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Recientemente me di cuenta de que hay una curiosa característica de la Ética de tercera generación, es que lo fácil y lo difícil se ponen al revés. Quiero decir: lo que es fácil hacer desde la Ética de primera generación se vuelve muy difícil desde la Ética de tercera generación y viceversa. Veamos:
Desde la ética de primera generación, como su propósito es de hacer el bien desde la pureza de la buena intención (ver este artículo), resulta muy fácil no hacer daño a nadie. Basta para eso no hacer nada, y así, puesto que no habré tenido ninguna mala intención ni acción en contra de alguien, no habré hecho daño a nadie. Al contrario, desde esta misma perspectiva de primera generación, la dificultad es de lograr hacer el Bien para alguien, porque tengo que salir de mi egoísmo, tener una buena intención altruista, y realizar en consecuencia una buena acción para mi prójimo.
Luego, podemos afirmar que, desde la perspectiva de una Ética de primera generación: “Hacer el Bien es difícil, pero no hacer daño a nadie es fácil”.
Pues sucede todo lo contrario desde la perspectiva de una Ética de tercera generación. Como aquí se consideran los efectos colaterales de las acciones en el entorno global (según el principio de la “ecología de la acción” de Edgar Morin), hacer una acción bien intencionada resulta algo fácil: basta quererlo y hacerlo.
Pero no hacer daño a nadie resulta ser algo muy complicado, que pide mucho análisis y diagnóstico de todos los efectos colaterales y las inter-retro-acciones con el medio, pide tener plena responsabilidad, conciencia y control de todos los impactos que podemos provocar sobre el entorno, y crear soluciones responsables para mitigar o suprimir los daños diagnosticados. Lo que resulta ser una tarea de largo aliento, muy difícil de lograr en su totalidad, y siempre falible.
Tomemos un ejemplo: para una empresa, resulta fácil hacer un acto de filantropía, en forma puntual o permanente: basta destinar recursos para ello y realizar el acto bien intencionado en beneficio de quien lo necesita. Pero resulta muy difícil no hacer daño a nadie, porque el mismo desempeño de la empresa afecta a un sin número de partes interesadas (“stakeholders”): los empleados, sus familiares, los vecinos, la comunidad, el medioambiente, los inversionistas, etc. Los efectos colaterales de la empresa son múltiples a corto, mediano y largo plazo, y el cumplimiento cabal con su “Responsabilidad Social”, su capacidad de “internalizar sus externalidades”, atender a sus partes interesadas creando valor para todos, mitigar su huella ecológica, etc. constituye un laborioso trabajo, potencialmente infinito, de “Responsabilización Social” paulatina.
Luego, podemos concluir que, desde la Ética de tercera generación: Hacer el Bien es fácil, pero no hacer daño a nadie es muy difícil.
Detrás de esta paradoja, entendemos que:
1. Hacer el Bien no basta, también hay que analizar y reducir los daños colaterales que podemos provocar en forma involuntaria e inadvertida.
2. El ensanche de la sensibilidad ética que representa la perspectiva de tercera generación transforma nuestro afán de ser buenos en un trabajo continuo hacia la solución de (potencialmente) todos los problemas sociales que hemos generado, por eso se expresa en términos de “responsabilidad”, y más precisamente, de “Responsabilización Social continua”.
Mitakuye oyasin!
François Vallaeys
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