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RESPONSABILIDAD SOCIAL Y MISERIA DE LOS MORALISTAS

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La responsabilidad social es (co)responsabilidad por los impactos sociales y ambientales de la actividad colectiva humana. Constato que esta definición (la de la ISO 26000 y la Unión Europea) es muy bien recibida y entendida por los ingenieros  y en general todos los especialistas de las ciencias llamadas “duras”. Al contrario, los humanistas, filósofos, moralistas de todo cuño, tienen mil dificultades y resistencias frente a esa definición. No entienden que responsabilidad social signifique gestion de impactos. Y siguen empeñándose a tratar la responsabilidad social como una responsabilidad moral de las personas, como que si cada quien se comportara bien, haciendo el bien a su alrededor, todo estaría bien en la sociedad. Siguen pensado burdamente que el problema “social” es un problema de “virtud individual” de cada agente. Es decir que niegan el carácter social de la responsabilidad social.

Sospecho que la gran facilidad del ingeniero y la gran dificultad del moralista se resumen en la capacidad del primero y la incapacidad del segundo a pensar en forma sistémica. Los ingenieros han aprendido lo que es un “sistema auto-organizado”. Los moralistas no se elevan a la altura de los “hechos sociales” que tienen que ser considerados como “cosas” (Durkheim) y creen ingenuamente que la sociedad son “personas” que actúan consciente y voluntariamente, luego que si hay problemas sociales es porque hay mala voluntad por parte de los actores sociales. Los moralistas niegan, en lo que concierne el actuar humano en general (y la sociedad es claramente una “obra humana”), la existencia de los sistemas. Piensan que para que la sociedad vaya mejor, las personas tienen que comportarse mejor. Ven todo bajo el prisma del conjunto sujeto/autor/acción/consecuencias, el pensamiento sistémico objetivo pareciéndoles una insoportable deshumanización epistémica de los asuntos humanos.

Este impedimento mental por parte de los que se pretenden “especialistas en ética” siempre me ha fascinado, y he inventado una “ética en 3D” (Virtud, Justicia, Sostenibilidad) para ir remediando un poco a esa carencia, para introducir la visión sistémica en la ética, una ética compleja que espero poder precisar y compartir en los meses que vienen.

Mientras tanto, quisiera aquí clarificar la distinción entre impactos y actos, a fin de facilitar el acceso al pensamiento sistémico, luego a la responsabilidad social, que se está muriendo (en América Latina sobre todo) de ser confundida con una mera responsabilidad moral, lo que tiene como lamentable efecto que no se logre superar la reacción empática filantrópica (y su cortejo de buenas prácticas puntuales que dan buena conciencia pero ningún efecto sistémico) para pasar a amplias políticas públicas justas y sostenibles.

Los actos de las personas tienen efectos, pero también impactos. Son dos cosas muy diferentes. La diferencia reside en que se puede remontar la cadena causal desde el efecto del acto hasta su autor-causa a fin de imputarle el efecto a él y no a los demás. Ejemplo: El dueño de la empresa ha descuidado las normas de seguridad y el obrero se accidentó; el responsable moral y jurídico es el dueño de la empresa. En lo que concierne los impactos sociales, tal imputabilidad ha desaparecido, es el sistema social que genera el impacto, pero nadie en particular. Ejemplo: la actividad económica actual globalizada empuja los salarios hacia abajo en los países desarrollados de por la posibilidad de localizar las fábricas en países pobres.

En el mero efecto de un acto, entonces, queda la huella del autor del acto, ubicable e imputable como sujeto responsable del acto y sus consecuencias. Por lo tanto, aquí nunca se trata de responsabilidad “social”, puesto que podemos (idealmente) siempre remontar hacia la persona (física o moral) autor-causa del daño. La responsabilidad es pues personal, es decir individualizable. Del mismo modo, la responsabilidad social no debe ser confundida con un asunto temático medioambiental: cuando una empresa derrama un producto que contamina un río, no aplica aquí la responsabilidad social sino la responsabilidad moral y jurídica que acusa a la empresa por la contaminación. La contaminación del río no es aquí “impacto” de la actividad empresarial, es “efecto” castigable de la acción de esta empresa en particular y se le debe aplicar la ley.

Al contrario, con un “impacto”, hemos perdido el hilo causal que conduce desde el efecto hacia el autor. Las huellas de las personas-autores se han perdido en los meandros de las “inter-retro-acciones” (Morin) del medio social y sin embargo han emergido procesos que se sistematizan y estructuran en situaciones crónicas, o bien deseadas (impactos positivos), o bien indeseables (impactos negativos). Citemos impactos sociales actuales: El cambio climático, el dumping social y fiscal de las grandes empresas, la pérdida planetaria de biodiversidad, la disminución de los insectos polinizadores, el alza de las enfermedades autoinmunes, etc. He aquí fenómenos propiamente “sociales”, en sentido estricto, es decir que no tienen autor.

La sociedad, dice Sartre, es: “OBRA HUMANA SIN AUTOR”. El objeto social es pues contradictorio en sí mismo: es “obra humana” pero “sin autor”, por lo que la “responsabilidad” que le corresponde al hecho social es una RESPONSABILIDAD SIN AUTOR. ¡Sí Señor moralista! ¡No se desmaye! La responsabilidad “social” es una responsabilidad sin autor. ¡Sí Señor! Es una contradicción, es una imposibilidad, desde la estrechez de su pequeña filosofía sustancialista, y sin embargo hay que pensar esta contradicción y “tomar” esta responsabilidad sin autor. Aquí reside todo el problema político que hay que resolver en lugar de rechazarlo a priori, y reducirlo todo a un tema de buena voluntad, como si la sociedad fuera reducible a un conjunto de personas. No Señor, la sociedad humana no es “humana” en sentido normal de “persona humana”. Es humana pero anónima y los sistemas sociales son procesos anónimos de los cuales los humanos como personas voluntarias están excluidos (Luhmann). Veamos.

Los impactos son resultados sistémicos estables y evolutivos devenidos de miles de pequeños actos de un sin número de agentes sociales que desconocen normalmente lo que contribuyen en fomentar, teniendo fines muy diferentes al impacto que generan juntos, en forma colectiva, pero no individualmente. Nadie sabe que cuando compra verduras en el supermercado está contribuyendo, mediante los pesticidas de la agroindustria,  con la desaparición de las abejas y mariposas. Sin embargo, el comprador de verduras no es el autor causa del impacto. Debemos ser muy precisos para no ser ingenuos en esto: yo no genero el cambio climático tomando el avión, porque si yo dejara de tomar el avión, el cambio climático seguiría igual, y si sólo yo tomara el avión no habría ningún cambio climático, a lo sumo una escasa contaminación atmosférica sin efecto sistémico sobre el clima. Tampoco el cambio climático es “culpa” de las grandes compañías petroleras capitalistas, que responden a una demanda de la totalidad del sistema económico, es decir una demanda de todos nosotros los Homo sapiens modernos de la época industrial. El cambio climático es el efecto sistémico crónico de la dependencia de la economía humana de los combustibles fósiles durante los dos últimos siglos, y será resuelto por una transición energética de la economía humana hacia un modelo sostenible basado en energías renovables (solar, eólico, biomasa, etc,). ¡Que no venga el moralista a decirnos que la solución está en andar a bicicleta! ¡Si supiera él las cantidades de CO2 que demanda la fabricación, venta y reciclaje de una bicicleta! Las respuestas individuales (morales) a problemas colectivos (sociales) serán siempre ineficaces y engañadoras.

Desde luego, una responsabilidad social por los impactos sociales reclama una acción social de gran alcance entre muchos actores en sinergia, para influir en los determinantes sistémicos que estructuran los procesos sociales negativos. El sujeto de la responsabilidad social es la sociedad, no el individuo. Entonces, como la sociedad no es un sujeto que puede tomar decisiones por sí mismo, debemos formar alianzas entre nosotros los agentes sociales de tal modo que nuestra acción colectiva consciente tenga efecto sistémico. Esto se llama la actividad política pública (no he dicho estatal, el Estado es uno de los actores implicados mas no el único: la política no se reduce a la acción estatal). No necesitamos forzosamente buena voluntad para eso, cualquier interés que empuje a conformar estas alianzas bastará. No hay actividad moral sin buena voluntad (cualquier interés de por medio destruye el carácter virtuoso de la acción), pero siempre la actividad política acepta muchas intenciones diversas por parte de las partes interesadas, lo importante siendo el resultado, no la intención de partida.

Si la responsabilidad social por los impactos sociales necesita alianzas inter-organizacionales para el tratamiento de los impactos negativos, se puede constatar inmediatamente que hablamos de algo esencialmente diferente del sólo hecho de instituir pequeñas “buenas prácticas” en mi pequeña organización laboral, siguiendo recomendaciones de estándares RSE, como si esto bastara. No significa que los estándares de buenas prácticas RSE sean inútiles, no, pero ¡qué pena que ninguno de ellos aliente las alianzas políticas inter-organizacionales para influir en las leyes y políticas públicas hacia la institución de una economía justa y sostenible! ¡Qué pena que todas estas certificaciones RSE (GRI, ISO, AA1000, SA8000…) se reduzcan a buenas medidas de reducción individual de los malos efectos individuales de cada organización tomada individualmente! Vale la redundancia! La RSE tal como se practica actualmente, cuando no es mera corazonada, opera la responsabilidad social en forma no social, en forma solitaria, cada empresa en su rincón con sus iniciativas y sus stakeholders (que no son aliados poderosos desgraciadamente, sino oyentes pasivos de la comunicación empresarial). Con ese método, vamos al combate contra el ejército de los impactos sociales sistémicos globales con un cuchillo de bolsillo. Hemos de perder. Y se nota cada vez más que la RSE no supera el “fairwashing” (actúo bien para lavar la imagen de mi empresa).

La responsabilidad social no nos pide actos de bondad sino cambios sistémicos para que los impactos negativos se vuelvan positivos. Y esto pasa por cambios legislativos nacionales e internacionales. La reflexión de David Vogel al respecto merece profunda meditación:

“Una empresa que apoya el establecimiento de estándares reglamentarios mínimos – sin haber reducido sus propias emisiones de gases a efecto invernadero – puede ser considerada como más virtuosa que aquella que ha voluntariamente limitado sus emisiones pero que se opone a la puesta en marcha de exigencias regulatorias adicionales”la empresa que no hace nada en casa pero que promueve el cambio legal es más socialmente responsable que la que cumple en casa con buenas acciones pero rehúsa un cambio legal. Siendo la segunda más “moral” en su sentido estrícto, es menos responsable que la primera frente a los impactos sociales negativos. Por eso, Señores moralistas, por favor, ¡dejen de repetirnos las evidencias de la buena voluntad de siempre! Mas bien ¡alfabetícense en la ética sistémica, la de los impactos!

Aprendan (1) que los problemas sociales no se resuelven sólo con buena voluntad, porque se rigen bajo el “principio de la ecología de la acción” de Edgar Morin:

“Toda acción escapa cada vez más a la voluntad de su autor a medida que entra en el juego de las inter-retro-acciones del medio en el cual interviene”.

Aprendan (2) que los impactos son ESENCIALMENTE diferentes de los actos, porque son procesos sociales colectivos, cruzados, cumulativos, caóticos (en sentido de la matemática del caos), invisibles (sin investigación científica de punta), potencialmente catastróficos (implican escenarios de rupturas históricas graves o incluso apocalípticas para el género humano), difícilmente controlables (por ser sistémicos y auto-organizativos), políticos (por necesitar alianzas y políticas públicas nacionales y supra-nacionales regidas por el derecho cosmopolítico (Kant)). La miseria de las respuestas virtuosas de buena voluntad individual frente al desafío de los impactos es eso: una miseria ética. Ninguna responsabilidad individual se sentirá jamás concernida mientras no alcance un punto de vista sistémico sobre los hechos sociales:

“En una avalancha, ningún copo de nieve se siente responsable” (Jerzy Lec)

Aprendan (3) que la visibilidad y controlabilidad de los actos por los agentes-autores de los mismos se oponen a la invisibilidad e incontrolabilidad directa de los impactos por los agentes sociales que “participan” de ellos sin ser autores de ellos. Es fácil controlar un mal efecto, basta con dejar de actuar mal. Es difícil controlar un impacto negativo, porque emerge de rutinas sociales de las cuales es difícil deshacerse. Porque los impactos no son lo que hacemos, sino lo que hace lo que hacemos, razón por la cual no son perceptibles sin el concurso de una ciencia socialmente responsable que logre destapar y alertar sobre los impactos negativos de la industria actual, lo que necesita también de universidades socialmente responsables en las que los científicos investigadores puedan trabajar en libertad :

“El hombre sabe a menudo lo que hace. Nunca sabe qué hace lo que él hace” (Valéry)

Aprendan (4) que la ética puede ser miserable, reaccionaria y defensora del mal, cuando se empeña en mantener a los actores sociales ciegos frente a la solución política de sus problemas colectivos, encasillándolos en respuestas morales individuales a desafíos comunes. Aprendan que, durante las negociaciones para la elaboración de la Guía de Responsabilidad social ISO 26000, eran los norteamericanos los que querían definir la responsabilidad social en términos estrictamente éticos, es decir de buenas prácticas voluntarias, y que ellos fueron de los pocos países que no firmaron el texto final, vergonzosamente. ¡Aprendan, moralistas, que su ética que opera en el santuario de la conciencia voluntaria personal es una duplicidad instituida (Castoriadis) de la sociedad cristiano-capitalista que separa tajantemente el sector privado del público y la “ética” de la política! Tal separación privado/público, interioridad personal/exterioridad social, es una ilusión ideológica suya, que no corresponde a nada en la práctica. Todos los problemas meramente morales que no son también políticos son triviales. Todos los problemas éticos no triviales son también políticos y exigen debates públicos, negociaciones entre varios actores sociales con intereses y cosmovisiones encontrados, para responder en forma siempre falible a la pregunta ¿Cómo debemos convivir juntos?, pregunta política por excelencia que ningún moralista puede resolver a priori, desde su torre de marfil, para todos los demás. La ética que se reduce a la actitud interior, a la virtud que depende enteramente del individuo soberano, es improcedente para ocuparse de los temas de responsabilidad social, que son todos colectivos y dependen de sistemas entrelazados.

Finalmente, aprendan (5) el pensamiento sistémico. Lean a Luhmann, Morin, Von Foerster, Varela, Atlan, no porque la teoría de los sistemas autoorganizativos sea la Biblia sino porque refrescará sus cerebros empapados con “personas”… Salgan de su discurso carcomido sobre la “naturaleza del hombre”, la “libertad de la voluntad humana”, y todas estas ideas metafísicas huecas que son conceptos sin representaciones posibles (Kant). Y sobre todo, sobre todo, ¡dejen de aburrir a los jóvenes (futuros líderes de una economía sostenible) con sus clases de ética! Uds se creen la voz de la razón y de la lucha contra la “crisis ética actual”. En realidad, Señores moralistas, Uds son el freno a cualquier solución.

François Vallaeys, profesor de ética también, pero no de la misma.