Encounter

Friday night en Nueva York. Vamos a un restaurant francés que ella tiene en lista desde el año pasado. El lugar es bonito en las fotos pero lo es más aun al verlo con tus propios ojos. Entramos, la reserva está para más tarde pero nosotros sabemos cómo funcionan esto, primero al bar a tomar algo mientras avanza la hora. Lo mismo de siempre, supongo, yo una copa de vino y ella un cocktail emblema.

Nuestra conversación empieza con literatura. Ella escribe poesía, y por alguna razón que no llego a comprender del todo ha decidido compartirla conmigo. Me muestra sus más recientes poemas. Tienes talento, pienso. Tienes talento, le digo. Ella sonríe y entonces le pregunto qué experiencias le llevaron a plasmar esos versos. Y así se abre paso el relato de vivencias crudas, porque como dijo Bolaño la vida es un poco más dura que la literatura.

La mesa está lista. Apenas tomamos asiento ella se pone a ojear al tipo que se encuentra al lado y no me toma mucho tiempo entender por qué. Es una persona particular, de mediana edad, perfectamente afeitado, bien peinado, claramente educado. No ha venido en traje de etiqueta pero su vestimenta es sobria. Ella me pregunta que qué onda con este sujeto. Sí, en voz alta, nuestro idioma es refugio en este país. Está cenando solo, está cenando como un rey (escargots, steak, cocktails y después vendrá el dessert y el café). Pero lo central es la vibra que destila, un aura que nace en sus gestos, en su manera de dar las gracias, en el pin que lleva en la solapa del saco, en la solemnidad con la que coje los cubiertos. Este tipo es alguien, da igual que no sepamos exactamente quién.

El tipo se ha apoderado de nuestra conversación, sin saberlo. Pero claramente hablar sobre una persona nunca va a ser igual a hablar con esa persona. Lo primero, aunque siempre un homenaje, palidece ante la posibilidad de hacer lo segundo. Una posibilidad que languidece pues el tiempo avanza y ni él ni nosotros cenaremos para siempre. Él recibe su dessert. Entonces ella me mira y yo entiendo perfectamente. Excuse me sir but just out of curiosity, what’s the name of what you have ordered. Y entonces amanece la conversación. Ella le pregunta si viene seguido, y él responde contando una pizca de su vida. Es saxofonista, forma parte de una banda que a veces viene a Nueva York para tocar; está hospedado en el apartamento de una amiga —entiendo que es una amiga— y aunque ella le dijo que hoy no podía él decidió venir igual. Le gusta este lugar, ya ha estado aquí varias veces y nos habla sobre la decoración, la comida y el servicio. El tipo es muy elocuente pero no nos hace ninguna pregunta, así que le suelto un thank you y él un you are welcome y entonces retoma el postre.

Volvemos a lo nuestro. Ya no recuerdo de qué conversamos y creo que es porque ambos en realidad seguíamos pensando en el gentleman de al lado. Nos quedamos callados. Algo ha cambiado; no sé bien qué, no sé si ella o yo o el lugar pero hay algo nuevo, distinto. Sea como fuere en nuestra mesa ya no queda nada, pedimos la cuenta y mientras nos levantamos de la mesa lo miro y siento que va a decirnos algo pero al final se limita a sonreír y a hacer un gesto de despedida.

Y mientras salimos no puedo evitar pensar que estamos cometiendo un error tremendo, que deberíamos volver y decirle Sir we don’t want to leave without asking your name, and actually it would be a pleasure to talk a little bit more with you, I am… and I want to be a novelist, she is… and she loves poetry and is really talented at writing. Sé que nos diría por supuesto encantado y entonces nos sentaríamos a su mesa y él nos hablaría del arte, de la sensibilidad y de apreciar el mundo y su belleza. Y en esa conversación recordaríamos una vez más que el Derecho no es lo nuestro, que la vida es mucho más que eso, y que hay un universo entero pendiente de ser descubierto.

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