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SOBRE LA CUENTOFERENCIA (primera parte)

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He empezado a desarrollar una nueva forma de presentación pública que no es ni “conferencia” ni espectáculo de “cuentos”, o más bien que es a la vez conferencia y cuentos. Por eso la llamo “Cuentoferencia”. Me permite superar limitaciones de ambos géneros que practicaba anteriormente por separado. La verdad es que las conferencias no me satisfacían desde hace tiempo, y recientemente, los espectáculos de cuentos ellos también han empezado a dejarme un sabor a sinsabor en la boca. Quiero explicarles eso:

cuentoferencia en el TEC Campus Puebla

1- LIMITES DE LA CONFERENCIA

La conferencia tiene la desventaja de dirigirse a la sola conciencia intelectual del oyente. Se trata de hacerle entender lo que el conferencista quiere hacerle entender. A la conferencia no le importa el inconciente del oyente, sino su sola capacidad de “captar” concientemente el Texto (el conjunto de significados) que el conferencista le quiere “transmitir”. Por eso no importa la presencia corporal del público como asamblea de personas compartiendo juntas un mismo espacio-tiempo. Sólo importa que cada uno, en su mente, entienda y recuerde lo que el Discurso dice.

La peor forma de conferencia es el texto escrito de antemano y leído por el autor, en general de una voz monótona, delante de una audiencia rápidamente adormecida. Es que se necesita una gran capacidad intelectual de visualización interna, comprensión y síntesis, como para poder captar al momento un discurso conceptual escuchado y transformarlo en una secuencia de significados interesantes para uno mismo. Solo profesionales intelectuales tienen en general esta competencia activa de atención (profesores universitarios, científicos, estudiantes avanzados…). Los otros son rápidamente desbordados por un torrente de palabras que ya no pueden hilar, por eso se duermen.

Lo que se confunde aquí es, por un lado, el arte literario de escribir, que da lugar a una obra textual que un lector normalmente se apropia después en privado, según su propio ritmo interno y deseo, a través de la lectura individual; y, por otro lado, el arte escénico de compartir un discurso con un público, arte teatral por excelencia, arte del tiempo, que pide la creación en el instante de un espacio-tiempo de comprensión compartida por un público. El arte literario y el arte escénico son tan parecidos entre ellos como el arte plástico de dibujar una bailarina y el arte escénico de la danza. ¡No tienen nada que ver!

Los conferencistas que entienden este problema tratan pues de utilizar varios “recursos formales de comunicación” como “herramientas” al servicio de la comprensión del mensaje: humor, anécdotas, efectos de voz, soporte visual del muy famoso programa “power point” (¡punto de poder!), etc. Utilizando “instrumentos de comunicación”, se espera conseguir una mejor atención y comprensión por parte del oyente, tomando poder sobre su interés. Así nace el Gran Orador, el Maestro conferencista que sabe “hacer pasar” su discurso predeterminado en forma amena. Pero el problema es que se sigue distinguiendo entre, por un lado, el discurso conceptual en sí que se quiere “transmitir” (el Mensaje), y por otro lado los recursos retóricos de transmisión del discurso que se van a utilizar como medio al servicio del fin (los medios de comunicación del Mensaje). Entramos pues en una distinción infernal:

Fondo ≠ Forma
Finalidad ≠ Medio
Discurso a entender ≠ Herramientas de comunicación

¿Cuál es el problema aquí? El problema es que se considera a la comunicación, es decir a la conferencia misma, como mero medio al servicio de un fin ajeno (la comprensión del discurso en sí). Es decir que se niega el valor intrínseco de la conferencia, rebajándola a un mero instrumento de transmisión: ¡LA CONFERENCIA SE NIEGA A SÍ MISMA! Haciendo esto, se niega el valor de la presencia del público reunido. Se le dice subliminalmente a cada uno: “tu presencia aquí con los otros no es un fin en sí, es solo un medio para transmitirte contenidos teóricos que queremos que te lleves a tu casa”. Bajo la tiranía del discurso fin en sí de la conferencia – que es lo que es por sí sólo y sin necesidad del público – se desvaloriza a la asamblea de personas reunidas en público. El arte escénico del Compartir juntos se agacha como servidumbre del arte literario del Texto que lo domina e instrumentaliza.

Sin embargo, la comunicación ES creadora de sentido, y no hay sentido en sí alguno que no dependa de su medio de expresión. ¿Cuál es, pues, el resultado de esta injusta dominación del Texto sobre la Actuación? La instrumentalización sofista de todos los recursos de comunicación, luego la instrumentalización del oyente destinatario del discurso. Aquí entramos en la turbia utilización demagógica de la comunicación seductora, que utiliza artífices retóricos como para someter y conquistar al público. Pensábamos compartir juntos un momento de felicidad, y he aquí que los asistentes se transforman en la masa seguidora aclamadora del Gran Orador dueño de todas las técnicas de subyugación. No sólo la conferencia se niega y desvaloriza a sí misma como asamblea de personas reunidas, sino que se vuelve inmoral, transformando al público en objeto de sometimiento al “punto de poder” (power point) del Discurso, del Texto, del Conferencista. Aunque los congresos, coloquios, charlas, pueden parecer (y son) modos democráticos de compartir el conocimiento, quizás no dejen de tener una secreta relación solapada con el dominio aristocrático de las masas por la Palabra santa y todo poderosa del Texto de los expertos. La democracia participativa arriesga sin cesar decaer aquí en marketing.

Parezco exagerar mucho en mi crítica a la conferencia: no le dejo ningún lugar entre la lectura soporífica y los artífices retóricos engañosos. De hecho exagero, no es tanto así, y en la mayoría de los casos (felizmente) conferencistas honestos logran interesar e ilustrar a oyentes contentos y atentos. Pero mi tesis es que si eso ocurre, si puede haber felicidad en una conferencia, es porque en forma conciente o no, el (la) conferencista ha logrado rebajar la soberbia de su Texto a priori (de su Mensaje en sí a transmitir) para practicar igualmente el arte escénico del diálogo fructífero con el público. Ha logrado no ser sólo un artista del significado para ser también un artista de la actuación significante. Y, cosa imprescindible, ha aceptado abandonarse al acto significante para que la actuación misma, en el instante innovador e irrepetible de la palabra narradora, haga emerger el sentido de lo dicho. Dicho de otro modo: ha aceptado ya no controlarlo todo de antemano, sino confiar en la improvisación de la relación con el público. Su Texto a priori, que quería transmitir sin error, se transmutó en un Texto a posteriori, creado en el instante, desde la relación con el público, que ya no es un mero receptor pasivo de una Palabra predeterminada, sino el interlocutor de una Palabra emergente entre los dos, es decir en diá-logo (“dia” significa “dos” y “entre” a la vez).

Todo(a)s los (las) conferencistas que leen esto recordarán cómo se sienten regularmente DESBORDADOS por su discurso público, cómo el tranquilo Texto a priori de su charla preparada se transforma de pronto sin querer en un inédito momento de compartir con los oyentes. Momento en el cual el significado predeterminado no desaparece, por supuesto, pero se relaja, se hace mero marco de referencia, se pone un paso atrás a vigilar lo que está ocurriendo, como padres atentos vigilan en silencio los juegos de sus hijos improvisadores, dejándoles libertad desde la ternura. Brotan entonces las ocurrencias, imágenes, recuerdos y anécdotas… las palabras se pulen al escuchar la voz, al mirar las miradas… los significados se ritman al compás del cuerpo narrador… los conceptos se agudizan al chocar contra el rostro del oyente. Ya no hay texto en sí, hay curso del discurso, hay conferencia.

En breve, el (la) conferencista acepta no sólo de transmitir a los demás, sino también y ante todo de ser delante y con los demás. Acepta pues ser una persona con todas sus contradicciones y riquezas concientes e inconcientes, en cuerpo y alma, y no sólo una mera mente autocontrolada. Freud definía la cura analítica como el paso del inconciente a la conciencia: “Wo Es war, soll Ich werden” (“Donde Ello era, debo Yo advenir”). Aquí, en el arte narrativo de la conferencia pública, se trata un poco de lo contrario: “Donde Yo era, Ello debe advenir”. En el lugar del Yo soberano, dueño seguro de su discurso monológico, tiene que poder surgir la fragilidad libre y conmovedora de un Ello dialogante.

Si entendemos esto, podemos, ahora sí, distinguir las dos patologías del conferencista:

(1) La enfermedad del conferencista que quiere mantener el control de su texto, de su discurso, entonces que no hace más que transmitir fielmente un texto preescrito, negando el arte escénico del encuentro con el público, imponiendo el solo arte teórico literario. Este conferencista se equivoca de arte, al querer que su conferencia sea como una pintura, pintada previamente, y después expuesta en la galería. Pero todos los artistas del tiempo lo saben: la coreografía no es la danza, la partitura no es la música, la obra no es el teatro, el cuento no es la narración. Este es el conferencista soporífico.

(2) La enfermedad del conferencista que quiere mantener el control del público, entonces que utiliza artificios retóricos de sofistas para subyugar a los espectadores prisioneros embobados por su mensaje. Este conferencista es el artífice del marketing demagógico para conseguir la reacción exacta en el oyente, “hacer pasar el mensaje” como él quiere, lograr el impacto comunicativo preciso. Este es el conferencista manipulador.

Podemos notar que ambas patologías tienen algo en común: el afán del control total, la voluntad de poder soberano, el rehúso de la fragilidad, de la incertidumbre, de la relación improvisadora y del inconciente. Todos los artistas escénicos saben que este afán de control es vano, y conduce a actuaciones mediocres: cuerpos tiesos, discursos recalentados, sin chispa, modales artificiales y estereotipados, etc. He aquí, en el afán de control a priori, las limitaciones de las conferencias.
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