Archivo por meses: abril 2021

Cordura*

Reunión para un posible caso. Mi presencia es más simbólica que necesaria pues hay varias cosas que definir antes de evaluar un posible proceso. Bueno, busquemos el lado positivo. Cojo un lapicero y me pongo a escribir palabras sueltas para relajar el pensamiento.

Tengo igual un oído activo en la reunión —no sería gracioso que me pregunten algo y yo esté divagando—. Uno de los asistentes toma la palabra para decir que otro es un “máster”, pero luego continua y dice que es “más terco que […]”. Me pareció gracioso y sonrío un poco; no será una broma como para llorar de risa, mas cosas así dejan buena vibra.

Pero la idea se queda en mi cabeza. Y se me queda porque máster/más terco es un juego llano de palabras que tímidamente se acerca a un ritual lúdico más complejo: los textos bifrontes. No soy experto pero en esencia es un texto que suena igual pero arroja diversos sentidos al cambiar el orden de las sílabas. Va ejemplo:

El mar y no tu telar.
El mar y no el ejido, el mar y no su eco.

Que también puede leerse como:

El marino tutelar.
El marino elegido, el marino sueco.

Estoy reflexionando sobre el marino sueco y en máster/más terco mientras un abogado habla sobre estrategias y plazos. Para ser sincero, hace días que estoy pensando en textos bifrontes, tengo presente a Darío Lancini, un venezolano que, parece, devocionó su vida a ciertos juegos del lenguaje, incluyendo a los bifrónticos.

Pero pensar en Lancini también es una advertencia. No parece ser juicioso seguir la posta de un tipo que, posiblemente, quedó descolocado por dedicarse tanto tiempo a juegos del lenguaje. La percepción, la cosmovisión se corrompen. El juego pasa a ser el centro. ¿Cómo construir con total libertad si estás enfocado en que el texto no solo tenga por sí mismo sentido, sino que también lo tenga en relación al juego al que se ve sometido?

Pero Darío Lancini es Darío Lancini y Gino Rivas es Gino Rivas. Yo solo soy un aficionado, un tipo que sonríe mientras escribe pero que nada espera de ni reclama a la literatura. En teoría el mayor riesgo en mi caso es frustrarme un rato y luego dejarlo de lado. Además, esta reunión tiene para al menos una hora más así que por qué no ocuparnos en algo para pasar el tiempo.

Máster/más terco es jodidamente complicado. Después de un rato encuentro un inicio prometedor, una posible puerta:

Más terco, menta
Máster, comenta

Pero el costo ha sido alto, por lo menos he quemado 20 minutos para aumentar unas pocas sílabas. La (mi) lentitud me exaspera pero también me obsesiona. Tengo muchas ideas y  posibles continuaciones y en eso estoy pero de la nada la reunión también termina así que es hora de las despedidas.

Me despido mientras en mi mente cruzan frases como sientoquemos (siento que hemos / sien toquemos). Salgo de todo, que el mundo espere un rato, necesito, necesito, terminar esto.

Ahora que estoy libre de distracciones decido empezar de cero. Máster / Másterco es un buen punto de partida pero por qué no buscar otros. Recuerdo uno que leí hace tiempo:

Azulado es el mar.
A su lado es el cielo.

Elijo a ese. Es cuestión de apoyarme en “comenta” —por las puras no gasté 20 minutos de mi vida en descubrir (?) tal conjunción de letras— y seguir construyendo.

Comenta se vuelve cometa (Azulado cometa/ A su lado come ta[…]) y mi día se vuelve un infierno. No puedo dejar esto hasta tener algo completo. No almuerzo, las lentejas que cociné pueden seguir viviendo. Estoy mal (Azulado cometa, mal / A su lado come tamal) pero eso por ahora es lo de menos.

Salgo a caminar. Parque, carro, niño, poste, botica, avenida solo sirven en función a su utilidad para el juego. Todo pasa a someterse al juego. El universo entero se reduce a esto.  ¿Qué tiene esto que es tan obsesivo? Pienso en tetris, en acomodar las piezas, en que todo coincida, en que haya un orden, pero también un bisentido, pues uno no es suficiente. No puede ser suficiente.

El sol indica que ya han pasado varias horas. Tengo claro que esto no es sostenible. Pienso en dejarlo ahí, pero me asusta dejarlo inacabado. ¿Cómo voy a dormir pensando en esto? Debo ponerle fin sin reparo. Hago un esfuerzo y logro tener algo completado.

Azulado cometa, mala sien, toquemos todo lo grado.
A su lado come tamal, asiento que hemos todo logrado.

Cojo el texto, lo veo. Es aceptable, sí. Puede continuarse, sí. Pero mejor no verlo de nuevo. Escribir, para mi, nunca había sido sufrimiento. En todo caso, ha sido refugio para atesorar las cosas buenas y lidiar mejor con las cosas malas. Pero hoy entiendo que hay que tener cuidado al jugar con las palabras. Quizá si la mayoría juega en una ruleta igual no sienta ganas de ir al día siguiente, pero hay un 1% que queda condenado a esas apuestas sin remedio. Quiero decir más pero ya no debo decir más. Todo lo grado podría perfeccionarse, y continuarse, pero antes de darle más alas a esa idea mejor exterminarla sin miramientos. Y que este sea un testimonio de que al menos una vez jugué con fuego.

*Este texto puede pecar de ridículo y artificial. Pido disculpas por ello.

 

30

2014. Parque Kennedy. Vamos saliendo ya varios meses. El plan siempre es ver una película pero nunca terminamos entrando al cine. Ese día ella habla mucho sobre laceados (“¿brasileño o japonés?”) y yo para contrastar las cosas le cuento que mi cabello tiene una vida útil de 7 años, pues en mi estirpe la calvicie empieza con fuerza a los 30. Se ríe. Me dice que falta mucho. Sonrío. Es verdad, falta mucho.

2016. Reunión familiar. Es un cumpleaños especial para mi abuela y esta vez todo el mundo ha venido. Veo de nuevo a un primo lejano que siempre me cayó bien cuando yo era niño. Hablamos, recordamos viejos tiempos. Hay un punto en que me cuenta algo que no llego a captar bien, y me dice que “ya cuando tengas 30 años entenderás”. Me río; es cierto, si yo tengo 25 él ya está en 30 o 31. Le pregunto que qué se siente cargar con tres décadas, y me dice sonriendo que no me preocupe, que también me va a tocar.

2018. Bar Público. Es temprano, se puede hablar sin alzar la voz. Voy un par de chelas y me acerco a caja para comprar más cerveza. Aprovecho para pedir que pongan una canción —dame un poco de trago y me vuelvo levemente conchudo—. Vuelvo a la mesa, los demás están rajando de un tipo. Escucho algo y me desconecto un poco, esa historia ya me la han contado. El relato termina. “Y ese cojudo cuántos años tiene?”, pregunta uno. Yo, que lo conozco, respondo que 31, y después de un silencio infinito de dos segundos, alguien añade “ya está viejo ese huevón”.

2020. Consultorio. Le entrego al doctor el examen de rayos X que me pidió. Él observa y me dice que en efecto, mis articulaciones ya están un poco desgastadas. No es la primera vez que converso con este tipo, ya hace tiempo que por él uso zapatillas especiales, caliento 15 minutos antes de correr, evito cargar peso. Él termina de revisar los resultados y me dice que definitivamente debo suavizar mi rutina. Me pregunta mi edad. Yo respondo que 29. Y me dice que lógico, que ya a partir de ahora todo es cuesta abajo.

2021. Aviación, Angamos. Ya no falta nada. Contrariamente a mis pesimistas expectativas, aún tengo cabello. ¿Qué ha cambiado que ahora todo es distinto? Pienso en el fin del mundo (¿de mi mundo?), hago un recuento de lo que he hecho, de lo que he vivido. Viajo al pasado y extraigo algunos recuerdos. Estos que ahora son una antesala para expresar lo que siento.

Sigo caminando, en la ruta un señor vende espejos de cuerpo completo. Me acerco, me miro. Sí, es cierto, ya no soy el mismo. El señor me pregunta qué me preocupa. Sonrío y le agradezco. Y es ahí que entiendo que hoy he estado equivocado, errado por pensar hacia atrás todo el tiempo. Que la vida y las cosas que le darán sentido están también adelante. Que valorar la juventud no puede significar estar triste por perderla. Y que una nueva etapa también es una oportunidad para empezar de cero.

Disruption

Domingo 11 de abril de 2021. Despiertas y sabes que este día versará sobre un único tema. Te levantas a preparar algo de comer. Prendes la tele, quieres ir escuchando los noticieros matutinos. Todos los canales se enfocan en los desayunos de los principales candidatos, la frase “fiesta democrática” se repite cada cinco segundos y de cuando en cuando reportan a un tipo disfrazado de súper héroe en camino a un local de sufragio.

Votar. Siempre tuviste claro que irías a votar. Es algo que hay que cumplir, piensas. Es un deber democrático, pregonas. Siendo francos, te gusta; pero no tanto por el hecho en sí, sino por todo lo que lo rodea: las discusiones, los escándalos, el morbo político. Precisamente por eso es que hoy te la pasarás todo el día en redes sociales, que hoy conversarás activamente en todos tus grupos de chat, y que hoy harás algún intento de análisis lúcido de la situación política actual.

Pero en fin, tampoco olvidas lo que a fin de cuentas es lo importante. Tienes planeado ir a las 11:00 a votar, faltan pocos minutos y ya tienes todo listo para salir. Mascarilla, alcohol, documento de identidad, audífonos, llaves, lapicero. Piensas por un segundo en si ponerte un polo del mismo color que el de tu candidato. Desistes, tampoco es que seas tan hincha.

Vas caminando hacia el colegio asignado. El mismo de toda la vida, piensas, aunque este año le tocaron mejoras porque la pintura es reciente, la fachada está renovada y el césped está muy bien cuidado. Al llegar al aula una cola de una veintena de personas te da la bienvenida. La mesa recién se ha instalado, alguien te explica; solo vino el tercer miembro, todos los demás están no habidos, alguien puntualiza. Estás de buen ánimo así que esperas tranquilo. En un aula cerca hay gente discutiendo, pero los audífonos —inalámbricos y con cancelación de ruido— te mantienen protegido.

La cola se va reduciendo y te acercas a la puerta del aula. Un vistazo adentro te permite identificar los elementos de siempre. La mesa de votación con el presidente y los restantes miembros casi en la entrada del aula, la cabina de votación en una esquina, un par de señores sentados —seguramente personeros— y una tipa con chaleco del Jurado Nacional de Elecciones tomando apuntes. El ecosistema electoral.

Siguiente, dice el presidente. Ingresas y entregas tu documento de identidad. Te entregan la cédula, la tomas y te diriges a la cámara de votación. Abres la cédula y ahí llega la sorpresa. La cédula parece falsa o malograda. Sí, tu candidata está, pero las otras opciones son distintas. En el papel ves las caras de Toledo, Ollanta, Castañeda, políticos que participaron en otro tiempo. No te complicas, vas a la mesa y le dices al presidente que hay un error en la cédula. Estás por abrirla y mostrarle lo que pasa pero el tipo no tiene ganas de hablar y mucho menos de escuchar. Coge la cédula, la rompe murmurando algo y te da otra. Vuelves a la cámara secreta de votación.

Esta cédula es igual que la anterior.

Te quedas desconcertado. Piensas si deberías volver a hablar con el presidente pero en eso desde la puerta del aula una señora dice joven no se demore tanto. No sabes qué hacer, así que doblas la cédula y vas hacia el ánfora. Te piden firmar el padrón y luego de hecho ello te devuelven tu documento. Listo muchas gracias, te dicen. Estás por salir y alguien dice espere señor y entonces vuelves y te hunden el dedo en tinta morada. Dejas el aula pensando que al menos sí pudiste votar por tu candidata.

Vas caminando hacia la salida y para cortar camino cruzas por un jardín seco y amarillo. Sales del colegio y te quitas la mascarilla. Igual que todo el mundo, piensas; literalmente todo el mundo, pues no encuentras a una sola persona con cubrebocas. Respiras hondo, te sacas los audífonos y estos quedan colgando debajo de tu cuello. Algo aquí no anda bien, piensas. Caminas un poco y desde la televisión de un restaurant escuchas que Castañeda en segunda vuelta le gana a todos, pero que eso hoy no le servirá de nada.

Entonces llega el vértigo. Sacas tu celular. Es tu celular, o mejor dicho, fue tu celular años atrás. Tratas de abrirlo pero te pide un código de desbloqueo. Qué está pasando, te preguntas. Miras a tu alrededor. Todo está en su lugar, pero todo se ve distinto, previo. Sientes que la lucidez se te está yendo. Es necesario aclarar lo que sea que esté pasando. De pronto ves una tienda de periódicos. Vas corriendo, no queda mucho tiempo. Al llegar revisas la fecha de un periódico, de otro, de todos. El vendedor te mira extrañado, le preguntas si los diarios son de hoy y él te responde que no podrían ser de mañana. Vuelves a mirar los periódicos, uno de ellos tiene de portada a Messi con la camiseta del Barcelona. Por fin entiendes. Esto es real, esto es verdadero.

Hubo un error en la simulación, hoy es 10 de abril de 2011.

Y tú estás atrapado sin remedio.