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Problemas en la pareja ¿Todo se acabó?

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Hasta cierto punto, es esperable que todas las parejas tengan conflictos,  y eso no es malo, pues los problemas de pareja son algo normal e inevitable. Estos problemas exigen de cada uno lo mejor de sí para poder seguir adelante.

Estos se originan del simple hecho de que toda pareja está conformada por dos personas que, a pesar de tener cosas en común, en esencia son diferentes (puntos de vista, pasado, modos de ser, actitudes, etcétera); si bien estas diferencias forman parte de la riqueza de una pareja, también son fuente directa de ellas mismas. Es así que toda pareja vive el reto de saber convivir con estos aspectos contrarios, sin acabar menospreciando o descalificando el mundo del otro. Este reto forma parte, también, de lo que entendemos por “amor”; es decir, amar a alguien implica ser capaces de convivir con las diferencias, sin tener la necesidad de imponer un punto vista, o desvalorizar a la pareja. También es necesario subrayar que, el bienestar de una pareja depende de saber manejar adecuadamente los retos que suponen el ser distintos, así como los problemas que surgen de la convivencia.

¿Es la incompatibilidad causa de los conflictos de pareja?

Las diferencias de cada uno en una relación de pareja no significan incompatibilidad, por el contrario, la incompatibilidad en una pareja es más bien la incapacidad o indisposición de uno, o de ambos, para asimilar y saber convivir con las diferencias del otro. El reto de toda pareja es hacer coexistir la diferencia de dos modos de vivir necesariamente diferentes. Lograr esto no es nada sencillo, generando muchas veces problemas en la pareja. No se trata de que una pareja no tenga conflictos, se trata por un lado de que estos conflictos no se salgan de control, y amenacen con romper la relación; y por otro lado, aprender y crecer de manera personal como de a dos. A esto nos referimos cuando afirmamos que los conflictos de pareja no son del todo malo.

Podríamos decir que existen problemas de pareja que son necesarios, y problemas de pareja  innecesarios. Los problemas de pareja necesarios tienen que ver con las dificultades que surgen naturalmente del reto de aprender a convivir con los modos de ser diferentes, y los problemas de pareja innecesarios se referirían a incapacidades, indisposiciones, impotencia de uno o de ambos, para lidiar adecuadamente con este reto. Los conflictos de pareja innecesarios, entonces, tienen que ver con un mal manejo de las diferencias presentes, necesariamente, dentro de una relación.

Los problemas de pareja confrontan a cada uno con sus propios demonios.

Por otro lado, los conflictos dentro de la unión también están ligados con aspectos “negativos”, con “imperfecciones” dentro de la relación, o quizá heridas abiertas, problemas no resueltos que se vienen arrastrando desde la infancia. Esto, evidentemente, vuelve considerablemente complejo y difícil el reto del que hablábamos, de lograr una convivencia plena de los modos de ser diferentes dentro de una relación.

Justamente, uno de los factores por los cuales los conflictos de pareja pueden complicarse y generar crisis, están relacionados a nuestras características y/o problemas individuales no resueltos, anteriores a la relación, que incluso es probable que vengamos arrastrando de nuestra propia infancia, de nuestro pasado. Es por este motivo que las dificultades en una relación de pareja pueden ser complejas e intensas, pues confrontan a cada uno en la relación, a sus “propios demonios”, porque hace salir a flote problemas no resueltos que, de otra manera (fuera de una relación de intimidad y de confianza) no saldrían.

¿Cuáles suelen ser los motivos de discusión dentro de la pareja?

Pueden ser muchas y variadas las razones por las que las parejas discuten o tienen dificultades. Entre ellas:

  • Celos, desconfianza.
  • Manejo del dinero o problemas económicos.
  • Trabajo, problemas para conseguirlo o trabajo en exceso que genera estrés.
  • Enfermedades (físicas o mentales).
  • Repartición de tareas.
  • Infidelidad.
  • La familia, dificultad de poner límites a la familia extensa (suegros, hermanos, etc.).
  • Falta de deseo sexual u otros problemas sexuales.
  • Eventos traumáticos.
  • Sentimiento de no ser comprendido.
  • Dificultad en tolerar las características poco armónicas del otro.
  • Sentimiento de dar más de lo que se recibe.
  • Sentimiento de ser desplazado o no ser tomado en cuenta, de que la relación no es prioridad para la contraparte.
  • Comunicación inadecuada.

Los problemas de pareja permiten crecer y fortalecer tus debilidades.

Como ya lo vimos líneas arriba, si un miembro de la pareja (o ambos) mantiene (n) “heridas abiertas del pasado”, es más que probable que genere conflictos en la relación. Por ejemplo, si María arrastra problemas no resueltos de su infancia, donde sus padres no le dieron la atención y el afecto que necesitó de pequeña, es muy probable que esa atención que no tuvo de niña, ahora demande en su pareja Juan (probablemente con el mismo ímpetu como si fuese niña otra vez), llevándola, seguramente, a tratar de controlar e invadir el espacio personal de Juan, haciendo que él le reclame constantemente lo “intensa” que puede ser e, incluso, lo sofocante que puede llegar a comportarse en algunas circunstancias. Es así, que en la medida que maría no haya resuelto este dolor del pasado de manera adecuada, entenderá el deseo de  su pareja Juan por tener su espacio y su privacidad, como muestras de desamor y desatención, pues ella buscará ser siempre el centro de atención de Juan, cuando sabemos que eso no es correcto. Las discusiones provenientes de este conflicto, probablemente, revivirán las heridas abiertas que María trae, llevándola a hacer preguntas constantes y querer controlar a Juan día a día. A su vez, esta conducta activará en Juan el deseo de “protegerse”, es decir, distanciarse, pues sentiría que su espacio vital se ve amenazado.

Esta dinámica está presente, en mayor o menor medida, en todas las relaciones de pareja importantes. Lo que sucede es que existe una especie de “reciprocidad” entre las debilidades de cada uno en una relación; es decir, que las personas no solo se atraen por aspectos positivos, como la belleza, la inteligencia, etcétera; sino también se atraen debido a aspectos negativos. Los problemas no resueltos, por ejemplo, forman parte de las razones por las que dos personas se atraen y se unen. Esto tiene que incluirse en la concepción que tenemos del amor, pues no es contrario al mismo.

Que la relación de pareja confronte a cada uno con sus debilidades o problemas no resueltos y, de esta forma, les exija atenderlos y superarlos, solo puede ser algo conveniente, pues es únicamente por amor que una relación de pareja exige a ambos a crecer y fortalecer sus debilidades. En la medida que se logre esto, se habrá conseguido no sólo superar ese dolor propio de pasado, sino también haber superado la crisis de pareja,y acercarnos a a la tan esquiva felicidad.

Lic. Katherinne Roncal Soto
C.Ps.P.: 15026

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Depresión en niños y adolescentes

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La depresión es un trastorno de la salud mental, que puede quitarle la alegría a la vida de un niño y adolescente. Si bien, mayoritariamente hacía su aparición en la adolescencia, actualmente vemos que lo hace desde edades más tempranas, cada vez hay más niños diagnosticados con trastornos depresivos.

Primero es importante diferenciar la tristeza de la depresión. La tristeza es una emoción universal, todos la hemos experimentado y nos ayuda, muchas veces, a adaptarnos a diferentes situaciones, por lo tanto es pasajera. En cambio, la depresión es una alteración grave del estado de ánimo, diferente a la tristeza y, por lo tanto, requiere tratamiento específico; a diferencia de la tristeza, la depresión no es pasajera.

La depresión en niños puede ser severa y de larga duración, impactando directamente en todos los aspectos de la vida diaria, desde el rendimiento escolar, vida familiar, relaciones con amigos, etcétera.

A nivel de estadísticas, la incidencia de la depresión es del 5% en niños menores de 12 años, sin haber mayor diferenciación entre niños o niñas. No obstante, muchos niños no reciben el tratamiento que necesitan, en parte porque puede ser difícil distinguir entre depresión y un cambio normal de estado de ánimo o, también, por confundirse con otras psicopatologías.

Síntomas de depresión en niños

Estos pueden variar según la personalidad del niño y etapa de desarrollo en la que se encuentra; a pesar de ello, los síntomas más recurrentes son:

  1. Irritabilidad o tristeza constante.
  2. Pérdida de interés o de placer (anhedonia). Pasan menos tiempo en actividades que antes les producían felicidad o placer. A veces presentan aislamiento social producto de esta falta de disfrute.

Otros síntomas habituales:

  • Cambios en el apetito y el peso (pérdida o ganancia).
  • Cambios en el patrón de sueño (dificultades para dormir o sueño excesivo).
  • Cambios psicomotores (dificultad para mantenerse quieto o marcada lentitud en las respuestas y movimientos).
  • Pensamientos de inutilidad o culpa.
  • Fatiga, pérdida de energía.
  • Dificultades para concentrarse (por ejemplo, se puede observar una bajada brusca del rendimiento académico, distracción constante o “mala memoria”).
  • Pensamientos de muerte, intento de suicidio.

La depresión en adolescentes, puede ser más usual, alcanzando una frecuencia del 10% al 12%, incluso; sobre todo más en chicas que en chicos.

Síntomas de depresión en adolescentes

Entre los síntomas más frecuentes, se encuentran

  1. Tristeza.
  2. Inquietud y/ tensión excesiva por asuntos que antes no representaban preocupación.
  3. Irritabilidad y suspicacia, llevando los conflictos al plano personal.
  4. Anhedonia (poca capacidad de disfrute).
  5. Afectación en todos los procesos cognitivos, como la atención, concentración, memoria, velocidad de procesamiento de ideas, comprensión, etc. Esto afecta directamente sobre el rendimiento académico.

Estas características conmocionan la vida de los adolescentes, llevándolos muchas veces a aislarse, a no querer disfrutar de la compañía de amigos, a tener problemas con el sueño (sea porque les cuesta conciliarlo o duermen mucho más que antes) y alteración en el apetito (comen muy poco o presentan necesidad de hacerlo a cada momento). En estos dos últimos casos, hay que tener en cuenta que durante la adolescencia, es esperable una mayor necesidad de ingesta de alimentos, como también hipersomnia (periodos de somnolencia durante el día, indistintamente hayan descansado por la noche).

La depresión, tanto en niños como adolescentes, puede variar de leve a grave. Un niño o joven que se siente un poco decaído la mayor parte del tiempo por un año o más tiempo, podría presentar una forma más leve de depresión llamada distimia; en cambio, en su forma más grave, a nivel de sintomatología podría indicar depresión mayor, desencadenando la pérdida de la esperanza y las ganas de vivir. Cabe mencionar que la depresión es la primera causa de suicidio, y el suicidio, es la tercera causa de muerte en niños y adolescentes, por detrás de los accidentes y el cáncer.

En tal medida, los padres debemos estar muy pendientes de nuestros hijos, tanto de su conducta, su sentir, pensar y desempeño en general, indistintamente la edad que tenga. Aquello que podríamos considerar “pasajero” podría convertirse en un trastorno que ubicaría la salud mental de nuestros hijos en grave riesgo.

Hay que tomar en cuenta que muchos de estos síntomas descritos, no son exclusivos de la depresión, también son característicos de otros tipos de dificultades o trastornos. Es por ello que los llamados a hacer un diagnóstico real y certero somos los psicólogos, como también los médicos psiquiatras, siendo estos últimos los encargados de recomendar el tratamiento psicofarmacológico correspondiente.

Para finalizar, es importante saber que, estemos frente a un diagnóstico de depresión leve o mayor, este debe tener el correcto tratamiento, es decir, que el niño o adolescente lleve un proceso psicoterapéutico, a la par del tratamiento médico. De no ser así, la probabilidad de mejora sería mucho menor, poniendo en peligro la salud del niño o adolescente.

Lic. Katherinne Roncal Soto
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Señales para detectar que nuestro hijo adolescente necesita ayuda psicológica

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Este tema, lo advierto desde ya, será un poco más denso, no sólo por la información que se va a compartir, sino porque el hablar de salud mental propiamente, y cómo esta podría estar viéndose afectada en nuestros seres amados, en este caso, nuestros hijos adolescentes, es tremendo. Dentro de este panorama, la búsqueda de intervención a veces resulta complicada, pues cuesta aceptar una posible realidad que, quizá, nosotros hemos desatendido, o no hemos notado, pero no le dimos la importancia suficiente, pues, como ya dijimos, es duro asumir este tipo de situaciones.

El mundo de nuestros adolescentes pasa por altibajos emocionales todo el tiempo, sea por los cambios hormonales que se dan, por las nuevas vivencias que experimentan y les generan sensaciones y sentimientos nuevos, así como por las necesidades de orden social que aparecen, y antes no eran importantes para ellos. Justamente, ante la aparición de problemas y dificultades, son varios los adolescentes que recurren a sus amigos por encima del núcleo familiar pues, penosamente, tienden a confiar más en ellos que en sus padres, haciendo que la probabilidad de encontrar “salida” a ese problema que los aqueja sea difícil, incluso, más que la dificultad en sí misma.

Este exceso de confianza en sus pares, por encima de la familia, suele ocurrir cuando los adolescentes sienten a sus padres como figuras poco cercanas, sea emocionalmente hablando (cuando no se está al tanto de lo que le apena, lo que le asusta, cuando no se tiene idea de los gustos y pareceres, etcétera), o físicamente (por ejemplo cuando los padres están todo el día en el trabajo o no pueden darse el momento para compartir con ellos). Este escenario lleva a sentir a los adolescentes que los padres desatienden sus necesidades emocionales, de la manera que ellos realmente necesitan, aunque los padres discrepen con esa idea y piensen que si suplen sus necesidades en general, que piensen que sí lo hacen. Hay que recordar que las dificultades se abordan en relación a la percepción de dificultad de los adolescentes, no en función a las percepciones de los adultos.

Por otro lado, esto no quiere decir que el apoyo de los compañeros sea enteramente negativo en el mundo adolescente, es importantísimo para ciertos temas, pero cuando aparecen algunas dificultades mayores, que ellos no pueden afrontar, la presencia de los padres es necesaria, sobre todo si empiezan a aparecer características “extrañas” o poco usuales, que podrían significar la presencia de “algo más”.

En tal medida, es vital, entender que estos cambios no se dan de manera repentina, suelen ser progresivos, es por ello que los padres debemos estar pendientes de los cambios, tanto anímicos como conductuales en nuestros jóvenes.

Existen varios trastornos que pueden hacer aparición en esta etapa de desarrollo, que pueden afectar a nuestros adolescentes, como la depresión, ansiedad, trastorno bipolar, esquizofrenia, trastorno límite de personalidad, trastorno de estrés post traumático, trastorno por déficit de atención y otros más. De ser el caso, estos interfieren de manera directa en la vida diaria de nuestros adolescentes y, por supuesto, en la de la familia.

Hay que tomar en cuenta que los adolescentes si notan este malestar en ellos, se dan cuenta que son “diferentes”, y con el afán de sentirse mejor, de “encajar” y parecerse a sus compañeros, muchos de ellos buscan solucionar estos conflictos, “auto medicándose”. En este caso, la auto medicación no se da, precisamente de la manera que lo entendemos, sino se refiere al uso de drogas (legales o ilegales) o conductas totalmente desajustadas y alejadas de la familia, con el fin de olvidarse de esos problemas.

Esta situación puede ser bastante difícil, es por ello que aquí veremos algunas maneras de saber si nuestro adolescente puede necesitar tratamiento en salud mental:

  1. Cambios de humor.
    ¿Cómo podemos estar seguros que un conjunto de cambios de humor pueden indicar alguna enfermedad mental? Sencillo, los papás conocemos mejor que nadie a nuestros hijos, al menos eso se espera. Esto nos asegura que la presencia de cualquier cambio de humor en ellos será detectado a tiempo.
  2. Cambios en el comportamiento.
    La conducta de nuestros adolescentes cambia en la medida que ellos crecen, pero si tu hija o hijo está presentando características totalmente diferentes a lo que conoces de ella o él, y no se relaciona con su crecimiento normal, hay que estar alertas. 
  3. Consecuencias en el colegio y entre amigos.
    En la actualidad, es complicado observar estos cambios, pues sabemos que ahora las relaciones entre compañeros como la asistencia al colegio de manera regular, está interrumpido. A pesar de ello, una enfermedad mental hace que los procesos de aprendizaje se vean afectados, impactando directamente sobre el rendimiento escolar, así como la capacidad para mantener relaciones satisfactorias con los compañeros. 
  4. Síntomas físicos.
    Muchas veces se aprecia una clara disminución de energía, cambios en los hábitos de alimentación y sueño, frecuentes dolores de estómago, de cabeza y espalda. También suele aparecer descuido del aspecto personal y poca higiene, pudiendo ser signos que indiquen algún tipo de problema. 
  5. Consumo de sustancias/conducta auto lesiva.
    Si encuentras algún indicador de drogas o de consumo de alcohol, autolesiones, un desorden alimenticio u otras formas de “escape”, el vínculo con la enfermedad mental puede ser directo. 
  6. Anhedonia.
    Se refiere a la pérdida de la capacidad de disfrute. Con mayor frecuencia los adolescentes comentan que se aburren todo el tiempo y que no disfrutan como antes de las actividades que, tiempo atrás, le eran placenteras, incluyen las actividades de ocio.
  7. Presentan trastornos del sueño. Los adolescentes con síntomas depresivos duermen mal, les cuesta conciliar el sueño o, por el contrario, pueden presentar hipersomnia, es decir, pasarse gran parte del día durmiendo, incluso más de 12 horas.

A pesar de lo preocupante que parezca, las estadísticas peruanas nos dicen que más del 70% de los adolescentes afectados por alguna enfermedad que afecte su salud mental, van a mejorar con el tratamiento adecuado, es decir tratamiento farmacológico y psicoterapia a la par. El problema radica en que el 80% de los adolescentes no reciben ayuda necesaria con respecto a su trastorno o, incluso, jamás reciben el correcto diagnóstico.

Lo peor de todo esto es que si estos trastornos no se tratan, existe una escalofriante altísima probabilidad, que derive en abuso de sustancias, fracaso escolar, bullying (aproximadamente el 30% sufren acoso, mientras que el 20% se convierten en acosadores), trastornos de la alimentación e incluso el suicidio.

Si ves alguno de estos síntomas en tu adolescente, primero, ¡No te asustes! pasa más a menudo de lo que podríamos pensar, segundo, busca ayuda urgentemente para tu hija o hijo. Con una adecuada evaluación, identificación e intervención, todas las enfermedades mentales pueden ser tratadas.

Lic. Katherinne Roncal Soto
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Mi hijo no puede/no quiere ver al psicólogo

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Supongamos que un niño, adolescente o joven estudiante presenta alguna dificultad. Por ejemplo, es desafiante con sus padres o maestros, es agresivo con sus amigos, compañeros o hermanos, su rendimiento académico es bajo, no quiere dormir en su cama, es irrespetuoso o muy celoso o está tomando la costumbre de tomar cosas que no son suyas o miente demasiado o es excesivamente tímido, entre tantas posibles problemáticas.

Llegado a cierto punto de malestar o preocupación, lo que los papás, acertadamente, suelen hacer es acudir con un profesional y consultar por la dificultad en busca de alguna solución. Muchas veces el profesional, al evaluar el caso, recomienda que este hijo vaya a psicoterapia.

Ahora pensemos, ¿qué pasaría si por A o B motivos no es posible que este hijo vaya a su terapia? Pongamos 3 ejemplos cortos:

1) Mi hijo de 18 años no quiere estudiar, no quiere trabajar y tampoco quiere ir al psicólogo. Ya vamos un año así. ¿Qué hacemos para atacar el problema?

2) Mi hija de 15 años se niega a continuar viendo a su terapeuta. Se niega tanto que literalmente hay que sacarla a rastras de la casa, a tal punto que su propia terapeuta ha declarado que ya es inviable el tratamiento con ella.

3) Mi hijo de 8 años ya no puede asistir a su terapia presencialmente debido a la emergencia sanitaria que dura varios meses y que tiene a los chicos sin salir de sus domicilios. El problema es que en nuestra casa no tenemos las facilidades para que siga su terapia por videoconferencia (cuestiones de espacio, de intimidad, de conexión, etcétera). ¿Qué hacemos? ¿Nuestro hijo se queda sin terapia?

Una alternativa

Felizmente no, no es necesario que tu hijo se quede sin ser atendido. Una de las alternativas para este tipo de situaciones es que el niño, adolescente o joven sea atendido a través de sus papás. Esto significa que, ante la imposibilidad de que el menor o el joven reciba la atención terapéutica directamente, sean sus papás los que entren en terapia, no para tratar sus asuntos personales, sino para tratar los asuntos de su relación con su hijo.

Podemos entender esta alternativa como una psicoterapia parental o una psicoterapia basada en la crianza. Los papás acuden a terapia para optimizar su relación y sus estilos y estrategias de crianza con el apoyo del profesional. Es a través de la intervención en la crianza de sus papás que se apunta a la mejora de la problemática del hijo, pudiéndose obtener los mismos resultados que con el trabajo directo con el niño o adolescente.

¿Por qué esto funciona?

Ya lo decía el pediatra y psicoanalista Donald Winnicott, “no existe tal cosa como un bebé”. No existe un bebé porque un bebé no puede existir sin su mamá (entiéndase, sus criadores), es un ser completamente dependiente que sin esas otras personas no puede sobrevivir. Un niño, un adolescente, un joven estudiante que depende aún de sus papás o apoderados, no se puede entender como una entidad autónoma. Su vida está entrelazada con las de aquellos de los que depende. Por eso, su salud psicológica también está determinada por esa relación, así como lo están otros aspectos de su vida, como su educación o su alimentación. Es por esta relación de dependencia que es posible que mediante el trabajo psicológico con los padres o apoderados se puedan alcanzar los mismos objetivos que con el trabajo directo con ese hijo, niño, adolescente o joven.

Un ejemplo

Pongamos un ejemplo muy esquemático y sencillo, solo para entender nuestro punto: tenemos una mamá separada que vive con sus dos hijos, uno de 2 años y uno de 5. El hijo de 5 años está muy alterado, irritable, no quiere dormir en su cama, exigiendo constantemente dormir con su mamá, y cuando duerme en su cuarto se está volviendo a orinar en el colchón. Además está muy agresivo con su hermano menor. La mamá está muy preocupada y no entiende qué le pasa a su niño. El psicólogo recomienda que este niño pase por una terapia psicológica, pero es imposible debido a su edad, a las condiciones de confinamiento por la pandemia, a los materiales o a la conexión.

Se decide que sea la mamá la que ingrese a una terapia telefónica u online centrada en la crianza de sus hijos. Ahí se ve que el hijo menor estaba durmiendo en el cuarto de la mamá, que, tal vez debido a la separación con el padre, no se hizo el cambio a su propia habitación tiempo atrás, como sí sucedió con el hijo mayor, desatando los celos y la sensación de exclusión en este niñito de 5 años, algo que esta mamá no se estaba dando cuenta. Entonces, la mamá y el terapeuta diseñan un proceso, una serie de acciones destinadas a subsanar esta situación, ordenando de la manera más conveniente el tema de los cuartos en la casa y estabilizando paso a paso la relación entre estos 3 miembros de la familia.

Para recordar

En conclusión, si tu hijo no puede (o no quiere) asistir a su terapia o a su psicólogo por alguna razón, y ves que dejar las cosas así sería perjudicial, tienes la alternativa de ser tú quien lo haga y, a través tuyo, permitas al profesional trabajar la problemática de tu hijo. Serías tú quien esté en terapia, no porque tú tengas “el problema”, sino porque estás buscando que a través tuyo, tu hijo logre resolver las dificultades que te hacen sentir preocupación.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

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Mi hijo no puede/no quiere ver al psicólogo by Lic. Diego Fernández Castillo C.Ps.P.:19495 is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.