Lunes, 7:45 a.m. Estoy frente a mi colegio, todavía no me queda claro por qué, pero intuyo que es por el significado de este día (¿de mi día?). Estoy frente a mi colegio y mientras venía me preguntaba cuánto habrá cambiado este lugar de mierda. Hay más pisos y más modernidad, más limpieza y más orden quizá, pero eso es lo de menos. Alzo la vista, veo casacas rojas, pantalones grises, mochilas; veo estudiantes a pie, estudiantes en carros, estudiantes por todos lados. Las dinámicas, eso es lo que importa, y las dinámicas son las mismas. Los grupitos en la entrada, padres gritando, las risas y la algarabía, el apuro de aquellos que creen que van a llegar tarde. El silbato de los vigilantes, la pelea por estacionamiento entre las movilidades particulares, el ruido de las mochilas de ruedas.
Entro. Nadie me para —pensarán que soy un padre que olvidó darle algo a su cría—, soy parte de esta ola de personas, de esta tropa de desorden, de este mundo de infantes. Sigo caminando y me dirijo al pabellón de secundaria. Y ahora van a alinearnos y nos dirán firmes y luego descanso y finalmente atención. Vuelvo a mirar de frente, estoy ya en la zona de formación, veo que llevo una casaca roja, un pantalón gris. Y entonces entiendo. Escucho al cheta gritar chino te van a gomear y al lado mío Torre y Suasnabar se están cagando de risa sobre sabe Dios qué. Santa María, a mi lado, me pregunta si he estudiado para Lenguaje. Miro al frente, el ebrio de Florez está ya en el estrado y en cualquier momento empieza la cantaleta. Chequeo mi corbata, lo último que quiero es que este imbécil me señale de nuevo por no respetar el uniforme (mientras que en al loco Lope que una vez vino con la corbata como cinta en la frente no le hicieron nada). Qué pesada esta mochila de mierda, ¿por qué sigo trayendo el libro de Trigonometría si ni me molesto en abrirlo cuando toca esa clase? Busco con la mirada al cheta y le hago un gesto de quién es el que quiere bronca. Desde que Pardo me sacó la mierda (y es mi culpa porque obviamente eso iba a pasar e igual seguí jodiéndolo) ahora cualquier huevón cree que puede decir que me pega. Bueno, no importa, ya lo descubriremos en el recreo, porque desde la vez en que Noriega mandó al piso a Barboza en plena formación los monitores se pasean hasta en medio de las filas. El ebrio de Florez se está tocando la garganta, esta huevada ya va a empezar.
Caigo en cuenta que Santa María me está mirando. Giro hacia él y entonces me pregunta de nuevo si estudié. Y comprendo, o mejor dicho recuerdo (¿o mejor dicho siento?); he vuelto, tengo 15 años de nuevo. Miro a Santa María y le doy un beso en la frente (¿de dónde ha venido esa costumbre? Creo que las basuras de la sección C empezaron con eso, de nosotros en todo caso no vino). Santa María me dice qué tienes oe y le digo que no, que no he estudiado pero que la vida es una maravilla, que se mire, que me mire, que tenemos todo y pienso seguir hablando pero siento una suerte de temblor. Quiero seguir hablando pero veo cómo la cara extrañada de Santa se va desvaneciendo poco a poco. Mi respuesta. Mi respuesta fue incorrecta, lo que yo hubiera dicho a esa edad es algo de estilo no seas imbécil o por qué no me estudias esta. Santa María ya no está, los gritos del cheta tampoco. Arruiné todo, jodí todo.
Miro de frente de nuevo, un vigilante me pregunta si voy a entrar a administración. Los padres de familia no pueden estar en esta zona señor, si tiene alguna pregunta o quiere sacar cita todo eso se hace en administración. Le agradezco y salgo del colegio.
Pienso en mi desesperación al final de esa transposición (o episodio, como quieran llamarlo). Me rio, nada de qué preocuparse, esto me pasa cada cierto tiempo. El día en que quiera poner fin a todo me bastará con dar la respuesta correcta y entonces mi cerebro se convencerá de que la realidad es otra, que tengo 8 o 15 o 24 años y estoy en otro tiempo. La vida es mucho más fácil si tienes a la mano un botón de reiniciar, si puedes volver hacia atrás. Todo en orden, todo tranquilo, y repitiéndome eso es que olvido que acabo de cumplir 32 años y lo único cierto es que estoy grave y que a esta degradación ya no puedo ponerle freno.