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Etica de tercera generación (parte 3)

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Sin salida

Cuando pasamos de la ética personal a la ética social, se amplia considerablemente el campo de la responsabilidad. La ética personal, como se fundamenta en una cosmovisión tradicional de tipo religioso, no puede reconocer que el mundo sea obra humana, desde luego no reconoce responsabilidad más que en la pequeña esfera de los actos individuales voluntarios de la persona. Así le toca a cada uno ser bueno, pero no le toca influir sobre el Gran Ser en conjunto, frente al cual la ética tradicional nos declara sin poder, luego sin responsabilidad.

El paso a la ética social es justamente aquel de la reivindicación del poder humano sobre el Gran Todo, cuando ese “todo” es reconocido como la Historia (ya no la Creación) y la historia humana, que puede cambiar, que podemos cambiar, luego de la cual somos responsables, y culpables de no querer mejorar. Cada quien es responsable no sólo de sus acciones en su esfera privada, sino también de su participación (o no) en la regeneración de la vida pública. Por eso, si la figura emblemática de la ética personal tradicional es el santo, la de la ética social es el militante, el ciudadano activo que se preocupa por las injusticias de su comunidad.

Así, la ética social nos conduce al reconocimiento de nuestra responsabilidad política frente a las estructuras mismas de la morada común (Ethos). Reconoce que somos responsables de nuestro modo personal de habitar el mundo y también de las condiciones sociales de habitabilidad del mundo. Por eso la ética social logra calificar al mundo mismo como “justo” o “injusto” y le asigna un valor peculiar a la humanidad dentro del mundo: aquel de los Derechos Humanos (la persona como fin en sí misma que tiene derechos). Este valor es una exigencia, un deber que exige volverse un hecho. Cuando la Declaración de los Derechos Humanos enuncia: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, no dice que de hecho es así, pero proclama que debemos cambiar las condiciones de habitabilidad del mundo hasta que sea así, hasta que podamos garantizar que cada quien vive así, y es garantizado del reconocimiento de vivir así por parte de todos los demás. Luego se postula que PODEMOS cambiar el mundo, y que DEBEMOS cambiarlo.

2 consecuencias:

1. Es obvio que la ética social depende de la cosmovisión moderna fundada en la noción de Sujeto, luego en la presuposición que el mundo es “objeto” para ese Sujeto, que tiene preeminencia y poder sobre él. El mundo, desde la época moderna, es reconocido como “a disposición” del ser humano. Por eso, los 4 últimos siglos fueron principalmente un enorme esfuerzo histórico para poner el mundo a nuestra disposición, controlarlo, cambiarlo, construir y reconstruirlo, hasta disponer de él por control remoto. Y cuando el control es total, la responsabilidad es total. Revoluciones industriales, tecnológicas y políticas son el pan cotidiano de la ética social moderna.

2. La ética social es una ética universalista por definición. Se afirma como una ética para todos, exigible para todos. Como bien lo dice Sartre: “porque no puedo ser libre si todos no lo son”. Como saca la problemática ética del ámbito de la esfera personal para considerarla en el mundo, la ética social se construye y exige entre nosotros. Como tal, es de esencia jurídica y su encarnación es la ley humana (nomos) que todos los humanos se dan juntos (Contrato Social) para estar todos igualmente sometidos a ella. El caracter universalista de la ética social moderna explica su dinamismo crítico y dialéctico. Cada vez que se puede sospechar que los mismos Derechos Humanos no tienen el grado de universalidad suficiente, se denuncia el hecho, y se trata de redefinirlos de modo más abarcativo (de los derechos del burgués a los derechos de los proletarios, de los derechos del hombre a los de la mujer, de los derechos de la mayoría a los de la minoría, de los derechos de los occidentales a los derechos de los marginados del Desarrollo occidental, de los derechos de los meros individuos a los de las comunidades culturales, y finalmente la búsqueda de abarcar a todos los olvidados y vulnerables: minorías étnicas y sexuales, niños, generaciones futuras, animales, etc.)

Ahora bien, LA gran pregunta de este BLOG es de saber si esta ética social moderna basada en los Derechos Humanos (que hemos llamado “ética de segunda generación”) basta para entender y aplicar la Responsabilidad Social de las Organizaciones (RSO) o si se necesita una ética de “tercera generación”, más compleja, basada en la sostenibilidad, para comprender y operar la RSO.

La ética social tiene puntos a su favor: sirve muy bien para encontrar nuestra responsabilidad por el conjunto, no sólo por nuestras acciones inmediatas. Sirve bien para hacer funcionar el mecanismo de los stakeholders (las partes interesadas y/o afectadas por el desempeño de la Organización) y la negociación para que todos puedan beneficiarse de la presencia de la organización. Incluso sirve para atribuirles derechos a los afectados no presentes (las generaciones futuras).

Sin embargo, yo le encuentro límites a este enfoque social, ciudadano, de derechos humanos, moderno, que llamo ética de segunda generación. Presiento que no es suficientemente consistente y complejo para relevar las exigencias de la Gestión Socialmente Responsable. Mi hipótesis es que sus limitaciones no son sólo históricas (ligadas a su nacimiento durante la época de la Ilustración, la ciencia newtoniana, la primera revolución industrial, la filosofía del siglo XVIII y la de Kant) sino consubstanciales. O, en todo caso, que este enfoque necesita ser complementado (complejizado) por nuevos aportes. Pero la cuestión queda en debate, y creo que debería ser nuestro debate en ese Blog.

La pregunta puede enunciarse así: ¿Si el mundo fuese totalmente “justo”, sería también totalmente “sostenible”? ¿La justicia total, el reino de los Derechos de todos en una sociedad sin explotación, garantizaría la sostenibilidad temporal y ecológica de la morada común (la Tierra Patria)? o bien hay algo en la exigencia ética de sostenibilidad que la exigencia ética de justicia no abarca ni resuelve.

Me fascina y asombra, en ese sentido, la problemática de la “huella ecológica“, y cómo nos demuestra que las sociedades democráticas con bienestar social de los países del norte de Europa, que podemos considerar como las más “éticas” (en el sentido de la ética social), es decir las más justas, no son Sostenibles : si todo el mundo viviera como los europeos, se necesitaría varios planetas tierra para satisfacer todas las necesidades de consumo… Desde luego, su “justicia social” es en realidad una gran injusticia eco- lógica (es decir injusticia frente a la casa común, la morada tierra).

(Haz el test, entra a este link “Huella ecológica” y verás que, sin duda, tú tampoco eres sostenible, aunque seas muy bien intencionado y gran defensor de la justicia!)

¿Bastará reafirmar los derechos humanos de las generaciones futuras para arreglar el problema de la sostenibilidad de los modos de vida, dentro del mismo enfoque de la ética social moderna? Personalmente lo dudo. Creo que debemos entrar en otra lógica, y que justamente es esta lógica que nos pide practicar la filosofía de la Responsabilidad Social. Seguiremos reflexionando este punto interrogando los límites del enfoque de la ética social moderna. Hasta pronto!

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Etica de tercera generación (parte 2)

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buena voluntad floreciente

Avancemos un poco más. Si está claro que el contexto actual de la era tecnológica pone en peligro las condiciones de habitabilidad misma del planeta, y si esta situación nos pide complejizar la problemática ética, introduciendo más allá del enfoque de la Bondad (tener buenas intenciones, evitar el mal, hacer el bien, etc.) y de la Justicia (instituir sociedades equitativas, luchar contra las injusticias estructurales, promover los Derechos Humanos para todos, etc.), un enfoque de Sostenibilidad (gestionar los impactos de las acciones colectivas, controlar los peligros de la tecnociencia, promover un Desarrollo Humano Sostenible, etc.), entonces debemos revisar nuestra concepción común de la Responsabilidad.

Por ejemplo, desde el punto de vista de la Etica personal tradicional, la responsabilidad está relacionada ante todo con las intenciones del agente, sus acciones y la calidad de su voluntad. Por eso su tema principal es el amor al prójimo, la culpabilidad, el pecado, la redención, y el esfuerzo virtuoso para lograr la purificación de las intenciones:

Soy ante todo responsable de mi buena disposición frente a los demás, pero esta responsabilidad se limita a la esfera pequeña de mi poder de acción personal, incluyendo los efectos inmediatos predecibles de mis actos voluntarios. Todo lo que no está en mi poder y todos mis actos involuntarios no pueden ser considerados, en buena cuenta, como mi responsabilidad. No me pueden ser imputados. Eximiéndome de toda culpa, me eximo de toda responsabilidad. Por eso no puedo ser tenido como responsable de la “estructura sociopolítica de mi nación”, del “Proceso de crecimiento económico mundial” o del “efecto invernadero”, como tampoco soy responsable de lo que hace mi vecino. Pero sí soy responsable de hacer buenas acciones. Debo preocuparme de mi buena voluntad y cumplir con buenos actos a mi alrededor. Sin embargo, en cuanto al destino del Gran Todo, tengo que encargar a Dios (o el Mercado, o la Revolución proletaria, o lo que fuera) la tarea de reparar los males crónicos del mundo. A mí no me toca, ya que no tengo ese poder. Soy responsable de mis actos, y punto. La voluntad determina el límite de la responsabilidad y lo involuntario el de la irresponsabilidad. Por eso, desde el enfoque tradicional, “ser ético” significa tener una Buena Voluntad y cumplir con actos bondadosos.

Desgraciadamente, este enfoque no permite de ninguna manera entender de qué trata la Responsabilidad Social, ni en la Empresa, ni en la Universidad. Como es un enfoque ciego a la problemática de los impactos globales y los efectos colaterales no previstos de las acciones colectivas (por ser estos no voluntarios), quien se queda en el paradigma de la Etica personal tradicional no puede comprender lo que significa la “Gestión de Impactos” que propone la Responsabilidad Social. Así, entenderá la ética de las organizaciones sólo en términos de filantropía y bondad voluntaria de los dirigentes. El gasto en iniciativas de beneficencia será toda la estrategia empresarial requerida. También entenderá la formación universitaria socialmente responsable sólo en términos de promoción del espíritu de solidaridad de los estudiantes a través de actos filantrópicos. El enfoque académico y pedagógico se limitará al incentivo de la buena voluntad, el despertar de las emociones positivas. Multiplicar las actividades bondadosas voluntarias será su estrategia preferida, descuidando las competencias cognitivas del alumno. A duras penas podrá evitar el peligro del asistencialismo y el paternalismo en los proyectos emprendidos.

La verdad, creo que la Responsabilidad Social Universitaria merece mucho más, y por eso debemos de acceder a una representación más compleja de la ética. Seguiremos hablando de eso…
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Etica de tercera generación (primera parte)

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Un mundo con huecos

Si las condiciones de nuestra residencia en el mundo han cambiado radicalmente desde que podemos, con una sola acción humana (la de desencadenar una guerra nuclear), suprimir toda posibilidad de acción humana futura, (siendo los pulpos y las cucarachas nuestros probables descendientes en este caso!), la problemática ética “¿cómo debemos residir en el mundo?” tiene que redefinirse de modo complejo, para que podamos asumir y responsabilizarnos por estas nuevas condiciones de residencia. Esto vale tanto para el riesgo nuclear como para el riesgo ecológico y aquel de las manipulaciones genéticas.

Mi tesis es la siguiente: A lo que asistimos (y deberíamos promover) actualmente es a una complejización de la problemática ética mundial en términos de “sostenibilidad”, lo que podríamos llamar una Etica de tercera generación. De modo muy esquemático, podríamos visualizar la evolución siguiente:

La primera generación ética corresponde a la era religiosa en el marco de las sociedades tradicionales y las relaciones de próximidad (el encuentro cara a cara con mi prójimo). Aquí la problemática es de distinguir el Bien y el Mal.

La segunda generación ética corresponde a la época moderna, el siglo de las Luces, el auge del Sujeto, la Ciudadanía y los Derechos Humanos. A la perspectiva del Bien y el Mal se agrega la de la Justicia y la Injusticia en el marco de las estructuras sociales del Estado Nación.

La tercera generación ética corresponde a la época de la aldea global y la necesidad de tomar en cuenta los problemas globales y locales del Planeta Tierra con todos sus integrantes humanos y no humanos. A ambas perspectivas del Bien y la Justicia se le agrega aquella de la Sostenibilidad y la Insostenibilidad.

Es obvio que un esclavista, aunque se trate de un amo muy bueno con sus esclavos, sigue perpetuando un sistema injusto. Y es obvio que una sociedad que funcionaría de modo justo e igualitario entre sus ciudadanos, pero con un modo de producción muy contaminante, o basado en la explotación de mano de obra de otras sociedades, no sería sostenible. Es por esta razón que debemos hoy combinar el triple enfoque: ser bueno, justo y sostenible, si queremos estar a la altura de los desafíos que debemos relevar. El esquema siguiente puede ayudar a visualizar el movimiento general de complejización:

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Presentación del Blog: Urgencias éticas y Universidad

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morada frágil

El propósito central de este espacio de reflexión académica es de investigar la teoría ética que debería corresponderle a nuestra época compleja y globalizadora, y que deberíamos promover desde la Universidad para que el afán de crear organizaciones “socialmente responsables”, como se dice hoy en día, no sea un vano discurso.

La hipótesis central que me anima a abrir este blog es que nuestros patrones de reflexión, comprensión y práctica ética (en América Latina por lo menos) no están a la altura de los desafíos de nuestras actuales responsabilidades sociales: mientras los problemas éticos globales exigen hoy un nivel muy complejo de comprensión y compromiso responsable, nuestras representaciones y actitudes éticas siguen dependientes de presupuestos simplificadores, para no decir “simplones”, que impiden sistemáticamente desarrollar las estrategias adecuadas para enfrentar los problemas éticos en nuestra sociedad y utilizar de modo correcto las herramientas gerenciales de Responsabilidad Social que se están creando.

Esta sospecha de simplificación, la vamos a perseguir recorriendo varios caminos y preguntas: ¿Qué tipo de ética necesitamos en la era tecnológica global? ¿Qué es la Responsabilidad Social de las Organizaciones y cómo nos exige pensar y actuar? ¿Qué tipo de educación ética necesitamos promover en las Universidades para la formación de profesionales moralmente competentes y capaces de responder a los problemas de nuestro mundo? ¿Qué es la Responsabilidad Social Universitaria? ¿Cómo debemos pensarla para no recaer en los enfoques simplones de la academia de antaño?

Estoy trabajando estas preguntas desde hace varios años, (1) como filósofo especializado en la filosofía práctica de Kant, Apel y Habermas, pero también interesado en la teoría crítica de Adorno y Horkheimer, los trabajos de Hans Jonas sobre la ética de la responsabilidad, la aguda crítica de Castoriadis al mundo contemporáneo, el pensamiento complejo de Edgar Morin; (2) como docente universitario en la Pontificia Universidad Católica del Perú, que pretende “enseñar la ética” y la “Responsabilidad Social” a sus alumnos, dudando día a día de lograr esta presuntuosa pretensión; (3) como ciudadano del mundo preocupado por los inquietantes giros históricos actuales, la terquedad de la miseria y las malas respuestas rutinarias que se le da desde el “Rollo del Desarrollo”; (4) como “consultor” en varias instituciones nacionales o internacionales que tienen sed de ética pero no saben muy bien a qué fuente beber; (5) como padre de familia inquieto del devenir de la tierra que vamos a dejar a nuestros hijos.

Viendo que la etimología del término Ethos refiere originalmente a la “morada” y lo que la gente hace “normalmente” en ella, sus normas de conducta habituales, la pregunta ética central debe ser, en cada época: ¿Cómo deberíamos morar juntos en el mundo?

A esta pregunta se le ha dado diferente tipos de respuestas en la historia, pero lo primero que debemos considerar, si queremos tomar en serio la problemática de la Responsabilidad Social, es el hecho de que hoy en día, o más bien durante la revolución tecnológica del siglo XX, las condiciones básicas de residencia del ser humano en el mundo han cambiado radicalmente.

Queda claro que los contextos históricos han cambiado drásticamente desde la época de Aristóteles, e incluso la de Kant y la primera Declaración de los Derechos Humanos. “Morar” en un mundo transformado en “aldea global” por las tecnologías de comunicación y la economía planetaria de mercado, “morar” en un mundo que podría desaparecer por culpa de una guerra nuclear, en un mundo que sufre de una crisis ecológica sin precedente, etc. no es lo mismo que morar en la antigua Atenas o bien la prusiana Königsberg. Sería falso pretender que la problemática ética “sigue siendo la misma” aunque los tiempos históricos hayan cambiado, o reducir las diferencias a meras distinciones sociológicas (ética moderna contra ética tradicional), cuando en realidad nuestra modernidad globalizada de hoy redefine la misma manera de residir en el mundo, en nuestro cuerpo, en el espacio y el tiempo.

No queremos decir con esto que la Etica aristotélica de la Virtud o el Imperativo categórico de Kant ya serían obsoletos y tuviéramos que “inventar una nueva ética”. Al contrario, la Ley moral universal de la Crítica de la Razón Práctica nunca fue tan vigente como en nuestra humanidad inter, trans y multi-cultural.

Lo que queremos decir, siguiendo y prolongando a Hannah Arendt , es que las condiciones de nuestra residencia en el mundo han cambiado de modo radical desde que hemos adquirido el cuádruple poder de:

1. Estar por todas partes a la vez (tecnologías de la comunicación, ciberespacio);
2. Poder suprimir toda posibilidad de estancia humana en la tierra (riesgo de holocausto nuclear);
3. Afectar irremediablemente los grandes equilibrios anteriormente “naturales” y ahora dependientes de nuestra atención y cuidado (desequilibrios ecológicos globales, rupturas en el ciclo del carbono, en el ciclo del agua, efecto invernadero, etc.);
4. Cambiar nuestra propia esencia corpórea y la de las demás especies vivas del planeta (manipulaciones genéticas, clonación, etc.).

Esta nueva manera de “residir” en el mundo, cara a cara con posibilidades verdaderamente fatales para la vida, nos da poder y responsabilidad frente a entes otrora inaccesibles al campo de nuestros cuidados éticos como son: el Espacio, la Naturaleza, el Futuro, los procesos ecosistémicos o biológicos… Pero el sujeto de este poder y responsabilidad no es el individuo y su conciencia moral, sino la misma sociedad y sus fuerzas tecnocientíficas. Desde luego, se crea una situación en la cual (1) la responsabilidad moral es ante todo una responsabilidad social, y no tanto una responsabilidad personal, y (2) el conocimiento tecnocientífico especializado se vuelve imprescindible para poder saber qué debemos hacer o no, quedando profundamente insuficiente el mero “sentido común” y las intuiciones cotidianas.

Luego, sin querer, esta situación le da una nueva legitimidad a la enseñanza universitaria para arbitrar la formación moral de la humanidad moderna. En efecto, es imposible entender cuáles son nuestras responsabilidades colectivas y personales en el mundo de hoy si no se conoce cuáles son los riesgos ligados a las actividades profesionales y tecnocientíficas modernas.

Pero, ¿la Universidad está a la altura de este desafío? ¿Forma realmente ciudadanos y profesionales conscientes y responsables de sus nuevas exigencias éticas en un mundo ahora frágil y dependiente de nuestros actos? ¿O seguimos enseñando la vieja ética personal y profesional, estrechamente limitada a los patrones de conducta frente al prójimo, la purificación de las intenciones propias, el cultivo de la buena voluntad?

Me parece sumamente importante reflexionar esta pregunta, estudiar lo que realmente se está enseñando en las clases de ética en la educación superior en el continente, y tomar las medidas académicas correctivas necesarias para que la muy deseada “formación integral ciudadana” que se pretende impartir en nuestras casas de estudios sea algo más que (como dicen los estudiantes) “cursos de relleno”.

François Vallaeys

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