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¡Mi hijo me frustra!

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El encabezado puede sonar “extremo”, pues se espera que los padres, sobre todo las madres, seamos pacientes y tolerantes con nuestros hijos, que son el mayor tesoro y, por lo tanto, siempre podemos, y debemos, estar por y para ellos. Pero, ¿Realmente somos los padres esos seres por encima del bien y del mal, que siempre estaremos dispuestos a dar la mitad de la vida (en este caso la paciencia) por nuestras “bendiciones”?

Es cierto también que por estos días abunda el miedo, que se presenta como respuesta inmediata ante lo que vemos en la calle, los noticieros y la vida misma; ese mismo miedo que, si lo dejamos avanzar, se puede transformar en ansiedad de manera muy rápida.

Ahora, este artículo no busca hablar de esos niveles de ansiedad patológicos (que tienen una parte genética y otra aprendida), pero sí de esa tensión, a veces constante, que nos llena la cabeza de todo tipo de ideas, como perder el trabajo, enfermarnos, cambios en la vida que enfrentaremos y un largo etcétera, que pasan a afectar de manera directa nuestra salud emocional. Lógicamente, nos convertimos, sin quererlo o haberlo imaginado jamás, en padres abrumados y, sobre todo, vulnerables.

Además, si con dificultad atendemos nuestras emociones, tener que lidiar con las de nuestros hijos (las cuales de por sí ya se encuentran exacerbadas dada la situación actual, llevándolos a mostrar no necesariamente su mejor comportamiento), es muy probable que represente para nosotros grandes dosis de frustración e incluso, en algunos casos, desesperanza. Entonces,

¿Qué hacemos?

  • Primero debe quedar en claro que es esperable que nos encontremos un tanto intolerantes y, probablemente, nuestras respuestas carezcan de la empatía que buscamos para nuestros hijos. Por ello es recomendable bajar las expectativas en cuanto al número de actividades y el éxito que seguramente antes gozábamos al realizarlas. Si antes de la aparición de la pandemia sentías que tenías el control de lo que pasaba con tus hijos, pues ahora no necesariamente tiene que suceder lo mismo.
  • Focalizar en las emociones, más que en la carga de responsabilidades. Es recomendable centrarnos en el estado emocional de nosotros, los padres y de nuestros hijos. El mayor esfuerzo debe ser por mantener una dinámica familiar positiva.
  • En cuanto a nuestras metas y, justamente, estas responsabilidades de las que hablamos líneas arriba, es vital que sean realistas. En función a ello, sería recomendable estructurar las actividades diarias, sin sentirnos abrumados, ni los niños ni los adultos.
  • En torno a ello, hay que recordar que el saludable proceso de aprendizaje de los chicos se trunca cuando no se sienten seguros ni amados. Si el ambiente familiar se torna tenso, es más que probable que los chicos no puedan asimilar los contenidos académicos, todo lo contrario.
  • ¡En esta casa, todo lo hago yo! Dentro de este escenario nos toca, además, jugar otros roles para los cuales seguramente no estábamos preparados, ser cocineros a tiempo completo, maestros abnegados sin hora de recreo, psicólogos con master incluido, etcétera, todo con el fin de responder a las necesidades inmediatas de nuestros hijos, muchas veces dejando de lado las nuestras. Sentir que somos los responsables de todo esto agobia, es por ello que lo más importante es priorizar y tener certeza que todos en casa estemos a salvo, y que las necesidades básicas sean cubiertas.
  • Algo que es bastante común por estos días, es que muchos niños buscan dormir con los papás, y eso puede llegar a ser complicado. Hay que recordar que los cambios en el patrón de sueño son esperables en tiempos de incertidumbre o cambio de rutina. Tenemos que estar conscientes que, desde el punto de vista de nuestros hijos, nosotros somos su “lugar seguro”, en nosotros buscan tranquilidad y seguridad. Por eso que retirarlos de la cama con llamadas de atención y más drama aún, no es para nada adecuado, pues lo que ellos sentirán es que los estamos despojando de la poca tranquilidad a la que podrían acceder.
    Ya dependerá de cada caso, ver si se quedan en nuestra cama, por cuánto tiempo, cómo se quedan, cuántos se quedan, etcétera. Entendamos que, si en ese momento en particular necesitan de nosotros, es recomendable “brindarnos” un poco más, quizá de alguna manera que no sea tan complicada para nosotros; de repente algo más de abrazos a la hora de dormir, tener un momento especial antes que concilien el sueño, prometerles que se les visitará en la cama cada cierto tiempo, etcétera. En realidad esta es una decisión personal.
  • Justamente, si partimos de la idea que nuestros hijos se tornan más demandantes, una manera de tranquilizarlos podría ser reforzar sus logros y, aquellos que no precisamente lo son, “transformarlos” en victorias, claro, con un poquito de optimismo. Esto los hará sentir tan bien con ellos, que los ayudará a liberar el estrés que podrían estar sintiendo.
  • Les soy honesta, al momento de escribir estas recomendaciones pensé que serían unas pocas, al parecer resultaron unas cuantas más. Ahora tengo más claro aún, que lo que se necesita es un poco de creatividad, buscar nuestro propio bienestar y, así, ayudar a nuestros chicos a que sean felices, a pesar de las circunstancias. ¡Ah sí! También mucho contacto físico, ganas de compartir con ellos y, sobre todo, amor.

¡Que la fuerza nos acompañe!

 

Lic. Katherinne Roncal Soto
             C.Ps.P.: 15026

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¡Mi niño no acepta las clases virtuales!

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Estos tiempos son difíciles, tenemos preocupaciones de todo tipo, la familia, el trabajo, el colegio de los chicos y un largo etcétera. Justamente de lo primero pensamos que, con esfuerzo, vamos a manejarlo y sentir que podemos con las dificultades; en cambio en lo que respecta a nuestros hijos y sus vidas, nos complicamos y preocupamos aún más.

Seguramente que durante este tiempo de cuarentena e, incluso ahora que ya no estamos en ella, nos hemos encontrado con varios momentos de frustración con nuestros hijos: las clases virtuales, las tareas, la Miss, la pelea por que los chicos entiendan que la computadora que antes les traía momentos de felicidad (seguramente que muchos de ellos, incluso, clandestinos), ahora es a la que tienen que “pegarse” para hacer actividades que ya no necesariamente les parecen tan placenteras como antes.

¿Y eso? ¿Por qué?

Además de lo arriba expuesto, que de por sí ya representa un cambio tremendo en la rutina e ideas pre concebidas de los niños y adolescentes, responde a sus características particulares, y con esto no hablamos de lo que sienten necesariamente, sino de la etapa de desarrollo intelectual en la que se encuentran.

Jean Piaget, gran precursor de la teoría Cognitiva, afirma que toda nueva vivencia impacta directamente sobre los niños. Cuando esta encaja con lo que el niño ya sabe, lo lleva hacia el equilibrio; en cambio cuando esa experiencia es novedosa y no sabe cómo entenderla y/o enfrentarla, los pequeños presentan desequilibrio cognitivo, que inicialmente los confunde y desarticula, pero con la guía pertinente esto se transforma en aprendizaje. Evidentemente no todos llegan a experimentar un aprendizaje que los lleve a la satisfacción y felicidad, lo cual dependerá también de cómo interpretan las situaciones novedosas y, claramente, del soporte emocional que reciban durante ese tiempo.

Es así que, durante los 2 a 4 años, los niños aun no pueden usar la lógica para transformar, combinar o separar ideas, necesitan tocar, manipular objetos y así poder “jugar” con el conocimiento, consiguiendo, de esta manera, entender el punto de vista del otro.

Ahora queda claro por qué a nuestros pequeños de esas edades les resulta sumamente complicado quedarse sentados toda la clase virtual, si es que esta no va acompañada de la presencia de uno de los padres para ayudarlo a engarzar las palabras y conceptos nuevos con objetos de su entorno. De no contar con esa presencia, lo más probable es que la clase, por más llena de música y color que sea, le resultará aburrida, pues les costará tremendamente entenderla. Por lo tanto, no habrá aprendizaje.

Con el paso del tiempo, y la adecuada manipulación de contendidos académicos, los niños aprenderán el uso de símbolos, siendo esto evidente a la hora de jugar, pues conseguirán seguir instrucciones, simular distintas situaciones, usando para ello la imaginación. Por ejemplo, usar una escoba como caballito, una caja grande como nave espacial el martes y el miércoles se convierta, esa misma, caja en un castillo.

De los 4 a 7 años, los pequeños ya representan mejor el mundo en base a ideas, incluso la noción de número aparece de manera más clara (por ejemplo ya no cuentan porque se aprendieron de memoria los números, sino saben que el número 1 representa a un objeto), dejando cada vez más la rigidez que los acompañaba para empezar a jugar con las ideas, que ahora son más claras y se presentan de manera organizada en su cabecita. Si esto siempre va acompañado de juego y experiencias lúdicas, el aprendizaje será real y, sobre todo, significativo. Asimismo, la necesidad de compartir con los amigos y disfrutar de su compañía será necesaria y evidente, siendo eso seguramente, otro motivo por el cual a muchos niños de ese rango de edad les cuesta adaptarse al medio virtual.

Claramente hay más características que se presentan en nuestros pequeños en estas edades, las cuales estarían jugando un rol decisivo en la adaptación a este nuevo sistema educativo, a esta nueva “normalidad” que cuesta, a ellos y a nosotros los adultos también.

 

Lic. Katherinne Roncal Soto
             C.Ps.P.: 15026

 

 

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