La vida después de la tormenta – Waves (2019)

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Es difícil resumir Waves, la ópera prima de Trey Edward Shults. Me imagino que, a primera vista, podríamos concebirla como una suerte de epitafio compartido, un testamento común, en el que la pérdida de distintos personajes se entrecruza violentamente mediante el incisivo capricho del cine. Podríamos verla como una epopeya contemporánea, que se apropia del drama intergeneracional para esbozar un comentario más o menos coherente sobre el estado de la sociedad estadounidense en la actualidad. Incluso, siguiendo la misma línea, podríamos pensar que Waves funge como una épica familiar, en la que el clan protagonista, así como los X y Buendía, hacen lo que pueden para resistir los desvaríos del destino y sus crueles giros. Bueno. Puede que Waves sea un poco de todo eso. Pero, en el fondo, podríamos entenderla mejor como un breve ensayo sobre la compasión y la tolerancia, las redes que nos terminan sosteniendo, aunque no nos demos cuenta.

Eso, por supuesto, no le quita lo épico. Waves presenta una serie de historias entrecruzadas, con un acontecimiento terrible como principal disparador. Shults, que también firma el guion, elige una narración lineal, pero dispersa, descarta iniciar por el final o hacer algún tipo de racontto:  la historia comienza con un adolescente, Tyler, y sus aspiraciones como luchador competitivo en la escuela. Tyler mantiene una relación tensa con su padre, una suerte de patriarca estricto y abocado a la disciplina de su primogénito. La voz de la bondad es reflejada en Catherine, su madrastra. Entre la rectitud y la compasión, Tyler se enfrenta a una serie de fracasos, todos evitables. En el centro, su tórrida relación con Alexis, su novia, que prontamente le cuesta a Tyler y a su familia su frágil orden en el mundo. Como historia entrecruzada, Emily, la hermana de Tyler, intenta hacerle sentido a la vida luego de la pérdida, y halla consuelo en Luke, un adolescente con su propio duelo encima, con quien puede enfrentarse al dolor con un poco más de fe.

Trey Edward Shults concibe a Waves como una tragedia. Su puesta en escena es compasiva, pero solemne, priorizando la ceremonia por sobre el detalle, magnificando las emociones a partir de una cuidadosa selección de recursos: la cámara que flota entre los personajes, los cambios en el ratio de la imagen, los colores granulados, la música a todo volumen, las escenas que no se acaban y parecen salidas de una especie de sueño lúcido, demasiado realista. La puesta en escena de Waves es trágica porque siempre mantiene a los personajes al borde: cada escena se filma como si fuera la última, con los colores saturados, con planos algo rígidos, sacados de alguna composición idealizada,

Waves tiene la tragedia como hilo conductor, además. Shults se imagina un EEUU evidentemente roto: es el país de la violencia y la adicción, el país de la desigualdad y el racismo estructural, el país en que una mujer a punto de abortar recibe el odio de sus vecinos y un joven violento será puesto en prisión de por vida. La familia protagonista intenta, irónicamente, salirse del molde. Una familia afroamericana de altos ingresos económicos, estable emocionalmente, rígida en su visión de las cosas, con un padre ultraconservador a la cabeza e hijos modelo a su lado. ¿Es parte de la funesta visión de Shults asumir que una familia así está condenada al fracaso? ¿Se trata de una suerte de determinismo estructural, impuesto por un sistema quebrado desde el fondo? No sé si esta sea la interpretación más convincente, aunque sí parezca posible. Shults no habla más de raza o de violencia. De alguna manera, quiere darle a su historia algo de universalidad, comprimida en un caso de valor coyuntural, muy específico.

La tragedia funciona porque es evitable, pero a la vez impredecible. Esta tensión activa es el punto medular de sufrimiento de los personajes. Shults fuerza el drama sin caer en la hipérbole, en buena medida porque permite que cada quien lo enfrente de la manera en que lo haría su arquetipo en la vida real. Un adolescente ambicioso y traumatizado reacciona con violencia e ingenuidad; una adolescente en pánico recurre a sus padres y a defender tercamente su posición; un padre de otro tiempo se aferra sus creencias y trata de imponerlas en su familia a cómo dé lugar; una adolescente que lo ha perdido todo encuentra confort en el deseo erotico y el deseo de afecto, muchas veces entremezclados entre sí. El guion de Waves se construye a partir de una inteligente apropiación de distintos lenguajes: los chats de Messenger, la música rap a todo volumen, los gestos en silencio, lo que se dice y lo que no. De esa manera, el director no impone su propia versión de los hechos sobre los personajes, lo que les da chance de confrontar sus propias emociones con sinceridad y contradicción, algo que parece indispensable al lidiar con el duelo.

Parece que Shults elige esos espacios de desahogo porque reconoce la evidente carga emotiva -y hasta simbólica- de su puesta en escena. El estilo épico tiene un evidente coste: si no se aplica con mesura, puede aturdir a la audiencia y alejarla de la violencia de la historia, Waves toma el riesgo de ir a más, de someter a la audiencia a una suerte de estado de trance en las escenas de mayor solemnidad e invención, pero no se olvida de lo primigenio: las emociones crudas, sin mayor filtro o cohesión, que se producen a partir de lo que se narra en la pantalla. Viene bien identificar un film que se hace responsable de la historia que cuenta, que se hace carga de la carga que le impone a sus personajes y a la audiencia. El cambio de punto de vista (que pasa más de una vez en el film) es necesario y responsable: ve la tragedia con distintos, lo que es, finalmente, lo más humano.

Lo mejor está en la forma en que cada personaje intenta lidiar con el peso de sus decisiones y la evidente presencia del duelo y la pérdida. Cada quien tiene su propia cruz, si queremos seguir el subtexto religioso del film, que se presenta en las escenas en la Iglesia, la solemne puesta en escena y esta suerte de espacio de reconciliación en el cierre de la historia. Para el protagonista, Tyler, la cruz se lleva con ira y represión, y parece ser el personaje menos dispuesto a la redención una vez que se acaba el film. Allí el evidente contraste con su hermana, Emily, en una maravillosa interpretación de Taylor Russel, que habla en susurros, que se esconde entre el semblante melancólico y una mirada de duda. En el medio, padre y madre hacen lo posible por recomponer sus vidas.

Es verdad que Waves, en su intento de mantener los claroscuros, puede llegar a un cierto grado de intensidad que no siempre se torna creíble. Puede que algunos no sientan que la conexión es del todo genuina. Aun así, como el torbellino de dolor que toma la historia, y las olas que alegorizan el sufrimiento, Waves debe verse desde su potencial liberador, su capacidad de desahogo y comprensión, a partir de la narración hiperbólica, pero con suficiente compasión y cuidado, y eso es, aunque imperfecto, un regalo.

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Acerca del autor

Anselmi

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