—Ya me tengo que ir amigo pero déjame darte un último consejo.
—Siempre, amigo.
—No te regreses. No te regreses jamás de Nueva York wey. Quédate allá todo el tiempo para evitar la nostalgia.
—¿Va a golpearme fuerte?
—Va a ser terrible, te lo aseguro. Te habla la voz de la experiencia.
—Qué hago entonces amigo. Yo no quiero irme pero no encontré nada aquí. Fallé.
—Quédate a cualquier costo. Consigue un trabajo de lo que sea. De librero, de barista, yo qué sé wey.
—Voy a tratar amigo, pero lo más probable es que vuelva.
—Nada te va a parecer igual, wey. Las cosas vas a percibirlas como pequeñas, ordinarias, pobres. Bueno, tengo que entrar a una reunión, pero por favor escúchame, haz lo que te digo.
—Claro amigo.
—¿Vas a seguir mi consejo?
—Voy a intentar seguirlo hasta el cansancio.
—Quédate. No importa cómo.