Adiós a la musa – Ella (2010)

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Contiene spoilers 

¿De dónde proviene la inspiración? ¿Qué la fuerza? ¿Es acaso, producto del inconsciente colectivo, de arquetipos reconocibles en cualquier parte, de construcciones complejas en la cabeza del artista? ¿Se trata, más bien, de un deseo primitivo, bestial que no podemos definiri? Es difícil rastrear a la inspiración. Su origen, como la concepción de la obra artística, es, en esencia, algo incierto. Podemos pensar que el arte, como un proceso liberador, catalizador y catatónico, tiene la libertad impresa en su naturaleza: todo es permitido, y toda razón es pertinente para delinear una obra artística. Entonces, la inspiración podría significar cualquier cosa; incluso, podría provenir desde lo más oscuro del sujeto, de la contraparte maligna de todo acto altruista. Así como hay amor, hay desamor. Así como se celebra la vida, también se puede celebrar la muerte. Hay un poco de todo. El arte se encarga de ello.

Entendemos por qué una historia así de lastimera sea protagonizada por un artista y una historia de amor. Alfredo, pintor reputado, ama a Luna. Hace mucho tiempo que se la llevó a casa, a pesar de la diferencia de edad y el rechazo que sentían los padres de ella por él. Desde entonces, han vivido una historia de amor fértil, apasionada: Alfredo la pinta y Luna posa, asumiendo una relación de dependencia y deseo por el otro. Pero las cosas en el matrimonio parecen cansarse. Una tarde, ambos pelean. En medio de la accidentada discusión, Luna cae muerta por su propia irresponsabilidad. Alfredo está devastado. Empieza una búsqueda por Lima y, a su vez, por él mismo, a ver si la Luna que él creía solo suya era la misma Luna en todas partes.

Francisco J. Lombardi es un director versátil, jugando con la comedia, el drama social o el cine político. Aun así, es y será recordado por el policial. Su cine tiene una aparente facilidad para adentrarse en lo más escabroso de la naturaleza humana, esos espacios oscuros, esa relación víctima-victimario. Solo un cineasta así podría armar una historia como la de Ella. Sabemos desde el inicio que la muerte de Luna no fue incidental y que se trató de un descuido de su parte; entonces, ¿por qué seguimos viendo a Alfredo como el culpable? ¿por qué lo seguimos con esa mirada juzgadora, con esa sensación inquietante de que estamos presenciando a un asesino encubrir sus crímenes? Tal vez tenga que ver con la peculiar atmósfera que genera Lombardi, una de silencios, con la cámara solo enfocada en Alfredo y en cada una de sus acciones. Quizás sea porque Alfredo si es culpable. Al menos, así se siente él. Por eso inicia ese viaje en solitario, una suerte de pesquisa para saber qué fue lo que hizo mal.

Estamos, entonces, ante un filme sobre la expiación. Ni bien muerta, la figura de Luna se engrandece y no deja tranquilo a Alfredo. Necesita saber más. No solo por satisfacer su tal vez retorcida curiosidad, sino para entender su relación y su fracaso. La figura solitaria del pintor, encarnada a la perfección por Paul Vega, es la del errante, del eterno arrepentido. Toma el celular de Luna y rebusca entre sus contactos. Se sube al auto y busca revelar sus fotografías. Pone en el televisor el videocasette de sus recuerdos juntos. Celopatía, deseo infundado, obsesión. Todo para llenar aquella culpa que parece no dejarle tranquilo. Cuando empieza a llenar las piezas del puzle, cuando puede descifrar aquello que parecía indescifrable en Luna, —sus amoríos, su otra vida— es cuando más le empieza a doler.

Pensemos en Víctor Hugo y su “Mañana al alba”, aquel famoso poema que es, en realidad, una marcha fúnebre de un padre que se acerca a la lápida de su hija para darle un último adiós. Con ese mismo paso se traza la figura de Alfredo, dibujando su culpa con planos directos a su rostro, siguiendo sus pasos por la Lima de Luna, tratando de encontrar la verdad. Cuando ciertas revelaciones se desprenden de su pesquisa, Alfredo se encuentra ante aquella cotidiana disyuntiva: renunciar al dolor o seguir adelante. Estabilidad o verdad. En esta lucha interna, el recuerdo de su musa sigue presente. Su esencia es perenne. Por eso es que lastima tanto.

Es cuando encontramos ese peculiar talento en Lombardi: hacer que lo técnico corresponda con la historia que quiere representar y la emoción que eso conlleva. Así, prefiere una puesta en escena pulcra y realista, sin matices en la fotografía ni planos particularmente detallistas. Prefiere un film de interiores, de entre cuatro paredes, en el que el silencio es más resonante y la presencia de Luna —casi fantasmagórica, lejana— se haga más fuerte. Es curioso, si la mayoría de escenas están compuestas por Alfredo solo, sin nadie con quien hablar, y buscando entenderse a sí mismo. Seguimos la narración, casi en tiempo real, entendiendo cuál es el efecto inmediato de la muerte. La muerte se presenta como negación, como querer seguir manteniendo vivo el recuerdo. No solo conservar el cuerpo de Luna en hielos, sin saber cómo o cuando enterrarle. Se trata de conservar el ideal cuando este acaba de irse.

Y es que también estamos ante un filme sobre la dependencia, sobre la mujer que llena nuestras vidas y que, justamente deja un vacío inllevable cuando se va. Esa es Luna. Así la recuerdan Alfredo y el amante de ésta, sentados en el taller del artista, rodeados de numerosas obras que retratan a la mujer en cada una de sus etapas: Luna alegre, Luna irresistible; desquiciada, triste, sola. Es una secuencia peculiarmente bella, en la que dos hombres totalmente distintos entre sí —de distintas generaciones y con ideas muy diferentes de la vida y de Luna— se reúnen para recordar a aquella persona que les ha marcado la vida y saber que, como acto de inspiración, Luna les supera. Si bien la Luna de Alfredo y la Luna del otro sujeto no es la misma, lo cierto es que ella, en su presencia, se mantiene.

Allí concluye Lombardi. Luna es el ideal, la razón de estos dos hombres para amar y odiar. Su figura se vuelve tangible, una figura de adoración, de rabia, de constante creencia. Es, pues, arte. Sí. Tiene sentido que el clímax vaya así: tras recordarla tanto, Alfredo pinta frenéticamente. La pinta desnuda, estrenándola en su nueva exposición. Posteriormente, Alfredo y el otro hombre la entierran en el jardín. Muere el ser, queda el arte. La inspiración.

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Anselmi

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