Retrocedamos en el tiempo. Volvamos un momento al punto en que elegimos la carrera que estudiamos —para aquellos que tuvimos el privilegio de estudiar una—. ¿Qué pasaba por nuestras mentes? ¿Cuán consciente fue esa decisión? ¿Cuántas veces vacilamos y ya en facultad nos preguntamos si esta era la decisión correcta?
Quizá un factor a considerar es cómo abordas esas interrogantes. Es diferente cuando alguien te pone esas preguntas y te pide que las respondas. Es una toma de conciencia que definitivamente esclarece y ayuda al pensamiento.
Y precisamente hace poco he podido leer las respuestas de alumnos y alumnas que han ingresado a la Facultad de Derecho y fueron confrontados con una pregunta: ¿por qué elegiste esta carrera? Aquí algunos fragmentos de tales respuestas (en cursivas).*
La justicia social siempre ha estado en mi vida, desde mi niñez sobre todo por casos de violencia dentro de mi familia, no solamente física sino por la estructura machista de la familia donde se obligaba a mi madre a hacer cosas que tenía que cumplir solamente por ser la mujer de la casa. En un ambiente hostil, por intuición sabía que las cosas no estaban bien porque veía prepotencia por una parte y sufrimiento por otra, y siempre iba a intervenir para que no se sigan cometiendo los abusos.
Fuerte. Es claro que nuestras familias y lo que vivimos en ellas tienen un rol determinante en la elección de un oficio o profesión; pero aquí la decisión surge debido a una situación de violencia que claramente afectaría a cualquiera. Quizá lo meritorio es que aquí la respuesta no es asimilar —y después replicar— la violencia, sino enfrentarse a ella.
Porque puedo asegurar con firmeza que tanto la corrupción, como el olvido y la represión son las cosas que más odio.
¿Qué puede marcar a una persona para decir que odia la corrupción? Solo vivencias directas, cuando ves cómo esta altera tu vida, tu familia. Tal vez un evento como la lesión irreparable de un familiar a manos de un irresponsable que nunca asumió la condena que merecía conforme a justicia. Una elusión gracias a corrupción, un expediente judicial que quedó en el olvido, y la represión contra los familiares del afectado; de ahí el odio, y la búsqueda de erradicar esto a futuro estudiando Derecho.
Si no conozco a profundidad ninguna carrera, ¿puedo realmente saber si me gusta alguna?
En cierto modo, es una locura pedirle a una persona de 16-17 años que elija una carrera. ¿Cómo a esa edad uno puede definir de manera acertada si lo mejor es Derecho o Ingeniería o Arquitectura o Economía? Y en esa línea, ¿cómo saber si la materia X te gusta sin haberla experimentado en profundidad? Al final apostamos un poco a ciegas, confiamos en nuestra intuición y en lo que percibimos como bueno.
Desde pequeña, me propuse estudiar la carrera “perfecta” pero en ese tiempo no sabía que no existía la perfección.
Hay un golpe de realidad enlazado al derrumbe de nuestras idealizaciones, a aceptar que la vida no va a ser como en nuestros sueños. Que no hay cosas perfectas, que todo tiene un lado que no es bueno. Esto también aplica a la profesión que elegimos.
Buscar un nombre en la gran Lima; sueño bastante alto pero sé que el camino comienza hoy y con pasos pequeños.
Estudiar una carrera en Lima puede representar un mundo entero para muchas personas que viven en otras regiones. Mudarse, estudiar aquí, conocer nuevas cosas, personas, proyectos. Ahora, más allá de eso, hacerse un nombre en Lima implica un sueño: trascender. Destacar, llegar lejos. Y sí, es bueno tener ambiciones, siempre que no se vuelvan obsesiones.
Todos llegamos siempre, creo yo, a un punto en el cual cuestionamos lo que hacemos, por qué lo hacemos y hacia dónde esperamos llegar haciendo todo eso.
Me parece difícil que haya alguien que durante toda una carrera universitaria no haya dudado ni una sola vez sobre lo que está haciendo. Es al contrario, deben ser muchas veces las que nos detuvimos/detenemos a pensar si esto es lo mejor o lo correcto o lo que realmente se quiere. Son esas dudas las que nos hacen pisar tierra, aceptarse a uno mismo y crecer.
Son innegables las dudas, que incluso tengo hasta el día de hoy, respecto al éxito y desempeño que pueda llegar a tener.
¿Somos lo suficientemente buenos? ¿Llegaremos lejos? Porque no basta la afición o el gusto por algo, hay que tener cierta aptitud, cierto talento. Elegir una carrera, definir nuestro futuro, incluye el miedo de no estar a la altura de lo que escogemos.
Yo quiero crecer en el trabajo, tener las mismas oportunidades, que mis elecciones de mi vida personal no sean un impedimento para mi crecimiento laboral y que se deje de poner la responsabilidad de la vida de familia y cuidado de los hijos a la mujer puesto que el hombre tiene la misma responsabilidad que la mujer.
La igualdad en cuestiones de género es un tema ineludible y que aparece —con justicia— en diversos ámbitos y contextos. Este no es la excepción. Es importante recordar que la sociedad está claramente desequilibrada en diversos sentidos, y el trato entre hombres y mujeres es uno de ellos. Aceptar eso y poner todo de nuestro lado para cambiarlo es un imperativo. En concreto para este tema, la posibilidad de alcanzar un sueño profesional debe ser la misma seas hombre o mujer; cualquier otra cosa no debe ser aceptada.
Y bueno, me gustaría cerrar esto con un fragmento de otro testimonio, un poco alejado del tema abordado, pero que no puedo evitar citar, pues es una frase que hace reflexionar sobre lo que llevamos dentro.
“Hay que aprovechar eso [conversar], hay que saberlo aprovechar. Decir bueno, a ver, por qué no hablamos de las cosas que nos duelen”.**
* He pedido autorización a cada una de las personas que estoy citando en esta sección.
**Testimonio consignado en María Eugenia Gastiazoro, Construcción de la identidad profesional y de género en la administración de justicia Argentina, 9 Via Iuris 11, 25 (2010).