Fui de Work & Travel a Estados Unidos porque mis padres pensaban que era importante que consolide mi inglés. Como no tenía tanto interés me enfoqué en encontrar una oferta laboral con buena paga sin importar dónde estuviese —salvo Alaska—. Me llegó una propuesta para trabajar en el grifo de un pueblo pequeño de Louisiana. El pueblo estaba en medio de la nada y el grifo ni siquiera estaba cerca al pueblo. Acepté.
Llegué a Louisiana junto con otro estudiante peruano, Gustavo. En el aeropuerto nos recogió una polaca para llevarnos a nuestro housing. De ese trayecto recuerdo que ella estuvo casi todo el tiempo al teléfono hablando pestes sobre las personas afroamericanas.
La casa era grande y algo antigua. El mobiliario y la decoración eran casi inexistentes (en la sala había un sillón, una mesa y unas sillas, y eso es todo). La polaca nos llevó al segundo piso, había dos cuartos y di por entendido que un cuarto era para mí y el otro para Gustavo, pero ella nos indicó que uno de los cuartos era nuestro. El otro le pertenecía a otras dos personas. Yo pregunté si eran peruanos también, ella se limitó a decir que no. Poco después se fue diciendo que tanto John como Rohan ya sabían que Gustavo y yo llegaríamos hoy.
Cuando llegó John entendí por qué la polaca no nos dijo más sobre nuestros compañeros. John era un señor de 37 años, de Ghana, que también estaba en un programa de Work & Travel. Por suerte John era un tipo muy amable y educado. Pese a la diferencia en edad, procedencia, cultura, pese a la diferencia en todo, nos llevamos bien. Aprovechando su apertura le pregunté por Rohan, respondió que era de Haití, tenía 27 o 28 años y era una persona peculiar.
Rohan llegó y su saludo al vernos fue solo un “hey”. Encajaba en el estereotipo clásico del afroamericano miembro de una pandilla: pantalones por debajo de la cintura, polo de una talla demasiado grande, pañuelo negro que cubría todo su cabello. Y si su apariencia era suficiente para mantener mi distancia, su actitud descartaba cualquier otra opción. Era una persona agresiva, ácida, impulsiva. Gran parte del tiempo se la pasaba insultando —por teléfono— y sus maneras eran las de quien siempre está a la defensiva.
Con todo, la convivencia fue aceptable. John nos ayudó mucho a Gustavo y a mí, nos animó a comprar bicicletas —él tenía una— y así conocimos todos los lugares interesantes de la zona. Alguna vez incluso nos invitó a comer, lo que fue un gran gesto porque siento que era muy cuidadoso con su dinero. Por su lado Rohan podía ser alguien problemático pero bastaba no meterse en sus cosas y cumplir con las reglas de convivencia —no dejar platos sin lavar, limpiar el baño, etc.— para llevar la fiesta en paz. Además sentía que la presencia de John lo mantenía a raya con nosotros.
Las cosas se jodieron a mediados de febrero. Llegué a la casa del trabajo y me recibió Gustavo asustado. Rohan estuvo insultando a medio mundo porque tenía que salir y una de las llantas de su bicicleta estaba pinchada. Gustavo vio que Rohan agarró la bicicleta de John, le dijo que esa no era su bicicleta y Rohan le respondió insultándolo. La conducta de Rohan me pareció mala y entendía el estado de ánimo de Gustavo, pero pensé que no pasaría a mayores. John hablaría con Rohan, le reclamaría, este no diría nada porque estaba en falta y asunto cerrado. Le dije a Gustavo que ya ellos arreglarían el tema cuando lleguen.
Como esperaba, John recibió la noticia de manera calmada. Le pidió a Gustavo que cuente de nuevo lo que pasó y dijo que ese tipo de conductas no eran aceptables y que hablaría seriamente con Rohan. Para este momento hasta Gustavo ya estaba más tranquilo, incluso llegamos a bromear entre nosotros sobre el versus que se iba a dar y si debíamos preparar canchita en microondas para verlo.
Horas después llegó Rohan, y entró hecho un vendaval. John lo saludó y le dijo que tenían que hablar. Rohan no lo miró ni le respondió, se fue a la cocina y John lo siguió. Escuchamos a John decirle a Rohan que no podía coger cosas ajenas sin permiso, mientras que Rohan seguía sin decir nada. John siguió hablando hasta que Rohan reaccionó. Rohan le dijo que se vaya a la mierda (“go fuck yourself”) y le recordó que él le prestó dinero para que compre esa bicicleta.
La actitud de John cambió. Él también alzó la voz y respondió que ya le había pagado el dinero prestado, y que en cualquier caso eso no tenía nada que ver. John le dijo que la bicicleta no era suya y que si se atrevía (“if you dare […]”) a hacer algo así de nuevo llamaría a la policía. En ese punto se escuchó el ruido de un cajón abriéndose y luego un sonido metálico. John le preguntaba a Rohan que qué estaba haciendo y este ya gritando le respondía que no se atreva a amenazarlo, que lo mataba si volvía a amenazarlo. Gustavo me preguntó si debía llamar a la policía y yo le dije que sí y que mejor deberíamos salir, pero en ese momento escuchamos ruidos de pasos en la cocina y de pronto John y Rohan estaban en la sala, Rohan empuñando un cuchillo.
Nos quedamos congelados. John nos pidió que llamemos a la policía y que salgamos pero nos quedamos inmóviles. Rohan le dijo a John que no vuelva a hablar de llamar a la policía, y John le preguntó qué pasaba si lo hacía, y si en verdad pensaba apuñalarle. John le pidió que suelte el cuchillo antes que la situación se agrave más y nos volvió a pedir que llamemos a la policía. En ese punto Rohan se abalanzó contra él y John logró cogerle la mano que empuñaba el cuchillo y empezaron a forcejear. Gustavo reaccionó y me dio un codazo y salimos de la casa. Gustavo llamó a la policía y nos quedamos fuera, esperando. Al minuto salió Rohan, desesperado, nos vio y luego se fue corriendo, huyendo.
Temí por John. Le dije a Gustavo que entraría a buscarlo. No lo encontré en el primer piso, así que fui escaleras arriba. Me acerqué a su cuarto, la puerta estaba junta. Toqué y llamé a John, mas no obtuve respuesta. Abrí la puerta lentamente, mientras seguía llamándolo. En el fondo del cuarto vi su silueta, estaba sentando en una cama. Me acerqué y le pregunté si debía llamar a 911, sin embargo él seguía en silencio. No podía ver bien pero su rostro tenía un gesto extraño. Llegué a su lado, quería verificar que no estaba herido, y entonces vi que una de sus manos empuñaba el cuchillo. En un acto reflejo salí rápido del cuarto. Mientras bajaba las escaleras pensaba que su cara no reflejaba dolor, pánico o trauma. Sus ojos estaban desorbitados y tenía una sonrisa, una sonrisa rara, enferma.
En su rostro había euforia.
*Pido disculpas si alguna parte del texto puede denotar prejuicios o razonamientos basados en estereotipos.