ver. El camino es largo e incómodo pero no te importa, porque distraes la mirada viendo a los demás pasajeros. Recordarías a personas en ese interludio, a amigos que viste un día antes o a personas con las que conversaste por Internet. Bajarías en la Universidad y caminarías con paciencia por la vereda principal hacia el encuentro de los demás.

Las colillas se me muestran indiferentes a estas horas de la madrugada. Recordarte deja de ser un acto casual y se convierte en un loco afán por dibujarte frente a mí. Me llevo la mano a la cabeza y pienso que lo interesante de esto es que es pasajero. El amor, como tú y yo sabemos es un delirio extenso de la ilusión, un sendero apenas imaginado, una vía ingrata para expresarnos. Tú lo sabes cuando lo ves a él y sientes eso, cuando ves sus ojos cansinos por las lecturas apresuradas a medianoche. Tú pasas los días hablando con él y contándole de tus experiencias, te sientes fascinada. Inconcientemente, te has enamorado de él aunque tu percepción de la realidad lo niegue. Cuando le hablas lo miras con complicidad, como si recordaras la última vez que lo besaste. Lo miras y por dentro te quieres reír con ese humor que tienen los amantes al mantener una simulación del amor.

Este cuarto expresa una breve frustración de la melancolía, ya que cuando te recuerdo tiendo a fumar más de lo debido y empiezo a toser como un próspero adquisidor de cáncer pulmonar. Ya la música es un complemento instantáneo para que te ubiques en esa esquina de la habitación, cerca a la biblioteca, cerca a los cuadros. Pero más penosa es la fuerza de no reconocerte porque ya la noche te ha ido ocultando por entre las vestimentas que cuelgan de ganchos. Estoy seguro que eras tú o tu silueta con un Lucky en la boca mirando mi tristeza. De pronto, los cigarrillos son nuestro heraldo misterioso. No te importa, flaca. Las palabras no importan cuando manejan un contexto que desconocemos. Así pasó cuando nos vimos por primera vez y lo viste a él. En mí viste un muchacho de ojeras con la vana ambición de ser un escritor, y en él viste la grandeza del arte, lo cual te encantaba. Fumabas con él por el parque y le decías que era un idiota solo porque te gustaba la sensación de reducirlo, pero él te decía que tú lo eras más. Tú lo cogías de la mano y él te miraba fijamente como si quisiera decirte algo que no te ha dicho hasta ahora. Tú decías que ya era tarde, que debían de irse, porque no querías malograr la relación que habías logrado con él, que quizá lo lastimarías porque en tu mundo el amor es relativo a las personas y terminas hiriéndolas o, peor aún, terminas hiriéndote tú misma.

Cinco de la madrugada y tu recuerdo es documentado en el cuaderno de las añoranzas. Creo que dentro de unos años lo leeré y pensaré que aún estás como cuando te conocí, tan genial y extrovertida. El podrá decir que te quiere, pero no podrá quererte como dice. Podrás decirle que le quieres, pero en tu mente vas haciendo un conteo y una diferenciación con otras relaciones. Yo, te recordaré como hoy. Tú, me olvidarás como lo harás dentro de unas horas, cuando te enrumbes a verlo. ¿Por qué? Porque el artista te ofrece la complejidad que tú buscas, te ofrece risas y dulces; el escritor, yo, no podría ofrecerte eso.

Me he dado cuenta que lo bello de tus artes es que solo un artista puede verlas. Tus artes son los retazos de felicidad que logras enlazar para él, para que en su lienzo aparezca tu sonrisa. Sabrás que el artista es solo un dicharachero hippie que busca reflejar estilos nuevos, comprenderás que quiere llamar tu atención con su moda retro, que cuando lo viste por primera vez te parecía un chico más, pero luego descubriste que era una persona interesante y empezaste a verte a solas con él en lugares inhóspitos. Empezaste a observarlo por mucho tiempo, a ver sus ojos y cómo te decía que estudies.

Las chicas como tú son tan interesantes que a uno lo dejan pensando por las madrugadas. El sol asoma cauteloso entre las nubes etéreas y mi mirada se centra en los árboles que se logran apreciar desde este cuarto miraflorino. Oteo a un perro que pierde el rumbo en la pista. Pierde el rumbo, como lo has hecho tú. Porque el escritor hace unos minutos acaba de morir, pero tú no te has dado cuenta de ello, porque solo esperas con ansias para ver al artista. Y lo verás dentro de unas horas con su ropa alocada y su cabello despeinado, pero el escritor habrá muerto temporalmente y quizá, si es caprichoso, logre regresar con un cigarrillo a las tres de la madrugada. Entonces, entenderé tus artes mientras termino el lienzo.


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Temo…

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¿Sabes qué temo? Temo que un día de estos tu rostro aparezca en otros ojos. Temo que tu fragancia acompañe a otras sombras. Temo que tus palabras tomen rumbos de forasteros. Temo de ti. Temo de todo lo que eres, de lo que piensas, de lo que dices. Temo que nuestro último tiempo se este terminando rápidamente, porque no me resulta grato asemejar temor con amor y ello es complicado. Sí, complicado para mi cabeza de joven rebelde y, si tú quieres, artista. Temo de lo que pienses de mí, si es que piensas en mí. De gastar tu tiempo así, reivindícate estando como fina presencia para mí, para que este intento de escritor tenga de qué hablar y qué escribir en su diario. Temo de la acuarela que realizo con tu imagen, mimetizo esa realidad que me parece hermosa y sutil. Imito los ojos de las anécdotas, de los labios jueces y determinantes, del cabello lacio y modesto. Sigue leyendo

Poemas que no duermen – Poema II

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A mi verdadero poema, tú.

Me levanto
Y veo tu rostro
En los versos que escribí
El día de ayer.

Veo tu sonrisa
En la hipérbole.
Veo tu cabello
En metáforas.

Y los versos
Evocan tu belleza.
Tu boca va escribiendo
Los versos trémulos.

Tus ojos
Que son recinto de amor taciturno
Van dirigiendo mi lírica
Y vas bosquejando mis sentimientos.

Tu silencio
Sinfonía parisina
Que da musicalidad
A este poema.

Tu fragancia
Mezcla de rescoldos de amor
Que se refugian en tu cuerpo
De grabado griego.

Entonces,
Me es difícil olvidar tu nombre
Porque mi mente le asignó
Como base de líneas poéticas.

De pronto,
Los versos pierden sentido
Cuando te miro,
Cuando el poema toma su
Forma ideal,
Su forma finita.

Veo que eres mi poema,
Versos reunidos
En una figura perfecta
Que solo yo puedo recitar.

Cristhian Trinidad
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