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El pasado 2020 fue un año totalmente atípico, a la gran mayoría de nosotros nos ha pasado de todo y, si no fue así, hemos tenido personas cercanas y queridas a las que se les cambió a vida en menos de un mes. Justamente eso, cambios es lo que todos hemos experimentado, y es cierto que las personas no siempre reaccionamos de manera correcta, ni las personas ni las instituciones, como lo que pudimos observar en el estado, por ejemplo.
Lo “anecdótico” de esta situación es que muchos de nosotros, desde hace tiempo atrás, clamábamos, casi desesperadamente, cambios a nivel global, asumiendo que podíamos hacerle frente. Es claro que esto no fue así; lo cual nos lleva a reflexionar, ¿cuántas cosas que pensamos que necesitamos en calidad de urgencia, realmente son importantes y necesarias, y cuántas no lo son?
Este tema de la adaptación a los cambios es vital, porque va quedando cada vez más claro que este 2021 se nos viene retador, complicado otra vez, obligándonos a adaptarnos a lo que la vida nos ponga enfrente y esto, sobre todo en momentos demandantes, es bastante difícil, pero no imposible. Para lograrlo, necesitamos siempre, atender a nuestras emociones, hablar de ellas, buscar estar tranquilos (en la medida de lo posible), cuidar nuestro cuerpo y mente. Suena fácil, pero la verdad es una tarea titánica.
Por otro lado, como bien dicen, de las experiencias malas también podemos sacar grandes lecciones, en este caso, oportunidades. La aparición de este organismo (porque no es un ser vivo) aceleró, por ejemplo, nuestra conversión en ciudadanos digitales, es decir, el mantenimiento de nuestras relaciones, trabajo, estudios, economía y más, estuvo regido por esta nueva manera de vivir.
Asimismo, a nivel personal, tuvimos que aprender a gestionar nuestras emociones (si, volvemos a las emociones), nuestro mundo emocional dio un vuelco, para el cual no estábamos preparados. En un tiempo, poco recomendado en verdad, nos obligamos a “aprender” a hacer frente a pérdidas de seres queridos, transformándolos muchas veces en duelos silenciosos, desde la distancia y, por eso, más dolorosos aún. Definitivamente eso nos hace conscientes de lo frágil que puede ser nuestra existencia, que no podemos dar por sentado nada, que el futuro hace sus propios planes, sin tomar en cuenta los nuestros. Debemos aprovechar cada momento que tenemos, no sabemos qué nos pueda pasar después.
Algo más que también ha paso a preocuparnos a los padres, durante el año pasado (y todo hace indicar que será lo mismo para este año), es la es la educación de nuestros hijos. Este virus desnudó la fragilidad de nuestro sistema educativo, nos mostró la enorme brecha que existe entre nuestros alumnos y el escaso poder de innovación y acercamiento a los estudiantes del sistema educativo. OJO, me refiero al sistema, no a la labor de nuestros maestros, que esa siempre se mostró soberbia y sumamente esforzada, dadas las circunstancias.
Nos dimos cuenta que no estábamos preparados para lo virtual (por más que por años quisimos digitalizar nuestros aprendizajes), que las competencias digitales de nuestros niños y adolescentes nunca fueron suficientes. Así también, notamos que el paradigma actual de educación no incluye lo vivencial en el día a día (y si es que alguna vez lo tomó realmente en cuenta), como metodología de aprendizaje per se. Muy penoso.
Es cierto que siempre hemos enfatizado en los aprendizajes académicos de nuestros chicos. Si bien son sumamente necesarios no sólo para su formación, sino para estimular razonamiento, toma de decisiones, velocidad de procesamiento de ideas, flexibilidad cognitiva, fluidez verbal, atención, memoria de trabajo y demás funciones ejecutivas y procesos cognitivos; también debemos priorizar en ese conocimiento que no sólo se brinda en las aulas (o pantallas al día de hoy), sino en casa. Ese conocimiento que adquirimos de nuestra familia en torno a valores, calidad de afecto, maneras de relacionarse con las personas, empatía, calidez y demás. Eso no sólo complementará el desarrollo de nuestros hijos, sino también nos dará la certeza que estamos formando futuros adultos conscientes, buenos seres humanos, capaces de desenvolverse adecuadamente ante los avatares del destino (como ahora).
Por ello, debemos ser conscientes que la formación de nuestros hijos, ahora sí, recae en nuestras manos, que de nosotros depende que puedan aprender todas esas habilidades para desenvolverse en un mundo no siempre grato, donde tendrán que tomar decisiones, valorando su bienestar, pero sin dejar de lado al otro. Evidentemente nuestra presencia física durante este proceso es importantísima, en realidad, presencia y ejemplo, sino ¿cómo?
Si todos nuestros niños y adolescentes tuvieran la oportunidad de ampliar su red de aprendizaje (académico) a la experiencial brindada en casa, definitivamente ese mundo mejor que todos anhelamos, llegaría más temprano que tarde, ¡Qué lindo sería!
En definitiva, se nos viene otro año retador, duro quizá, el cual no tiene por qué afectarnos como lo hizo el 2020, pues ya tenemos experiencia, ya sabemos cómo reaccionamos ante las dificultades, y eso nos da ventaja, nos hace fuertes. Ya transitamos por el camino de la dificultad y el dolor, así que, lo haremos bien.
Seamos siempre realistas, sin dejar de lado la esperanza.
¡Que siempre estemos bien!