30

2014. Parque Kennedy. Vamos saliendo ya varios meses. El plan siempre es ver una película pero nunca terminamos entrando al cine. Ese día ella habla mucho sobre laceados (“¿brasileño o japonés?”) y yo para contrastar las cosas le cuento que mi cabello tiene una vida útil de 7 años, pues en mi estirpe la calvicie empieza con fuerza a los 30. Se ríe. Me dice que falta mucho. Sonrío. Es verdad, falta mucho.

2016. Reunión familiar. Es un cumpleaños especial para mi abuela y esta vez todo el mundo ha venido. Veo de nuevo a un primo lejano que siempre me cayó bien cuando yo era niño. Hablamos, recordamos viejos tiempos. Hay un punto en que me cuenta algo que no llego a captar bien, y me dice que “ya cuando tengas 30 años entenderás”. Me río; es cierto, si yo tengo 25 él ya está en 30 o 31. Le pregunto que qué se siente cargar con tres décadas, y me dice sonriendo que no me preocupe, que también me va a tocar.

2018. Bar Público. Es temprano, se puede hablar sin alzar la voz. Voy un par de chelas y me acerco a caja para comprar más cerveza. Aprovecho para pedir que pongan una canción —dame un poco de trago y me vuelvo levemente conchudo—. Vuelvo a la mesa, los demás están rajando de un tipo. Escucho algo y me desconecto un poco, esa historia ya me la han contado. El relato termina. “Y ese cojudo cuántos años tiene?”, pregunta uno. Yo, que lo conozco, respondo que 31, y después de un silencio infinito de dos segundos, alguien añade “ya está viejo ese huevón”.

2020. Consultorio. Le entrego al doctor el examen de rayos X que me pidió. Él observa y me dice que en efecto, mis articulaciones ya están un poco desgastadas. No es la primera vez que converso con este tipo, ya hace tiempo que por él uso zapatillas especiales, caliento 15 minutos antes de correr, evito cargar peso. Él termina de revisar los resultados y me dice que definitivamente debo suavizar mi rutina. Me pregunta mi edad. Yo respondo que 29. Y me dice que lógico, que ya a partir de ahora todo es cuesta abajo.

2021. Aviación, Angamos. Ya no falta nada. Contrariamente a mis pesimistas expectativas, aún tengo cabello. ¿Qué ha cambiado que ahora todo es distinto? Pienso en el fin del mundo (¿de mi mundo?), hago un recuento de lo que he hecho, de lo que he vivido. Viajo al pasado y extraigo algunos recuerdos. Estos que ahora son una antesala para expresar lo que siento.

Sigo caminando, en la ruta un señor vende espejos de cuerpo completo. Me acerco, me miro. Sí, es cierto, ya no soy el mismo. El señor me pregunta qué me preocupa. Sonrío y le agradezco. Y es ahí que entiendo que hoy he estado equivocado, errado por pensar hacia atrás todo el tiempo. Que la vida y las cosas que le darán sentido están también adelante. Que valorar la juventud no puede significar estar triste por perderla. Y que una nueva etapa también es una oportunidad para empezar de cero.

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