A T., por tanta sinceridad
Siempre me pasa lo mismo en los aeropuertos, llego con demasiada anticipación y termino en la puerta de embarque al menos tres horas antes del vuelo. Hay que ser precavidos, decía mi papá, y claramente se lo heredé. Pero bueno, aquí estamos, en el JFK, con tiempo que matar y con varias ideas por procesar.
Salí de Santiago en Julio de 2021. Las metas las tenía claras: hacer la maestría y conseguir un trabajo en Estados Unidos, uno que me permitiese dejar Chile de una vez y para siempre, uno que me permitiese tener la vida que quiero. Santiago podrá ser lo mejor de Latinoamérica pero no se compara a ciudades como Nueva York o Chicago o Washington D.C (en verdad no entiendo cómo le decimos Sanhattan al centro financiero, es una burla al lado de Times Square). Es en Estados Unidos —o, en cualquier caso, Europa— en que uno puede encontrar servicios públicos decentes, oferta cultural variada, cortesía social. En pocas palabras, vivir de manera civilizada.
Las cosas, lamentablemente, no salieron como pensaba. Encontrar trabajo estuvo difícil, había mucha competencia y el mercado no estaba en su mejor momento. Solo conseguir entrevistas era una odisea, había que dedicarse a fondo y hacer el máximo esfuerzo posible, y todo ello no garantizaba nada.
Nada de ello es excusa. Detesto las excusas. La realidad es que para conseguir quedarse había que ser de los mejores, y la realidad, ya entiendo, es que yo no lo soy. Ahora tengo que volver y aceptar que fallé en lo único importante. Confrontarme a mí mismo y reconocer que no soy lo suficientemente bueno para esto, que si aposté todo a este camino, pues la apuesta la he perdido.
Soy un fracaso. Me duele pero tengo que aceptarlo. Soy un fracaso. No es difícil darse cuenta de ello. Se ve en el hecho de que estoy ahora aquí, en este aeropuerto, con un ticket de ida hacia Santiago pero sin ticket alguno de vuelta. Se ve en el hecho de que quemé todos mis ahorros y quedé muy endeudado para poder pagarme este programa. Se ve en el simple hecho de que no conseguí lo que quería.
No quiero ser malinterpretado ni tampoco ser mezquino con nadie. Hay personas que consideran que titularse como abogado es un logro y yo respeto ello. Si un amigo viene y con una sonrisa inmensa me dice me gradué entonces le diría felicitaciones y le daría un abrazo y estaría sinceramente feliz por él. Cada persona define qué considera un logro. Para mí nada de lo que he hecho califica como ello. Ser abogado, trabajar en una buena firma, ser profesor, publicar libros, ingresar a una Ivy League son solo elementos, requisitos, factores en mayor o menor medida necesarios para llegar a un objetivo. Nada de eso, en sí mismo, sirve. Nada de eso, en sí mismo, es razón para estar satisfecho o contento u orgulloso.
Y ahora, en verdad, no sé qué viene. ¿Qué se hace cuando ya no queda nada? En teoría uno debe seguir, pero yo ya me cansé. La vida, todos sabemos, nunca se detiene. Uno define qué hace en la corriente; y yo siempre he remado, con todas mis fuerzas, hasta el límite, hasta no poder más. Cada derrota, cada retroceso, cada pérdida recibían de mí una sola respuesta: seguir empujando, seguir intentando. Pero ahora ya me cansé de remar.