Un relato de dos hijos (y dos madres) – Goodnight Mommy (2014)

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Un parco y silencioso cuento de horror, Goodnight Mommy examina la disfuncionalidad familiar, cuestiones en torno al binario, otredad y sentido de sí mismo, y las consecuencias del duelo, en una pesadilla alegórica que aturde a la audiencia con cada segundo que pasa. A partir de una trama mínima, pero una inquietante puesta en escena, el film claramente manipula (y con éxito) a su público: lo hace con suficiente astucia como para que nos molestemos. Su visión de la familia es particularmente pesimista, pero por una buena razón: deshace supuestos sobre el afecto y la maternidad, se pregunta por el imborrable efecto del trauma, y permite que sus personajes sufran por una buena razón.

Dos gemelos, Lukas y Elías, de unos nueve años de edad, pasan los días solos, recluidos en una casa en medio del bosque. Reciben a su madre, quien parece haberse ido hace mucho, y quien se está recuperando de alguna suerte de cirugía plástica. Su rostro está cubierto por vendas. Aparentemente, sufrió un horrible accidente y su esposo la ha abandonado. Ambos niños desconfían de la madre luego de lo sucedido. Ella parece distante, fría, incluso malvada. Ignora a Lukas. Se pelea constantemente con Elías. Fuerza a los niños a evitar que se acerquen al sol, cierra todas las cortinas, exige quietud y silencio en la casa. La audiencia empieza a creer que ella no es quien dice ser.

Goodnight Mommy parece funcionar a partir de tres ejes. El primero es la noción de identidad y la percepción. El segundo vincula la identidad con lo físico, a partir de las alteraciones corporales y el dolor. El tercero se pregunta por el amor en la familia y cómo se ve afectado por la tragedia, el duelo y la pérdida.

La cuestión de la identidad involucra a la memoria, la conciencia y las afecciones. Pensemos en cómo los realizadores están constantemente manipulando nuestra percepción. Concebimos el film a partir del punto de vista de los gemelos, y, por tanto, creemos que la “Madre” es una impostora con siniestras motivaciones para con los niños. Es cruel, autoritaria, descorazonada. ¿Pero esa es la forma en que deberíamos leer la historia? Sabemos que la madre acaba de pasar por una cirugía reconstructiva, producto de un horrible accidente. En plena recuperación, se ha quedado sola con dos niños. Claramente sufre. No puede ser la persona que ha sido siempre. El peso de la memoria de la “madre que era antes” cae sobre ella y sugiere a la audiencia que es culpable, ignorando su dolor. Notemos que ninguno de estos factores se vincula con el sorpresivo twist al final de la historia. Nuevamente, es un tema de cómo percibimos su identidad.

¿Por qué pensamos que la madre es la villana de la historia? Parece ser la carga de género. Dado que hemos sido socializados con un estricto concepto de la maternidad, ver algo que se le oponga nos genera rechazo. Las madres deben ser amorosas, comprensivas, dulces, siempre atentas con sus hijos y preparadas para sonreír cuando las cosas se pongan difíciles. Aunque este no parezca un arquetipo inherentemente negativo, evidentemente deja una presión desmedida sobre las mujeres que no le cumplen, una suerte de condena que se lleva de forma permanente. Aquí, hay razones objetivas para pensar que la madre no puede ser quien quiere ser. Pero igual la juzgamos.

La identidad, entonces, depende de aseveraciones culturales y emocionales, que muchas veces no son cuestionadas, lo que, en este caso, lleva a dramáticas consecuencias. La identidad se percibe como una carga, justo como la madre se siente. La cuestión de la identidad también se explora a partir de una idea común de las dualidades: dos hijos que actúan como reflejo opuesto del otro, la idea de dos madres, el pasado y presente frente a la operación, etc. Los personajes en el film se construyen y son construidos a partir de otros (y de la idea de otros), y estas construcciones suelen entrar en constante conflicto. La revelación del cierre, por supuesto, ofrece una suerte de respuesta a por qué la constitución binaria en la historia (en especial con los gemelos), pero no resuelve del todo la cuestión del reflejo, la oposición entre lo que se quiere ser y lo que uno es. Elías no puede ser Lukas, por más que lo quiera. Y la madre de ahora no puede ser la de antes.

La cuestión de la identidad está encarnada en el cuerpo. En este caso, una alteración corporal puede implicar cierto tipo de estigma: implica que no puede ser reconocido luego del cambio. La identidad de la madre es puesta en disputa porque no ya no se ve cómo solía verse. Parece que estamos limitados por nuestros cuerpos. Con los gemelos, el cuerpo se vuelve un aspecto crucial: una vez que uno altera ligeramente su cuerpo, para parecerse al otro, es muy difícil poder identificarlos a simple vista. Una vez más, los realizadores juegan con nuestra percepción. Solemos depender excesivamente del cuerpo como forma de identificación, lo que nos lleva a ignorar otros detalles. Para saber quién es Elías y quién no, los cuerpos son confusos, inclusive inútiles.

El amor familiar es lo que ata la cuestión de identidad y cuerpo en Goodnight Mommy. El amor entre los dos gemelos, una suerte de lazo especial que se refuerza por todo el tiempo compartido juntos (y las asunciones biológicas y culturales de estar emparejados) parece ser el detonante del dolor Elías en cuanto a la pérdida. Esta parece ser la principal motivación para su crueldad y constante negación. Esta suerte de duelo, prácticamente inconcebible (¿cómo una mujer puede lidiar con la muerte de su hijo infante?) Este dolor nos hace particularmente vulnerables y nos lleva a buscar refugio en lo que sea que nos de sentido. Esto implica explorar nuestras fantasías más oscuras y deseos reprimidos, que es exactamente lo que le sucede a Elías en el film.

El estilo de los realizadores me parece reminiscente de otro cineasta austríaco, Michel Haneke. Es un estilo que transmite el horror y la angustia a partir de mínimos y estrictos detalles. Es el horror de lo ordinario, representado sin ningún ruido de fondo ni trucos especiales: bellamente filmado, con la imagen granulada, y un estilo ascético; rodado en un set que parece estrecharse conforme avanza la historia. Como es ordinario, parece más creíble y por eso, más aterrados. Una vez más, el horror se vuelve la excusa perfecta para describir emociones complejas a partir de condiciones perturbadoras.

Muy bien. No hay muchas más lecciones en Goodnight Mommy más allá de la idea central sobre cuestionar las asunciones y abrazar el duelo. Aun así, es difícil negar el impacto de la película, a un nivel visceral, como un mal sueño. Puede haber varios motivos (el perturbador actor final, la forma única en que se aproxima a la maternidad, la inquietud permanente en el film) pero, lo que queda claro, es que el horror, tanto físico como psíquico, se ha apoderado de los personajes y el pública como una marca imborrable del dolor, que al menos encuentra un punto de contención en el cine. O eso creemos.

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Acerca del autor

Anselmi

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