Pregunta clave: ¿valía la pena?

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106 diego fernandez

“Creo que se debe poner al corriente de las verdaderas leyes muy pronto a los niños. Aunque sea cómodo para la madre, no hay que decir a un niño que es obligatorio ir a la escuela a los cuatro años. Cuando establezcamos una ley para los niños, hemos de prestar mucha atención a que se trate de una verdadera ley, de una ley suprafamiliar que gobierne a los seres humanos del grupo de personas del que se forma parte (…). Si el niño ha transgredido una ley, se siente culpable y ese sentimiento se aplaca por un castigo, pero ha de ser un castigo que el niño conozca de antemano. Las infracciones de las leyes se pagan. Se debe preguntar al niño: «¿Valía la pena arriesgarse al castigo?». «¿Sí? ¡Entonces tenías razón al hacerlo!» La educación del niño hacia la autonomía es eso. Cuando los niños están constantemente castigados en la escuela, los padres se ponen furiosos. El niño dice: «Me importa un bledo», lo que no es verdad, como bien muestra su semblante. Lo único que ocurre es que está contento de dar la lata a sus padres. A partir del momento en que se le pregunta: «¿Valía la pena? ¿Qué has hecho para merecer este castigo?». «Estuve hablando cinco minutos.» «¿Valía la pena?» «¡Oh, no!» «¿Ves? Es como si compraras el derecho a hablar en clase. Te ha salido demasiado caro.» La próxima vez, el niño hará él solo este razonamiento.”

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Página 19.

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Depresión en niños y adolescentes

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La depresión es un trastorno de la salud mental, que puede quitarle la alegría a la vida de un niño y adolescente. Si bien, mayoritariamente hacía su aparición en la adolescencia, actualmente vemos que lo hace desde edades más tempranas, cada vez hay más niños diagnosticados con trastornos depresivos.

Primero es importante diferenciar la tristeza de la depresión. La tristeza es una emoción universal, todos la hemos experimentado y nos ayuda, muchas veces, a adaptarnos a diferentes situaciones, por lo tanto es pasajera. En cambio, la depresión es una alteración grave del estado de ánimo, diferente a la tristeza y, por lo tanto, requiere tratamiento específico; a diferencia de la tristeza, la depresión no es pasajera.

La depresión en niños puede ser severa y de larga duración, impactando directamente en todos los aspectos de la vida diaria, desde el rendimiento escolar, vida familiar, relaciones con amigos, etcétera.

A nivel de estadísticas, la incidencia de la depresión es del 5% en niños menores de 12 años, sin haber mayor diferenciación entre niños o niñas. No obstante, muchos niños no reciben el tratamiento que necesitan, en parte porque puede ser difícil distinguir entre depresión y un cambio normal de estado de ánimo o, también, por confundirse con otras psicopatologías.

Síntomas de depresión en niños

Estos pueden variar según la personalidad del niño y etapa de desarrollo en la que se encuentra; a pesar de ello, los síntomas más recurrentes son:

  1. Irritabilidad o tristeza constante.
  2. Pérdida de interés o de placer (anhedonia). Pasan menos tiempo en actividades que antes les producían felicidad o placer. A veces presentan aislamiento social producto de esta falta de disfrute.

Otros síntomas habituales:

  • Cambios en el apetito y el peso (pérdida o ganancia).
  • Cambios en el patrón de sueño (dificultades para dormir o sueño excesivo).
  • Cambios psicomotores (dificultad para mantenerse quieto o marcada lentitud en las respuestas y movimientos).
  • Pensamientos de inutilidad o culpa.
  • Fatiga, pérdida de energía.
  • Dificultades para concentrarse (por ejemplo, se puede observar una bajada brusca del rendimiento académico, distracción constante o “mala memoria”).
  • Pensamientos de muerte, intento de suicidio.

La depresión en adolescentes, puede ser más usual, alcanzando una frecuencia del 10% al 12%, incluso; sobre todo más en chicas que en chicos.

Síntomas de depresión en adolescentes

Entre los síntomas más frecuentes, se encuentran

  1. Tristeza.
  2. Inquietud y/ tensión excesiva por asuntos que antes no representaban preocupación.
  3. Irritabilidad y suspicacia, llevando los conflictos al plano personal.
  4. Anhedonia (poca capacidad de disfrute).
  5. Afectación en todos los procesos cognitivos, como la atención, concentración, memoria, velocidad de procesamiento de ideas, comprensión, etc. Esto afecta directamente sobre el rendimiento académico.

Estas características conmocionan la vida de los adolescentes, llevándolos muchas veces a aislarse, a no querer disfrutar de la compañía de amigos, a tener problemas con el sueño (sea porque les cuesta conciliarlo o duermen mucho más que antes) y alteración en el apetito (comen muy poco o presentan necesidad de hacerlo a cada momento). En estos dos últimos casos, hay que tener en cuenta que durante la adolescencia, es esperable una mayor necesidad de ingesta de alimentos, como también hipersomnia (periodos de somnolencia durante el día, indistintamente hayan descansado por la noche).

La depresión, tanto en niños como adolescentes, puede variar de leve a grave. Un niño o joven que se siente un poco decaído la mayor parte del tiempo por un año o más tiempo, podría presentar una forma más leve de depresión llamada distimia; en cambio, en su forma más grave, a nivel de sintomatología podría indicar depresión mayor, desencadenando la pérdida de la esperanza y las ganas de vivir. Cabe mencionar que la depresión es la primera causa de suicidio, y el suicidio, es la tercera causa de muerte en niños y adolescentes, por detrás de los accidentes y el cáncer.

En tal medida, los padres debemos estar muy pendientes de nuestros hijos, tanto de su conducta, su sentir, pensar y desempeño en general, indistintamente la edad que tenga. Aquello que podríamos considerar “pasajero” podría convertirse en un trastorno que ubicaría la salud mental de nuestros hijos en grave riesgo.

Hay que tomar en cuenta que muchos de estos síntomas descritos, no son exclusivos de la depresión, también son característicos de otros tipos de dificultades o trastornos. Es por ello que los llamados a hacer un diagnóstico real y certero somos los psicólogos, como también los médicos psiquiatras, siendo estos últimos los encargados de recomendar el tratamiento psicofarmacológico correspondiente.

Para finalizar, es importante saber que, estemos frente a un diagnóstico de depresión leve o mayor, este debe tener el correcto tratamiento, es decir, que el niño o adolescente lleve un proceso psicoterapéutico, a la par del tratamiento médico. De no ser así, la probabilidad de mejora sería mucho menor, poniendo en peligro la salud del niño o adolescente.

Lic. Katherinne Roncal Soto
          C.Ps.P.: 15026
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Hora de jugar – la importancia del juego de los niños

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Es un hecho que los niños, los adolescentes, y muchas veces también los adultos, juegan. Por otro lado, los niños suelen pedirles a sus padres que dediquen parte de su tiempo a jugar con ellos, cosa que muchas veces los hace sentir importunados o fastidiados porque los hace pensar, por ejemplo, que están perdiendo el tiempo. ¿Por qué lo hacen? ¿Esa actividad tiene alguna función? Y de ser así, ¿cuál sería su importancia?

Entendiendo el jugar

Jugar puede ser entendido (en parte) como una preparación para la vida futura. Si vemos a muchos de los cachorros de los mamíferos superiores, veremos que sus juegos siempre ponen en acción funciones que después le servirán al animal a sobrevivir; morder, dar un zarpazo, acechar para atacar sorpresivamente, correr persiguiendo o correr huyendo. Los niños no son la excepción. Los niños y niñas, cada cual a su manera, pelean, luchan, batallan, juegan a ser profesionales, conductores de automóviles, madres y padres, a tener a cargo a una familia o tal vez a una empresa, a ser pilotos de aeronaves, soldados, modelos de pasarela, cocineras, doctores, amas de casa o deportistas. También asumen roles menos felices: pueden convertirse (jugando) en ladrones, delincuentes, asesinos, intrigantes, explotadores, tiranos y violentos; y esto no significa que se estén preparando para hacer el mal, sino que se preparan para hacerse adultos en un mundo en donde, lamentablemente, hay maldad. Y en esto hay que tener mucho cuidado. No hay que confundir el juego de un niño o un adolescente que explora y experimenta, con la realidad de un adulto desadaptado.

Cada juego pone a los niños y adolescentes en una situación adulta simbolizada, donde la diferencia radica en que el perder o el equivocarse no tiene las mismas consecuencias que hacerlo en el mundo adulto real. Y esto puede aplicarse con mayor o menor facilidad a todos los juegos, a los dramáticos, a los de roles, a los de mesa, a los de suerte, a los deportivos e incluso a los videojuegos.

Aprender a jugar con los papás

El mundo del juego infantil y juvenil es mucho más complejo e importante de lo que se ha dicho hasta ahora. Sin embargo, podemos con estas pequeñas razones animar a los padres a incentivar el juego en sus niños. Ellos necesitan, por esta y por muchas otras razones, disfrutar sus años de niñez y adolescencia jugando, y hacerlo no sólo en soledad, o con sus amigos, hermanos y primos, sino también con sus padres. Y es que, si jugar es una preparación para la vida adulta, ¿qué mejor preparación puede recibir un niño que la de sus propios papás?

Sólo podríamos añadir una última cosa fundamental: el juego es, en parte, una preparación para la vida adulta. Pero eso no significa que el juego tenga que convertirse en una clase o en una actividad que siempre tenga que traer una moraleja. La actividad de jugar no necesita de esas cosas para ser beneficiosa; es más, se me ocurren pocas cosas capaces de arruinar tanto un juego como el tener que escuchar a los papás dando clase y enseñanza a cada momento. Simplemente hay que jugar, ser creativos, respetar las reglas y, lo más importante, divertirse.

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

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Señales para detectar que nuestro hijo adolescente necesita ayuda psicológica

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Este tema, lo advierto desde ya, será un poco más denso, no sólo por la información que se va a compartir, sino porque el hablar de salud mental propiamente, y cómo esta podría estar viéndose afectada en nuestros seres amados, en este caso, nuestros hijos adolescentes, es tremendo. Dentro de este panorama, la búsqueda de intervención a veces resulta complicada, pues cuesta aceptar una posible realidad que, quizá, nosotros hemos desatendido, o no hemos notado, pero no le dimos la importancia suficiente, pues, como ya dijimos, es duro asumir este tipo de situaciones.

El mundo de nuestros adolescentes pasa por altibajos emocionales todo el tiempo, sea por los cambios hormonales que se dan, por las nuevas vivencias que experimentan y les generan sensaciones y sentimientos nuevos, así como por las necesidades de orden social que aparecen, y antes no eran importantes para ellos. Justamente, ante la aparición de problemas y dificultades, son varios los adolescentes que recurren a sus amigos por encima del núcleo familiar pues, penosamente, tienden a confiar más en ellos que en sus padres, haciendo que la probabilidad de encontrar “salida” a ese problema que los aqueja sea difícil, incluso, más que la dificultad en sí misma.

Este exceso de confianza en sus pares, por encima de la familia, suele ocurrir cuando los adolescentes sienten a sus padres como figuras poco cercanas, sea emocionalmente hablando (cuando no se está al tanto de lo que le apena, lo que le asusta, cuando no se tiene idea de los gustos y pareceres, etcétera), o físicamente (por ejemplo cuando los padres están todo el día en el trabajo o no pueden darse el momento para compartir con ellos). Este escenario lleva a sentir a los adolescentes que los padres desatienden sus necesidades emocionales, de la manera que ellos realmente necesitan, aunque los padres discrepen con esa idea y piensen que si suplen sus necesidades en general, que piensen que sí lo hacen. Hay que recordar que las dificultades se abordan en relación a la percepción de dificultad de los adolescentes, no en función a las percepciones de los adultos.

Por otro lado, esto no quiere decir que el apoyo de los compañeros sea enteramente negativo en el mundo adolescente, es importantísimo para ciertos temas, pero cuando aparecen algunas dificultades mayores, que ellos no pueden afrontar, la presencia de los padres es necesaria, sobre todo si empiezan a aparecer características “extrañas” o poco usuales, que podrían significar la presencia de “algo más”.

En tal medida, es vital, entender que estos cambios no se dan de manera repentina, suelen ser progresivos, es por ello que los padres debemos estar pendientes de los cambios, tanto anímicos como conductuales en nuestros jóvenes.

Existen varios trastornos que pueden hacer aparición en esta etapa de desarrollo, que pueden afectar a nuestros adolescentes, como la depresión, ansiedad, trastorno bipolar, esquizofrenia, trastorno límite de personalidad, trastorno de estrés post traumático, trastorno por déficit de atención y otros más. De ser el caso, estos interfieren de manera directa en la vida diaria de nuestros adolescentes y, por supuesto, en la de la familia.

Hay que tomar en cuenta que los adolescentes si notan este malestar en ellos, se dan cuenta que son “diferentes”, y con el afán de sentirse mejor, de “encajar” y parecerse a sus compañeros, muchos de ellos buscan solucionar estos conflictos, “auto medicándose”. En este caso, la auto medicación no se da, precisamente de la manera que lo entendemos, sino se refiere al uso de drogas (legales o ilegales) o conductas totalmente desajustadas y alejadas de la familia, con el fin de olvidarse de esos problemas.

Esta situación puede ser bastante difícil, es por ello que aquí veremos algunas maneras de saber si nuestro adolescente puede necesitar tratamiento en salud mental:

  1. Cambios de humor.
    ¿Cómo podemos estar seguros que un conjunto de cambios de humor pueden indicar alguna enfermedad mental? Sencillo, los papás conocemos mejor que nadie a nuestros hijos, al menos eso se espera. Esto nos asegura que la presencia de cualquier cambio de humor en ellos será detectado a tiempo.
  2. Cambios en el comportamiento.
    La conducta de nuestros adolescentes cambia en la medida que ellos crecen, pero si tu hija o hijo está presentando características totalmente diferentes a lo que conoces de ella o él, y no se relaciona con su crecimiento normal, hay que estar alertas. 
  3. Consecuencias en el colegio y entre amigos.
    En la actualidad, es complicado observar estos cambios, pues sabemos que ahora las relaciones entre compañeros como la asistencia al colegio de manera regular, está interrumpido. A pesar de ello, una enfermedad mental hace que los procesos de aprendizaje se vean afectados, impactando directamente sobre el rendimiento escolar, así como la capacidad para mantener relaciones satisfactorias con los compañeros. 
  4. Síntomas físicos.
    Muchas veces se aprecia una clara disminución de energía, cambios en los hábitos de alimentación y sueño, frecuentes dolores de estómago, de cabeza y espalda. También suele aparecer descuido del aspecto personal y poca higiene, pudiendo ser signos que indiquen algún tipo de problema. 
  5. Consumo de sustancias/conducta auto lesiva.
    Si encuentras algún indicador de drogas o de consumo de alcohol, autolesiones, un desorden alimenticio u otras formas de “escape”, el vínculo con la enfermedad mental puede ser directo. 
  6. Anhedonia.
    Se refiere a la pérdida de la capacidad de disfrute. Con mayor frecuencia los adolescentes comentan que se aburren todo el tiempo y que no disfrutan como antes de las actividades que, tiempo atrás, le eran placenteras, incluyen las actividades de ocio.
  7. Presentan trastornos del sueño. Los adolescentes con síntomas depresivos duermen mal, les cuesta conciliar el sueño o, por el contrario, pueden presentar hipersomnia, es decir, pasarse gran parte del día durmiendo, incluso más de 12 horas.

A pesar de lo preocupante que parezca, las estadísticas peruanas nos dicen que más del 70% de los adolescentes afectados por alguna enfermedad que afecte su salud mental, van a mejorar con el tratamiento adecuado, es decir tratamiento farmacológico y psicoterapia a la par. El problema radica en que el 80% de los adolescentes no reciben ayuda necesaria con respecto a su trastorno o, incluso, jamás reciben el correcto diagnóstico.

Lo peor de todo esto es que si estos trastornos no se tratan, existe una escalofriante altísima probabilidad, que derive en abuso de sustancias, fracaso escolar, bullying (aproximadamente el 30% sufren acoso, mientras que el 20% se convierten en acosadores), trastornos de la alimentación e incluso el suicidio.

Si ves alguno de estos síntomas en tu adolescente, primero, ¡No te asustes! pasa más a menudo de lo que podríamos pensar, segundo, busca ayuda urgentemente para tu hija o hijo. Con una adecuada evaluación, identificación e intervención, todas las enfermedades mentales pueden ser tratadas.

Lic. Katherinne Roncal Soto
  C.Ps.P.: 15026

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Mi hijo no puede/no quiere ver al psicólogo

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Supongamos que un niño, adolescente o joven estudiante presenta alguna dificultad. Por ejemplo, es desafiante con sus padres o maestros, es agresivo con sus amigos, compañeros o hermanos, su rendimiento académico es bajo, no quiere dormir en su cama, es irrespetuoso o muy celoso o está tomando la costumbre de tomar cosas que no son suyas o miente demasiado o es excesivamente tímido, entre tantas posibles problemáticas.

Llegado a cierto punto de malestar o preocupación, lo que los papás, acertadamente, suelen hacer es acudir con un profesional y consultar por la dificultad en busca de alguna solución. Muchas veces el profesional, al evaluar el caso, recomienda que este hijo vaya a psicoterapia.

Ahora pensemos, ¿qué pasaría si por A o B motivos no es posible que este hijo vaya a su terapia? Pongamos 3 ejemplos cortos:

1) Mi hijo de 18 años no quiere estudiar, no quiere trabajar y tampoco quiere ir al psicólogo. Ya vamos un año así. ¿Qué hacemos para atacar el problema?

2) Mi hija de 15 años se niega a continuar viendo a su terapeuta. Se niega tanto que literalmente hay que sacarla a rastras de la casa, a tal punto que su propia terapeuta ha declarado que ya es inviable el tratamiento con ella.

3) Mi hijo de 8 años ya no puede asistir a su terapia presencialmente debido a la emergencia sanitaria que dura varios meses y que tiene a los chicos sin salir de sus domicilios. El problema es que en nuestra casa no tenemos las facilidades para que siga su terapia por videoconferencia (cuestiones de espacio, de intimidad, de conexión, etcétera). ¿Qué hacemos? ¿Nuestro hijo se queda sin terapia?

Una alternativa

Felizmente no, no es necesario que tu hijo se quede sin ser atendido. Una de las alternativas para este tipo de situaciones es que el niño, adolescente o joven sea atendido a través de sus papás. Esto significa que, ante la imposibilidad de que el menor o el joven reciba la atención terapéutica directamente, sean sus papás los que entren en terapia, no para tratar sus asuntos personales, sino para tratar los asuntos de su relación con su hijo.

Podemos entender esta alternativa como una psicoterapia parental o una psicoterapia basada en la crianza. Los papás acuden a terapia para optimizar su relación y sus estilos y estrategias de crianza con el apoyo del profesional. Es a través de la intervención en la crianza de sus papás que se apunta a la mejora de la problemática del hijo, pudiéndose obtener los mismos resultados que con el trabajo directo con el niño o adolescente.

¿Por qué esto funciona?

Ya lo decía el pediatra y psicoanalista Donald Winnicott, “no existe tal cosa como un bebé”. No existe un bebé porque un bebé no puede existir sin su mamá (entiéndase, sus criadores), es un ser completamente dependiente que sin esas otras personas no puede sobrevivir. Un niño, un adolescente, un joven estudiante que depende aún de sus papás o apoderados, no se puede entender como una entidad autónoma. Su vida está entrelazada con las de aquellos de los que depende. Por eso, su salud psicológica también está determinada por esa relación, así como lo están otros aspectos de su vida, como su educación o su alimentación. Es por esta relación de dependencia que es posible que mediante el trabajo psicológico con los padres o apoderados se puedan alcanzar los mismos objetivos que con el trabajo directo con ese hijo, niño, adolescente o joven.

Un ejemplo

Pongamos un ejemplo muy esquemático y sencillo, solo para entender nuestro punto: tenemos una mamá separada que vive con sus dos hijos, uno de 2 años y uno de 5. El hijo de 5 años está muy alterado, irritable, no quiere dormir en su cama, exigiendo constantemente dormir con su mamá, y cuando duerme en su cuarto se está volviendo a orinar en el colchón. Además está muy agresivo con su hermano menor. La mamá está muy preocupada y no entiende qué le pasa a su niño. El psicólogo recomienda que este niño pase por una terapia psicológica, pero es imposible debido a su edad, a las condiciones de confinamiento por la pandemia, a los materiales o a la conexión.

Se decide que sea la mamá la que ingrese a una terapia telefónica u online centrada en la crianza de sus hijos. Ahí se ve que el hijo menor estaba durmiendo en el cuarto de la mamá, que, tal vez debido a la separación con el padre, no se hizo el cambio a su propia habitación tiempo atrás, como sí sucedió con el hijo mayor, desatando los celos y la sensación de exclusión en este niñito de 5 años, algo que esta mamá no se estaba dando cuenta. Entonces, la mamá y el terapeuta diseñan un proceso, una serie de acciones destinadas a subsanar esta situación, ordenando de la manera más conveniente el tema de los cuartos en la casa y estabilizando paso a paso la relación entre estos 3 miembros de la familia.

Para recordar

En conclusión, si tu hijo no puede (o no quiere) asistir a su terapia o a su psicólogo por alguna razón, y ves que dejar las cosas así sería perjudicial, tienes la alternativa de ser tú quien lo haga y, a través tuyo, permitas al profesional trabajar la problemática de tu hijo. Serías tú quien esté en terapia, no porque tú tengas “el problema”, sino porque estás buscando que a través tuyo, tu hijo logre resolver las dificultades que te hacen sentir preocupación.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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El adolescente normal

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Muchas veces los papás nos encontramos preocupados, alarmados, fastidiados, hostigados, etcétera, por el comportamiento de nuestros hijos adolescentes. Ya he perdido la cuenta las veces en que yo, por ejemplo, me he encontrado en la necesidad de calmar a los papás, recordándoles que su hijo es un adolescente, y que, por tanto, aquello que tanto denuncian, resulta que es normal. Como dice el médico y psicoanalista Juan David Nasio:

«Todo (…) [en el adolescente] son contrastes y contradicciones. Puede estar tanto agitado como indolente, eufórico y deprimido, rebelde y conformista, intransigente y decepcionado; en un momento entusiasmado y, de golpe, inactivo y desmoralizado. A veces es muy individualista y exhibe una vanidad desmesurada o, por el contrario, no se quiere, se siente poca cosa y duda de todo. Exalta hasta las nubes a una persona de más edad, a la que admira, como (…) [un músico], un jefe de grupo o un personaje de juegos de video, a condición de que su ídolo sea diametralmente opuesto a los valores familiares. Los únicos ideales a los que se adhiere, las más de las veces con pasión y sectarismo, son los ideales -a veces nobles, a veces discutibles- de su grupo de amigos. A sus padres les manifiesta sentimientos que son la inversa de lo que siente realmente por ellos: los desprecia y les grita su odio, mientras que el niño que subsiste en el fondo los ama con ternura. Es capaz de ridiculizar al padre en público mientras que está orgulloso de él y lo envidia en secreto. Tales cambios de humor y de actitud, tan frecuentes y tan bruscos, serían percibidos como anormales en cualquier otra época de la vida, pero en la adolescencia, ¡nada más normal!»

Así que la próxima vez que nuestro adolescente en casa nos “saque que quicio”, recordemos que es totalmente esperable, que así como lo hace él o ella, lo hacen los demás adolescentes del mundo. Si queremos que esta etapa sea lo más armoniosa posible, es nuestra responsabilidad ayudarlos a traducir esas emociones, pensamientos o actitudes poco racionales, en emociones, pensamientos y actitudes más armónicas y realistas, y así puedan no sólo entender mejor el mundo, sino a ellos mismos. Eso traerá calma a todos.

Referencia

Nasio, Juan David (2010). ¿Cómo actuar con un adolescente difícil? Consejos para padres y profesionales. Buenos Aires, Argentina: Paidós. Páginas 17, 18.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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¡Mi hijo me frustra!

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El encabezado puede sonar “extremo”, pues se espera que los padres, sobre todo las madres, seamos pacientes y tolerantes con nuestros hijos, que son el mayor tesoro y, por lo tanto, siempre podemos, y debemos, estar por y para ellos. Pero, ¿Realmente somos los padres esos seres por encima del bien y del mal, que siempre estaremos dispuestos a dar la mitad de la vida (en este caso la paciencia) por nuestras “bendiciones”?

Es cierto también que por estos días abunda el miedo, que se presenta como respuesta inmediata ante lo que vemos en la calle, los noticieros y la vida misma; ese mismo miedo que, si lo dejamos avanzar, se puede transformar en ansiedad de manera muy rápida.

Ahora, este artículo no busca hablar de esos niveles de ansiedad patológicos (que tienen una parte genética y otra aprendida), pero sí de esa tensión, a veces constante, que nos llena la cabeza de todo tipo de ideas, como perder el trabajo, enfermarnos, cambios en la vida que enfrentaremos y un largo etcétera, que pasan a afectar de manera directa nuestra salud emocional. Lógicamente, nos convertimos, sin quererlo o haberlo imaginado jamás, en padres abrumados y, sobre todo, vulnerables.

Además, si con dificultad atendemos nuestras emociones, tener que lidiar con las de nuestros hijos (las cuales de por sí ya se encuentran exacerbadas dada la situación actual, llevándolos a mostrar no necesariamente su mejor comportamiento), es muy probable que represente para nosotros grandes dosis de frustración e incluso, en algunos casos, desesperanza. Entonces,

¿Qué hacemos?

  • Primero debe quedar en claro que es esperable que nos encontremos un tanto intolerantes y, probablemente, nuestras respuestas carezcan de la empatía que buscamos para nuestros hijos. Por ello es recomendable bajar las expectativas en cuanto al número de actividades y el éxito que seguramente antes gozábamos al realizarlas. Si antes de la aparición de la pandemia sentías que tenías el control de lo que pasaba con tus hijos, pues ahora no necesariamente tiene que suceder lo mismo.
  • Focalizar en las emociones, más que en la carga de responsabilidades. Es recomendable centrarnos en el estado emocional de nosotros, los padres y de nuestros hijos. El mayor esfuerzo debe ser por mantener una dinámica familiar positiva.
  • En cuanto a nuestras metas y, justamente, estas responsabilidades de las que hablamos líneas arriba, es vital que sean realistas. En función a ello, sería recomendable estructurar las actividades diarias, sin sentirnos abrumados, ni los niños ni los adultos.
  • En torno a ello, hay que recordar que el saludable proceso de aprendizaje de los chicos se trunca cuando no se sienten seguros ni amados. Si el ambiente familiar se torna tenso, es más que probable que los chicos no puedan asimilar los contenidos académicos, todo lo contrario.
  • ¡En esta casa, todo lo hago yo! Dentro de este escenario nos toca, además, jugar otros roles para los cuales seguramente no estábamos preparados, ser cocineros a tiempo completo, maestros abnegados sin hora de recreo, psicólogos con master incluido, etcétera, todo con el fin de responder a las necesidades inmediatas de nuestros hijos, muchas veces dejando de lado las nuestras. Sentir que somos los responsables de todo esto agobia, es por ello que lo más importante es priorizar y tener certeza que todos en casa estemos a salvo, y que las necesidades básicas sean cubiertas.
  • Algo que es bastante común por estos días, es que muchos niños buscan dormir con los papás, y eso puede llegar a ser complicado. Hay que recordar que los cambios en el patrón de sueño son esperables en tiempos de incertidumbre o cambio de rutina. Tenemos que estar conscientes que, desde el punto de vista de nuestros hijos, nosotros somos su “lugar seguro”, en nosotros buscan tranquilidad y seguridad. Por eso que retirarlos de la cama con llamadas de atención y más drama aún, no es para nada adecuado, pues lo que ellos sentirán es que los estamos despojando de la poca tranquilidad a la que podrían acceder.
    Ya dependerá de cada caso, ver si se quedan en nuestra cama, por cuánto tiempo, cómo se quedan, cuántos se quedan, etcétera. Entendamos que, si en ese momento en particular necesitan de nosotros, es recomendable “brindarnos” un poco más, quizá de alguna manera que no sea tan complicada para nosotros; de repente algo más de abrazos a la hora de dormir, tener un momento especial antes que concilien el sueño, prometerles que se les visitará en la cama cada cierto tiempo, etcétera. En realidad esta es una decisión personal.
  • Justamente, si partimos de la idea que nuestros hijos se tornan más demandantes, una manera de tranquilizarlos podría ser reforzar sus logros y, aquellos que no precisamente lo son, “transformarlos” en victorias, claro, con un poquito de optimismo. Esto los hará sentir tan bien con ellos, que los ayudará a liberar el estrés que podrían estar sintiendo.
  • Les soy honesta, al momento de escribir estas recomendaciones pensé que serían unas pocas, al parecer resultaron unas cuantas más. Ahora tengo más claro aún, que lo que se necesita es un poco de creatividad, buscar nuestro propio bienestar y, así, ayudar a nuestros chicos a que sean felices, a pesar de las circunstancias. ¡Ah sí! También mucho contacto físico, ganas de compartir con ellos y, sobre todo, amor.

¡Que la fuerza nos acompañe!

 

Lic. Katherinne Roncal Soto
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¿Por qué a mi hijo le cuesta adaptarse a los cambios?

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Siempre decimos que una de las cosas que más queremos en la vida es que nuestros hijos se conviertan en “personas de bien”, que sean “maduros”; pero esta palabra, realmente ¿Qué quiere decir?, ¿Cuándo llega esa madurez?, ¿Qué implica esa madurez?

Obviamente esta madurez depende, por sobre todo, del desarrollo cerebral de los niños, pues las áreas del cerebro se desarrollan a diferentes velocidades y generando conexiones entre ellas, impactando de manera directa sobre el desarrollo intelectual de los niños, específicamente sobre las funciones ejecutivas; pero…

¿Qué son las funciones ejecutivas?

Son las actividades mentales complejas, que nos llevan a planificar, organizar, guiar, revisar, regularizar y evaluar nuestro comportamiento; es decir “funcionar” adecuadamente, facilitando la adaptación al entorno y, consecuentemente, nuevas situaciones. Estas habilidades son vitales para el aprendizaje académico, pues permiten asociar ideas, movimientos y acciones simples para realizar tareas complejas.

Por ejemplo, a partir de los 3 años, aparecen las primeras habilidades para regular la conducta, sobre todo por tiempos cortos, necesitando aún el monitoreo y/o supervisión de los padres o de la figura de autoridad para conseguirlo plenamente, costándole seguir indicaciones específicas. Por lo tanto, a esa edad, esperar que los pequeños permanezcan más de 25 minutos consecutivos sentados en un mismo lugar es poco factible; a pesar de ello, hay pequeños que lo consiguen, pero seguramente yendo en contra propio desarrollo, generándole probablemente sumo malestar.

A los 4 años, son capaces de controlar ciertos impulsos y tener necesidad de compartir con los pares, entendiendo la temática del juego compartido. En esta etapa los niños buscan hacer amigos y disfrutar con ellos. Seguramente los pequeños de esta edad que llevan clases virtuales deben sentirse frustrados, porque saben que no pueden compartir con los compañeros, notando que su juego (el que le permite poner ideas en práctica) es probable que sea en solitario. Es así que es posible que ese malestar se transforme en desgano, frustración y cierta desobediencia ante la pauta de las actividades por realizar, establecidas por el adulto.

De los 5 a los 8 años, es la etapa de mayor desarrollo de las funciones ejecutivas, por lo cual la mayor parte de dificultades en torno al desarrollo cognitivo serán evidentes dentro de este periodo de tiempo, se necesita estar bastante pendiente del día a día de los chicos y de aquello que empieza a costarles, dentro del plano del aprendizaje. También van ganando facilidad para regular su conducta, como también dirigir el comportamiento de manera autónoma, fijándose pequeñas metas y anticipándose a hechos, sin depender de las indicaciones de otros.

Dada las circunstancias actuales, es muy probable que los niños comparen su año anterior o las actividades que antes realizaban en el aula y el recreo y las extrañen, costándoles asumir las nuevas responsabilidades y maneras de accionar. En esta etapa es más probable ver episodios de rebeldía e, incluso, negación hacia las nuevas actividades académicas, las cuales podrían fácilmente ser planificadas por ellos mismos, mostrarse desobedientes y retadores, pues se espera que en este periodo de tiempo, los niños consigan desarrollar conductas estratégicas y habilidades de razonamiento más organizados y eficientes.

Entre los 9 y 11 años, sobre todo a los 10, los niños ya son capaces de controlarse a nivel conductual como en torno al flujo de ideas, consiguiendo después habilidades similares, incipientes claro está, a las de un adulto joven.

Al llegar a los 12 y hasta los 14 años, algunas funciones cognitivas todavía se encuentran en clara evolución, como son la flexibilidad cognitiva, resolución de problemas y memoria de trabajo. Igualmente, durante este periodo de tiempo, los adolescentes se encuentran habilitados para razonar, aunque no consiguen ponderar por completo las consecuencias de sus decisiones, ni la anticipación de las mismas. Se puede observar que, en torno a la adaptación del sistema educativo a distancia, la mayor dificultades que encuentran los púberes y adolescentes por estos días es la negación a la participación fluida de las actividades planteadas por los maestros, si bien son conscientes del error, no consiguen entender las reales consecuencias de sus actos y decisiones.

Como podemos ver, tanto niños como púberes y adolescentes se encuentran en constante cambio, físico, cognitivo y, sumamos a ello, tener que entender y asumir una realidad que, valgan verdades, a los adultos también nos cuesta entenderla. Es por ello que es necesario que seamos justos con ellos y no juzgarlos como adultos, pues vemos que aún no se encuentran capacitados para entender el mundo en su total envergadura, como lo hacemos los padres.

 

Lic. Katherinne Roncal Soto
             C.Ps.P.: 15026

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¡Mi niño no acepta las clases virtuales!

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Estos tiempos son difíciles, tenemos preocupaciones de todo tipo, la familia, el trabajo, el colegio de los chicos y un largo etcétera. Justamente de lo primero pensamos que, con esfuerzo, vamos a manejarlo y sentir que podemos con las dificultades; en cambio en lo que respecta a nuestros hijos y sus vidas, nos complicamos y preocupamos aún más.

Seguramente que durante este tiempo de cuarentena e, incluso ahora que ya no estamos en ella, nos hemos encontrado con varios momentos de frustración con nuestros hijos: las clases virtuales, las tareas, la Miss, la pelea por que los chicos entiendan que la computadora que antes les traía momentos de felicidad (seguramente que muchos de ellos, incluso, clandestinos), ahora es a la que tienen que “pegarse” para hacer actividades que ya no necesariamente les parecen tan placenteras como antes.

¿Y eso? ¿Por qué?

Además de lo arriba expuesto, que de por sí ya representa un cambio tremendo en la rutina e ideas pre concebidas de los niños y adolescentes, responde a sus características particulares, y con esto no hablamos de lo que sienten necesariamente, sino de la etapa de desarrollo intelectual en la que se encuentran.

Jean Piaget, gran precursor de la teoría Cognitiva, afirma que toda nueva vivencia impacta directamente sobre los niños. Cuando esta encaja con lo que el niño ya sabe, lo lleva hacia el equilibrio; en cambio cuando esa experiencia es novedosa y no sabe cómo entenderla y/o enfrentarla, los pequeños presentan desequilibrio cognitivo, que inicialmente los confunde y desarticula, pero con la guía pertinente esto se transforma en aprendizaje. Evidentemente no todos llegan a experimentar un aprendizaje que los lleve a la satisfacción y felicidad, lo cual dependerá también de cómo interpretan las situaciones novedosas y, claramente, del soporte emocional que reciban durante ese tiempo.

Es así que, durante los 2 a 4 años, los niños aun no pueden usar la lógica para transformar, combinar o separar ideas, necesitan tocar, manipular objetos y así poder “jugar” con el conocimiento, consiguiendo, de esta manera, entender el punto de vista del otro.

Ahora queda claro por qué a nuestros pequeños de esas edades les resulta sumamente complicado quedarse sentados toda la clase virtual, si es que esta no va acompañada de la presencia de uno de los padres para ayudarlo a engarzar las palabras y conceptos nuevos con objetos de su entorno. De no contar con esa presencia, lo más probable es que la clase, por más llena de música y color que sea, le resultará aburrida, pues les costará tremendamente entenderla. Por lo tanto, no habrá aprendizaje.

Con el paso del tiempo, y la adecuada manipulación de contendidos académicos, los niños aprenderán el uso de símbolos, siendo esto evidente a la hora de jugar, pues conseguirán seguir instrucciones, simular distintas situaciones, usando para ello la imaginación. Por ejemplo, usar una escoba como caballito, una caja grande como nave espacial el martes y el miércoles se convierta, esa misma, caja en un castillo.

De los 4 a 7 años, los pequeños ya representan mejor el mundo en base a ideas, incluso la noción de número aparece de manera más clara (por ejemplo ya no cuentan porque se aprendieron de memoria los números, sino saben que el número 1 representa a un objeto), dejando cada vez más la rigidez que los acompañaba para empezar a jugar con las ideas, que ahora son más claras y se presentan de manera organizada en su cabecita. Si esto siempre va acompañado de juego y experiencias lúdicas, el aprendizaje será real y, sobre todo, significativo. Asimismo, la necesidad de compartir con los amigos y disfrutar de su compañía será necesaria y evidente, siendo eso seguramente, otro motivo por el cual a muchos niños de ese rango de edad les cuesta adaptarse al medio virtual.

Claramente hay más características que se presentan en nuestros pequeños en estas edades, las cuales estarían jugando un rol decisivo en la adaptación a este nuevo sistema educativo, a esta nueva “normalidad” que cuesta, a ellos y a nosotros los adultos también.

 

Lic. Katherinne Roncal Soto
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