Espero mi uber, para lo que se paga en esta ciudad el carro debería aparecer de inmediato pero la app dice que llega en ocho minutos. Se acerca un homeless, me pide dinero y yo le doy un par de dólares, él dice thank you y entonces lo miro y asiento, pues no es usual que te agradezcan. El tipo se queda a mi lado y ya estoy a punto de preocuparme cuando me pregunta si por favor puedo invitarle un cigarro. Sonrío, le entrego uno y mientras da la primera pitada me dice que necesitaba eso. Le digo que la vida es bastante jodida y se queda callado por unos segundos para luego decir it is man, it is.
Entonces comienza a hablar. Sin mirarme. El tipo mira la vereda del frente, como esperando poder cruzar. Yo también hago lo mismo. Y habla sobre su hermana, sobre esa perra que, entiendo, no ha honrado una promesa que le hizo. Habla de pigs y de cops y de que algo es una fucking comedy. La verdad es que entiendo solo la mitad de lo que dice, pero sé que habla de cosas que duelen.
Llega el uber. El tipo sigue hablando. Qué ganas de prender otro cigarro e invitarle también uno más y que sea mi turno de tomar la palabra. Una pena, ya no hay tiempo. Me acerco al carro, el tipo se queda callado, pero antes de subir volteo y le digo que yo también tengo problemas, y sí, los míos son nada comparados a los suyos.
Pero son los míos.